28.4.20

UN REPORTAJE QUE NO SALIÓ, Y CONVERTIRÉ EN NOTA







- ¿Cómo afectó a tu trabajo la emergencia de la cuarentena?
Mi labor de arquitecto fue afectada antes por el “coronavirus macrista”, que llevó el trabajo del Galpón Estudio a la mitad, con una desocupación de los alquileres también de medio estudio y un parate en las actividades culturales que ofrecíamos. Hubo lugares que no pudimos cubrir nunca, debido a la crisis artificial a la que nos llevaron un montón de pésimas decisiones gubernamentales y pactos forjados para mega estudios, que dejaron a los estudios como el nuestro, medianos, prácticamente trabajando para cubrir los gastos. En eso el macrismo fue muy efectivo: destruyó pymes y pequeñas sociedades sin ninguna culpa. Ahora directamente cerramos el Galpón: la pandemia real –una crisis verdadera- nos obligó.
Los primeros días de confinamiento lo extrañé mucho; en este momento solamente extraño el pimpón.

- En tu calidad de arquitecto, ¿qué podés reflexionar en relación al elemento espacio en tiempos de trabajo remoto o home office obligatorio?

La profecía cumplida del teletrabajo es, cuanto menos, sofocante. Primero porque hemos cambiado la visión laboral de tres dimensiones por una solamente de dos: la pantalla. No solo los trabajos se hacen ahí: las reuniones, los descansos, hasta el sexo. Segundo, porque le hemos quitado variedad al asunto.
La variedad, el azar y la negociación con desconocidos son ingredientes de la ciudad. Salimos a la ciudad a hacer una cosa, pero la variedad espacial, de movimientos, de colores, de olores, nos va alterando graciosa o fatalmente el recorrido. Por el azar implícito en el espacio público nos encontramos con gente conocida, nos enteramos de sucesos nuevos, recibimos cantidad de estímulos no contemplados ni previstos. Y negociamos con desconocidos a cada momento: hay un reglamento para esperar un colectivo, por ejemplo, que cambia en cuanto subimos. Para esperarlo hay que estar quieto en la parada correspondiente, hacerle señas con la mano para que pare, hacer una cola para subir por estricto orden de llegada. Y una vez arriba el orden de llegada se pierde, y la condición para conseguir un asiento se logra por proximidad a los asientos libres. Además hay un código de prioridades: embarazadas, ancianos, personas con niños en los brazos. Y como esta hay mil negociaciones disponibles, en plazas, esquinas, calles y bulevares. Desde estacionar un auto a cruzar la senda peatonal en un semáforo, esperar un tren en un andén, sentarse en un banco al lado de otra persona, bajar al subte, salir con el perro y las bolsitas, llevar a los niños a los juegos públicos, tomar sol en un parque, cortar una calle para un acto político, una fiesta, la largada de una maratón, un concierto o un baile popular; cada actividad en la vía pública tiene sus reglas y sistemas de ordenamiento y respeto.
Pero ahora todo eso se perdió, porque el espacio público ha dejado de ser un lugar de encuentro para ser el lugar del contagio. Lo comunitario pasó a ser interdicto. ¿Qué pasa con las ciudades cuando sus ansias comunitarias quedan suspendidas? ¿Qué pasa con las ansiedades individuales cuando no tienen la manera de trascender en sociedad? Nadie sabe, estamos a mitad de un experimento de carácter mundial. Todavía no ha terminado.
Sobre la pantalla no hay error disponible; voy a reunirme con quien lo dispuse de antemano y siempre adentro de este rectangulito tecnológico, mostrando de fondo lo que quiero que vean. Al quitarle el azar al encuentro, todos los ejercicios comunitarios de negociación, que sirven tanto al trabajo como al ocio, pasan a ser previsibles. Y terminan cansando.

- ¿No le ves ninguna cuestión positiva?
Creo que amplía la grieta. Imaginemos un estudiante de la Universidad de Moreno y uno de la Universidad de Palermo, por ejemplo. El de la UM comparte la computadora con su papá, que la usa para trabajar, está cansado a su vez porque tuvo que ayudarlo todo el día; escucha la clase en la cocina, mientras su mamá hace una torta y su hermanita toca el tonete; la señal de Internet que recibe es deficiente, por barata. El otro tiene su laptop y cuarto propios, más tiempo para dedicarle a la pantalla y una señal rápida y eficiente. Además de que a los docentes de Moreno les llegó la novedad como un balde de agua fría, de un día para el otro, sin estar preparados. Y la universidad privada ya lo había hecho, antes, numerosas veces. Está pasando ahora en la improvisación dictada por la necesidad.

- En este mismo sentido, ¿cuál es tu visión del elemento social que se entrecruza inevitablemente en el caso de hogares no aptos para pasar una cuarentena? ¿Cómo puede responder a esto la arquitectura?
He leído por ahí a filósofos y no tanto afirmar que el coronavirus marca el final del capitalismo, pero cuanto más lo pienso, más absurdo me parece. Si los viejos, los pobres y los sin techo se mueren es un triunfo del capitalismo. Si los sitios públicos se cierran es un triunfo del capitalismo. Si muchas empresas quiebran es el triunfo de los monopolios capitalistas, que se quedan sin competencia. Si no nos podemos juntar, habrán ganado los otros. El coronavirus, con respecto al “derecho a la ciudad” del que hablaba Lefebvre y continuó hablando Harvey es mucho más dañino de lo que suponemos.

Si el espacio público desaparece engullido por el espacio privado, habremos perdido como sociedad. No habría más lugar para manifestarse, por lo pronto. Ni expansiones verdes, oxigenadas, para el habitante pobre de las ciudades. Pensemos solo esto: alguien que tiene una casa con un jardín sigue teniendo un exterior. Y es alguien que normalmente vive estrictamente en interiores: tiene espacios cómodos, va a su trabajo en auto: está permanentemente encapsulado. Sale a su jardín si quiere, porque recibe visitas, juega a la pelota o hace un asado. La gente de las villas vive “en” y “del” espacio público: las reuniones se hacen en terrazas y patios urbanos, el trabajo se hace allí. El asadito lo hacen en la vereda, cuando consiguen carne. El adentro de sus casas es casi siempre para dormir, o para mantener una mínima intimidad.
Entre ambos personajes, habitantes los dos de la ciudad, hay uno que perdió: el que menos tiene.
Si la propiedad privada le gana al espacio público, habrá ganado la ciudad capitalista.

- Me imagino que aparecerán nuevas opciones…
Vi una foto en Facebook de una manifestación reciente en Plaza Rabin, Tel Aviv. El tema era que el centro derecha no se juntara definitivamente con la extrema derecha; la gente salió a protestar. Pero, por la pandemia, cada asistente levantó los brazos para tomar distancia de los manifestantes de los costados, de atrás y adelante. Había una persona por metro cuadrado, cuando en una manifestación peronista puede haber hasta cinco o seis personas (la última que le hicimos a los militares o la que le hicimos a Macri para defender la educación pública fueron así de densas). Desde el dron, toda esa gente con los brazos en cruz formaban una especie de cementerio. Fue lo primero que pensé cuando vi la foto.
Lo segundo que se me ocurrió es que en el futuro, si se eliminan los contactos interpersonales con extraños, las manifestaciones precisarán de lugares físicos mayores, más amplios. Pienso en la tentación de un poder capitalista de enviar las reuniones populares a manifestódromos lejanos y amplios, para que sean televisadas en todo su orden. Y eso no sirve, porque la ciudad socialista que reivindica Harvey y yo adhiero, esa ciudad rebelde, necesita rebelarse en el espacio mismo de la política. En nuestro caso, la Plaza de Mayo, la del Congreso, donde habita el poder. Tiene que molestarles. Y como manifestantes tenemos la obligación de pisar todos esos canteros bellos de nuestras plazas latinoamericanas, porque las que están fuera de lugar son las flores, no los manifestantes. ¡No tiene ningún sentido que frente a la Casa Rosada haya canteros con florcitas! Es un resabio de la política Napoleónica, del Barón de Haussman, de la importación de modelos coercitivos que contribuyen como publicidad a la auto contención. Cuando lo que precisa una sociedad actual en movimiento, una sociedad viva, es la rebeldía contra los parámetros del capitalismo, las rejas, las cámaras, la policía antimotines.

- Desde tu lugar de escritor, y por lo tanto por tu cercanía al relato, ¿cómo describirías esta situación que hoy como humanidad nos interpela?
Para escribir una novela hay que auto confinarse; al menos yo no puedo llegar al punto de concentración y entrega necesarios sin el guardado. Y en esa auto confinación siempre le quité espacio y tiempo a la arquitectura (puedo hacerlo solamente en las temporadas entre trabajos) y a los afectos, cuando novia, madre, hermanas lo permiten. Tan es así que ahora estaba por irme a un retiro con una beca del Fondo Nacional de las Artes, todo el mes de mayo, para escribir una novela. El lugar se llama On/On, queda en Villa Cabana, Córdoba, y ya lo probé hace dos años para terminar otro libro. Antes lo hice en una casa en La Pedrera que me prestaba Hebe del Puerto, la mamá de Valeria. ¡Siempre me guardé! Los escritores estamos acostumbrados a inmovilizarnos para la creación.
Con respecto a la humanidad es una pregunta demasiado grande para mí, jamás podría pensar nada compartido con tanta gente. Me asusta. Me imagino que un día todo pasará, y habremos hecho lo que pudimos.

11 comentarios:

  1. Ariel Hendler1:21 a.m.

    ¿Qué es "tonete"? (Muy exhaustivo, por si todavía quedaban dudas...)

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  2. Ariel Hendler1:50 a.m.

    Hablando de espacios que hay que recuperar, este es uno de ellos. El feis se convirtió en la interfaz con la vida misma, y en este momento más que nunca.

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  3. Excelente!!! Gracias por publicar;;;

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  4. que bueno poder leerte
    de verdad

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  5. Ademas pude comprobar que - ya olvidado- tenia un blog.

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  6. Querido colega y maestro: evidentemente el reportaje es muy político y me pareció casi perfecto. El casi estaría en que dado el caso, lucharíamos por la recuperación del espacio público como sujeto de acontecimientos trascendentes, tal como hemos luchado en épocas recientes. Y que vamos a hacerlo, no lo duden, cuando la ciencia logre vencer a este virus como, en los 50, se venció a la terrible polio. (David Zadu)

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  7. Una flauta dulce de plástico, para que los chiques aprendan los rudimentos de los vientos.

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  8. Me da placer intelectual aprehender de primera mano la dimensión social de la arquitectura que vas soltando en tu artículo.

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