30.9.24

KARATE / LAMBERTI

Mi primer profesor de karate no importa:

Terminaba la clase más temprano

para irse a ver telenovelas.

Ahora está durmiendo, durmiendo en la colina.

El segundo era italiano. En el comedor

de su casa colgaba la foto

de un maestro japonés, vigilando

con mirada japonesa los almuerzos familiares.

Ahora está durmiendo, durmiendo en la colina

pero entonces impartía lecciones de honor.

Karate es control. Astucia. Resistencia. La vista de acero.

Un martes no vino a la clase, y poco después se supo

que había disparado a su mujer, que tenía cáncer,

para llevarse después el revólver a la boca. El Renault

quedó parpadeando al borde de la ruta toda la noche,

y a las dos semanas un nuevo profesor lo reemplazó,

un tal Fabiola, que se tomaba el trabajo a la ligera, y dejé de ir.

27.9.24

CUARTA REUNIÓN DE LA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO 2024

Empanadas de carne, vino tinto y Luciano Lamberti: ¿qué puede salir mal?

Era una clase cantada; solamente lo tuvimos que dejar que mordiera una pasa de uva, perdiera timidez y se largara a hablar. Contó de sus inicios, su primer premio literario a los once años que lo convirtió en el héroe de su familia (vacaciones gratis para padres y hermano en un recreo de la policía cordobesa sobre las sierras). Contó algo del premio Clarín que acaba de sacar, de su incipiente trabajo como guionista de cine, de sus concurridos talleres. Y nos leyó tres capítulos de una novela juvenil con una casa encantada, que está escribiendo junto a su amigo Sergio Aguirre.

Mi novela favorita de Luciano es “La maestra rural”, y los cuentos que más me gustan, además de “Comido…” y “La canción…” -repasar resumen de la clase tres- son: “El asesino de chanchos”, “El loro que podía adivinar el futuro”, “Carolina baila”, “El cazador, los galgos, la liebre”, “La Feria Integral de Oklahoma”, “La ventana” y “La tortuga”. En algún momento Lamberti también incursionó en la poesía, por lo que en próximos posteos de Milanesa lo veremos verseando, si “San Francisco” lo permite.

Los vinos los trajeron Gaby y Mariano, un Catena Zapata Cabernet Malbec y un Saint Felician Malbec respectivamente. Yo hice las empanadas hojaldradas hojaldrosas condimentadas con harissa, menta y azúcar. Más que gauchescas, me salen turcas (lo hago a propósito). El cuento de taller lo puso Fabián, y casi nos hace llorar a todos, de lo triste que fue. Un GRAN cuento, muy bien Fabi. Fabricado (escrito, pero fabricado) con elementos que él conoce bien: medicina, niños, hospitales, guardias (Fabián es pediatra). Fue poco lo que le pudimos aportar entre todos; algo le servirá, me imagino. Tiene un toque a un capítulo de la mejor novela de Carrére: “De vidas ajenas”. Ese tipo de maravilla bajoneante. Luciano aportó sus saberes críticos con pertinencia y medida.

Después traté de pagar la vuelta del invitado a su casa con mi Cabify y me rebotaron el viaje por deudor: mi tarjeta de crédito estaba explotada como solo me pasa con estos gobiernos liberales de mierda como el que tenemos. Grrrr. Lo peor es que seguro Lamberti lo va a contar en la gala del próximo premio Clarín, en la que se va a dedicar a morfar y a chupar champán de dorapa. Lo que hacemos todos los clarinetes cuando ya pasaste esas angustias de la espera, y todo te da lo mismo. Creo que lo mejor de ganarse ese premio es el descanso de ansiedades que viene después, y los pedos que te agarrás cuando tus amigos salen premiados. Me pasó con Luciano; me dio un alegrón. Y me volví a alegrar hoy cuando nos visitó en el Galpón. Tipazo, el tipito. Gracias.

19.9.24

TERCERA REUNIÓN DE LA NUEVA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / SEGUNDO CURSO


 Salió tertulia Alfred. No por el mayordomo de Batman, sino por el Gran Hitchcock. Pura coincidencia: utilicé dos veces fragmentos de los reportajes que Truffaut le hace para el libro que se ve en la foto, con el objeto de explicar el suspenso en los cuentos que nos leyeron Lili y Fabiana. Hitch habla de sus películas “Los pájaros” y “La ventana indiscreta”. Lili armó un cuento conciso con un bebé y su madre, que debe salir a hacer las compras y lo deja solo en el departamento. Podría haber elegido algún otro párrafo de “Suspense”, de Patricia Highsmith, pero me detuve en el director inglés, porque habla de manejar los tiempos de las cosas:

“Cuando el empleado de la gasolinera es herido por la gaviota, todo el mundo se precipita en su auxilio y contemplamos la escena desde lejos, desde el interior del café y desde el punto de vista de Melanie Daniel. En realidad, la gente que ayuda al empleado de la gasolinera lo debería haber levantado más rápidamente, pero yo necesitaba un tiempo más prolongado para que surgiera el suspense en relación con el reguero de gasolina que empieza a extenderse por la calzada. En otros casos tal vez ocurra lo contrario y nos mantendremos alejados de una acción lenta para que dure menos tiempo.”

Después, Melanie y los espectadores vemos a un señor prender un habano y tirar el fósforo sobre el charco de nafta. ¡Pum! El director compone su escena dilatando el tiempo como se le antoja. Lili hace lo mismo con su pequeña familia, mientras cambia el punto de vista de la preocupación.

Fabiana escribió su historia con un voyeur desde la visión del voyeur, por eso hasta puede parecernos amable (aunque esos personajes sean siempre violentos, solo por el hecho de espiarnos). Truffaut está opinando acerca de la inmovilidad del protagonista de Rear Window e inmediatamente pasa al final de la peli: “(…) cuando el asesino entra en la habitación, dice a James Stewart: ¿Qué quiere de mí? James Stewart no encuentra ninguna respuesta, porque su acción no tiene justificación y ha actuado por pura curiosidad.” Como el - ¿protector o perverso? - personaje de Fabi.

Hitchcock también nos da una lección de minimalismo cuando explica por qué Stewart utiliza el recurso de los flashes de la cámara fotográfica para desactivar al asesino. Todo ese libro es una colección de lecciones que sirven tanto para narrar, como para diseñar. Dice el maestro en "El cine según (él)":

“La utilización de los “flashes” procede del viejo principio de Secret Agent. En Suiza tienen los Alpes, los lagos y el chocolate. En este caso teníamos un fotógrafo que observa el otro lado del patio con sus instrumentos de fotografía, sus lentes, sus “flashes”. Para mí es absolutamente esencial servirse de elementos relacionados con los personajes o con los lugares de la acción y tengo la sensación de que desaprovecho algo si no me sirvo de esas cosas.”

El final de la tertulia lo aportó Mariano con un cuento que puede ser cuentazo, relatado en forma de carta al propio Alfred. Si maneja el triángulo de celos (con apenas unos guiños aquí o allá), la rompe.

De paso leímos dos cuentos de Lamberti, quien será nuestro próximo invitado estrella, y uno de Saki. Cuando invité a Luciano por wasáp le pregunté cuál era su cuento preferido y me dijo, sin dudar, “Comido por las hormigas”. Pero también me dijo que el suyo no era el preferido de la gente. Que ese era “La canción que cantábamos todos los días”. De Saki leímos “La ventana abierta”, un cuento de (falsos) fantasmas.

Todo esto -¡mamita querida!- lo hicimos en tres horas, mientras saboreábamos los sánguches que nos convidó Memi. Unos eran de pastrón con queso Finlandia y pepinos en figazas. Otros de palta, tomate, huevo, queso y hoja de espinaca sobre un pan de Kümmel que ella consigue en una panadería alemana secreta (shhh). Mañana sale foto de la cocinera feliz con su picnic tendido en la mesa de la escritura. Bebimos un Séptima Obra Malbec y un Nicasia Cabernet Franc que trajeron Fabiana y Fabián. Gracias.

17.9.24

MIS GALLETITAS HORNEADAS DE PANDEMIA / RECETA

 INGREDIENTES: Una y media taza de harina leudante, otra taza más de maicena. Media taza de aceite y tres cuartos de taza de azúcar. Dos huevos. Un chorrito de esencia de vainilla.

ORDEN DE MEZCLADO: Se baten los huevos con el azúcar, se le agrega el aceite, la vainilla y las harinas. Se hace una masa tierna. Va a heladera por media hora, cubierta por un nailon. 

TODO MUY FÁCIL: Se estira la masa con palote sobre una mesada enharinada, hasta que quede con un espesor de (masomenos) tres milímetros. Se corta con vasito, se levantan los círculos con espátula y se cocinan (muy poco tiempo, ojo) en horno a temperatura media, en unas bandejas humedecidas con Fritolín. Flitolín, si lo compran en el Chino.



16.9.24

LOS 24 MANDAMIENTOS DE WERNER HERZOG

 1. Toma siempre la iniciativa.

2. Pasar una noche en la cárcel no tiene nada de malo, siempre que te sirva para conseguir ese plano que estás buscando.

3. Suelta a todos tus perros y uno volverá con una presa.

4. No te regodees nunca en tus problemas: la desesperación debe ser privada y breve.

5. Aprende a vivir con tus errores.

6. Amplia tus conocimientos y tu comprensión de la literatura y la música, la antigua y moderna.

7. Ese rollo de celuloide virgen que tienes en la mano podría ser el último del mundo: asegúrate de hacer algo interesante con él.

8. Nunca hay excusas para no terminar una película.

9. Lleva siempre contigo unos alicates.

10. Desafía la cobardía de las instituciones.

11. Pide siempre perdón, nunca permiso.

12. Toma tu destino en tus propias manos.

13. Aprende a interpretar la esencia interior de un paisaje.

14. Prende el fuego interior y explora nuevos territorios.

15. Camina en línea recta, sin desviarte del camino.

16. Manipula y engaña, pero cumple siempre.

17. No tengas miedo al rechazo.

18. Cultiva tu propia voz.

19. El primer día es un punto sin retorno.

20. Suspender un curso de teoría del cine es un honor.

21. El azar es la sangre del cine.

22. Las tácticas de guerrilla son las mejores.

23. Véngate si es necesario.

24. Acostúmbrate a que te persiga ese oso.

13.9.24

SEGUNDA CLASE DE LA NUEVA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO


Supe de la escritora Raimunda Torres y Quiroga por mi amigo el profesor Carlos Abraham de la Universidad de La Plata, que editó las obras completas en dos tomos, para Ciccus. Raimunda fue una de las más destacadas escritoras decimonónicas argentinas, y una pionera de nuestra literatura fantástica y de terror. También fue una de las primeras feministas argentas: nacida en 1855, desarrolló una amplia actividad firmando con diferentes heterónimos en los semanarios femeninos La Ondina del Plata, El Correo de las Niñas, El Correo de las Porteñas, El Álbum del Hogar y La Alborada del Plata. En el matutino La Nación publicó textos entre 1876 y 1885, “que exhibían marcadas influencias de Hoffmann, Poe y del Shakespeare más oscuro y sangriento”, dice Abraham. El cuento que leí, “Un crimen misterioso”, sorprende con un final absolutamente moderno para la época.

Inmediatamente pasamos al taller: Memi y Pablo leyeron textos a los que aún le falta alguna corrección para ser cuentos. El de ella podría inscribirse en el género de la “silueta” o del “perfil”, tan estudiado por el maestro Luis Chitarroni, del que leí “Memoria de paso”, un retrato personalísimo de Fogwill que publicamos hace muy poco por acá.. También leí "La abuela Juana", un delicioso poema de Sergio Bizzio, en el que con dos o tres pinceladas nos describe a su abuela querida. Emociona con recursos simples y brevedad.

El texto de Memi podría emparentarse con alguno de Hebe Uhart -hay unos cuantos así en “El gato tuvo la culpa”, la recopilación que hizo Blatt & Ríos con los cuentos que le sobraron a Hebe de las obras completas publicadas por Alfaguara-, o con la simpática voz de Aurora Venturini.

El texto de Pablo contiene más sugerencias que exactitudes, pero si lo trabaja concentrado en los objetivos (qué decir para lograr el efecto buscado) lo conseguirá. Por un lado debería podarlo de sobre explicaciones que arma a partir de acciones comunes, como moverse por un videoclub de los noventa para encontrar una película de fin de semana. La mayoría de las veces es innecesario describir tanto: idas y vueltas de los pasillos a un mostrador; búsquedas laboriosas en estanterías colmadas. Y al mismo tiempo crea confusiones por miedo a sobre explicarse con aquello que quiere trasmitir realmente: el paso de la niñez a la adolescencia de un chico que asiste a una piyamada en lo de su amigo. La lupa no estaría puesta en lo importante, Pablo, pero no se ve tan complicado para pulir. Vos sabés, vos podés (acá despliego mi veta gurú).

En todo caso me gustaría releer ambas versiones revisitadas. ¡Vos también podés, Memi! (más Nil Zen): concentrate en meter las anécdotas jugosas, las que nos gustaron a todos, en una caja (o estructura) fiable. Y con eso lo tenés.


Finalmente Mariano Ducrós leyó “Los hijos”, un interesantísimo cuento muy despojado, como de un Quiroga religioso y siniestro. Apenas si pudimos aportar algunas ideas sueltas, a un texto casi logrado. Hice un ejercicio simple: lo corregí en vivo como lo haría con mis propias páginas, y todos colaboraron con comentarios. Fue una buena experiencia, creo, porque solamente se trataba de un peinado, pequeñas indicaciones para emprolijarlo y dejarlo publicable. Mariano me trajo de regalo su reciente libro de relatos “Theremin”, que leeré a la brevedad. Gracias.

Cociné galletitas de las que hacía en pandemia; revival cookie. Las acompañamos con ristretto de Cafezenda. En la semana cuelgo por acá la receta del horneado. No quedó ni una miga.

Ensopamos.

10.9.24

HÉCTOR VIEL TEMPERLEY / CRAWL

 Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,

aunque comulgué como un ahogado,

mientras en una celda

de mi memoria arrecia

la lluvia del sudeste,

igual que siempre

embiste al sesgo a un espigón muy largo,

y barre el largo aviso

de vermut que lo escuda

con su llamado azul,

casi gris en el límite,

para escurrirse por la tez del mundo

hacia los ojos de los nadadores:

dos o tres guardavidas,

dos adolescentes

y un vago de la arena que cortaron

con una diagonal

el mar desde su playa.

 

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis

contemplando unas sábanas

que sólo de mí penden

sin querer olvidar que en esta balsa,

de tiempo que detengo y de escafandra

con pasos de mujer,

nunca fui absuelto

en el adolescente y en el viento

ni en la cuerda del crawl, que de los hierros

cavernosos comienza

a separarse;

ni siquiera en las manos deslizándose

ni en el agua –que corre entre los dedos–

ni en los dedos, ligándose despacio

para remar con aprensión

de nuevo

allí donde no hay mesa para apoyar los brazos

y esperar que alguien venga

desde su pueblo a visitarnos;

nadie fuma ni duerme, y –en días

de gran calma–

sobre el plato de un hombro

puede viajar un vaso.

 

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis

aunque comulgué con los cosacos

sentados a una mesa bajo el cielo

y los eucaliptus que con ellos

se cimbran estos días bochornosos

en que camino hasta las areneras

del sur de la ciudad

–el vizcaíno,

santa adela,

la elisa–

(a la sombra hay un loco, y hay un árbol

muy alto

y alguien dice “cristo en rusia”)

e insolado hablo al yo que está en su orilla,

ansío su aventura

en otro hombre,

y a la hora en que no sé si tuve esclava,

si busco a dios,

si quiero ser o serme,

si fui vendido a tierra o si amo poco,

sé que Él quiere venir pero no puede

cruzar –si no lo robo como a un banco

pesado de galeote–

esa balanza

que es tanta hacia ambos lados

atrancando mis puertas:

la abierta, marginal, no interrumpida

matriz sin cabecera

donde gateó la vida,

donde algunos gatean

y su alma sólo traga lo mismo que el mar traga:

aletas, playas solas e iguales, hombres débiles

y una pared espesa

de cetáceo y de fábrica.

 

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis

Y hacia otro hombre apuntan los prismáticos

De la escuela de náutica –que resistí– y del plátano

Que no sé más cuál es, que está en el puerto

con otros cien,

que un día fue ciruelo

O grito de novicia de piletas vacías

rotas por el allá,

después zureo

De torcaza escondida en los portones

calientes de un estadio en el suburbio.

Mientras ellas traían la pobreza,

la señal del aborto, los cabellos,

las manchas de salitre y,

en las albas,

Oseo en mi rostro y largo como un tendón de aquiles

de muchacha de pueblo

que camina o que duerme,

Ese olor a infinito enverjado, pujante

junto al Crucificado

que ocupaba,

incorrupto,

La mitad de la balsa, del cerebro,

de las islas del techo

y del desagüe

–Que se arrastraba angosto, a cielo abierto,

igual que un regimiento entre violetas,

Con hilos de agua vieja, grandes hojas

de palmeras, tapitas de cervezas,

campanillas silvestres, mucho tiempo

sin Teresa, que amé a los doce años–,

y la mitad

del mar:

por

donde,

me decía,

Dentro de poco el sol sería un gallo

en un carro blindado,

y la cabeza

sobre plata

–enseguida–

del Bautista.

9.9.24

FOGWILL NADA / FOGWILL

Nada y ve

su sombra por un fondo

ondulado de arena.

 

La asimetría del cuerpo

se proyecta hacia abajo

pero todo va, lento,

adelante y abre

un vacío de aguas

que pasará rozando,

helado, quedando atrás, abriéndose.

 

La sombra continúa

debajo. Se deforma

sobre la arena como un agua.


Oscura forma de su cuerpo yéndose.

6.9.24

LA ILUSIÓN MONARCA, CAPÍTULO XXII / MARCELO COHEN

 “La oreja sale del agua, la oreja derecha, sólo cuando la cabeza gira para que la boca tome aire, pero con tiempo suficiente para oír el chasquido del brazo en el agua; el resto es un susurro espeso, sin pausas, una mezcla de ruidos que no se interfieren, se apoyan para sosegarse, una turbulencia verde o arenosa. Los pies, las piernas, persisten en golpear el mullido rigor del agua, no ceden, no se preguntan, actúan por su cuenta sin esfuerzo, soliviantadas. Funciona tan bien el movimiento, un brazo en el aire, oscuro como una rama contra el lienzo celeste, el otro olvidado, atrás, empujando, rozando la cadera al pasar, saliendo al fin cuando el primero se hunde, es tan dócil el agua y hacía tanto tiempo que Sergio no nadaba que se pregunta por qué le parecía tan difícil eso, irse. Una parte al menos era simple, dejar a los músculos su tarea, al recuerdo su eficacia ciega y contar las inspiraciones, oír el gorgoteo del aliento soplado, entrever las burbujas, alternar, más allá de la película turbia que cubre los iris, el dédalo de luz y el engañoso color del agua. Piensa que quinientos metros así serían tan fáciles, por qué se estuvo resistiendo, ahora no siente la menor fatiga, mil metros también dosificando la fuerza, al fin y al cabo el mar no maltrata. Contando las brazadas. Contando, o no, por qué. Sergio para de nadar, se desliza un momento, mira el cielo, la lisura que flamea, se deja flotar boca arriba. Da unas patadas de rana. Los números que contaban en el centro del cráneo aceptan su inconsistencia y se extinguen. Como deseo blando lamiendo un cuerpo familiar, el agua se le desliza por el torso, por los flancos, le agita el prepucio, le lava el vello, el agua le canturrea en los lóbulos,  le chapotea en las sienes y en la nuez, sudario salado o aleteo, no se sabe si lo moja o lo transporta, y para acompañarla Sergio acopla a la respiración unos bufidos, lo que soltaría si levantara una garrafa, bolsas de provisiones para un viaje, y cada bufido se suma al agasajo del agua para resolverse en un placer redondo, una plenitud brutal, porque en ese limbo no hay dirección, sobran las salidas, deriva el proyecto, ahí no hay nada que averiguar, no hace falta pronunciarse, todo es pasaje y niebla líquida, luz de añil desde arriba, alojamiento, olor a cangrejo en la nariz y escozor en la boca que babea. Vuelve a girar. Nada pecho. En esa soledad murmurante el horizonte permanece, ya no línea sino tornasol.”

5.9.24

NUEVA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN / PRIMERA REUNIÓN

Cuando viajamos a Tandil con Moira fuimos a comprar salamines a Las Dinas, el mejor de todos los lugares, y quesos a la escuela agropecuaria (ídem). Teníamos esos datos por el Buena Morfa Social Club del feis. De ambos comercios me traje comestibles de más: hoy pude poner algunos embutidos -los más delicados- en la mesa(za) del primer encuentro de la nueva Clínica de cuentos del Galpón Estudio. La foto, que incluye un Trumpeter Malbec y unos pancitos caseros que yo mismo amasé, no me deja mentir. Los fiambres fueron tres: un lomo tipo Praga, levemente ahumado; una mortadela de cerdo con pistachos y bondiolita. El queso: media horma de Pepato, ese que viene con pimienta negra. Así festejamos por el inicio de otra vuelta de taller con Memi, Fabián, Lili, Mariano, Gaby, Jonatan, Pablo y Fabiana. Los panes venían con semillas de sésamo en su interior, tal como vienen las burbujas adentro de los “Jabones Flotadores” de Los Twist.

De presentación leí el cuento “Más oscuro que tu luz”, de mi amigo falsoespañol Marcelo Luján: una maravilla narrativa. Entre todos lo diseccionamos buscando los detalles más insospechados; a él le hubiera gustado escuchar las opiniones agudas que hicieron Fabiana, Mariano, Pablo y Fabián. Sentí que con ese cuento no hubo que romper ningún hielo; a todos les sirvió opinar. Fantasmas en la máquina, o la historia de los dobles, que siempre dan que hablar.

Después leyó Gaby un texto bien planteado, pero que no alcanza a ser un cuento. Le buscamos puntas para que lo intervenga, sería bueno que lo volviera a escribir con una dirección más clara. Las posibilidades son muchas. Para orientarla, leí un fragmento de los “Bocetos de natación” de Leanne Shapton, traducido por Laura Wittner, que parece un cuento. Y un pedazo cortito -el capítulo XXII- de esa maravilla que escribió Marcelo Cohen en “El fin de lo mismo”: “La ilusión monarca”. Alguien nada ahí para escaparse de la cárcel, y mientras nada ya está disfrutando de la libertad por el solo ejercicio de la natación, en lo que es una clara metáfora de la escritura.

Aunque no tenga nada que ver con el agua, ya que estamos hablando de Cohen, también recomiendo la micronovela que da título al volumen. Una obra maestra, lamentablemente demasiado larga para leer en clase.


Después Fabián nos acercó un cuento triste de su autoría que nos pareció extraordinario. Sucede en dos tiempos de un día, una mañana y una tarde. Dos excursiones. La primera es para reflexionar la muerte reciente de una hija; la segunda para buscar a la perra que había sido de la nena y, en un descuido, se les escapa. El texto es de una potencia arrolladora, me hizo acordar a "De vidas ajenas", la certera novela de Carrére. Solamente pude darle una idea para agregar, y breves comentarios sobre la escritura. Tiene algunas pocas palabras que se salen de la sobriedad de sus párrafos. Que se van de tono, diría el maestro Kartun. Piedras grises o negras con motas blancas en una colección que debería ser toda de piedras negras, como el texto de Cohen, al que no le sobra ni una coma (estoy pensando en que mañana, tal vez, lo transcriba para colgar aquí en la Milanesa; me dio mucho placer leerlo, presiento que me dará mucho más el transcribirlo). Estimo que a Fabián le va a servir releer “El cárabo”, de la (esta sí) española Sara Mesa.

Por una clase más vamos a comentar la teoría sencilla, simpática y amable del hermoso libro “Contar un secreto”, de Pablo de Santis. Habla de lo que pretendemos hacer aquí en la Clínica. Cito:

“Escribimos un texto, lo juzgamos claro y lleno de significado. Alguien lo lee y descubre párrafos que no entiende, frases oscuras, incoherencias. Esto ocurre porque el lector siempre es un recién llegado al texto, pero el autor ha convivido meses con sus personajes y los adivina aún sin verlos. Le basta escuchar sus pasos para reconocerlos, porque él ha inventado el sonido de sus pasos.”

Y unas páginas más adelante del mismo capítulo:

“La corrección exige no solo el descubrimiento del error, sino cierta desenvoltura, el trabajoso descubrimiento de la naturalidad.”

En eso estamos.