Empanadas de carne, vino tinto y Luciano Lamberti: ¿qué puede salir mal?
Era una clase cantada; solamente lo tuvimos que dejar que
mordiera una pasa de uva, perdiera timidez y se largara a hablar. Contó de sus
inicios, su primer premio literario a los once años que lo convirtió en el
héroe de su familia (vacaciones gratis para padres y hermano en un recreo de la
policía cordobesa sobre las sierras). Contó algo del premio Clarín que acaba de
sacar, de su incipiente trabajo como guionista de cine, de sus concurridos
talleres. Y nos leyó tres capítulos de una novela juvenil con una casa
encantada, que está escribiendo junto a su amigo Sergio Aguirre.
Mi novela favorita de Luciano es “La maestra rural”, y los
cuentos que más me gustan, además de “Comido…” y “La canción…” -repasar resumen
de la clase tres- son: “El asesino de chanchos”, “El loro que podía adivinar el
futuro”, “Carolina baila”, “El cazador, los galgos, la liebre”, “La Feria
Integral de Oklahoma”, “La ventana” y “La tortuga”. En algún momento Lamberti
también incursionó en la poesía, por lo que en próximos posteos de Milanesa lo
veremos verseando, si “San Francisco” lo permite.
Los vinos los trajeron Gaby y Mariano, un Catena Zapata Cabernet Malbec y un Saint Felician Malbec respectivamente. Yo hice las empanadas hojaldradas hojaldrosas condimentadas con harissa, menta y azúcar. Más que gauchescas, me salen turcas (lo hago a propósito). El cuento de taller lo puso Fabián, y casi nos hace llorar a todos, de lo triste que fue. Un GRAN cuento, muy bien Fabi. Fabricado (escrito, pero fabricado) con elementos que él conoce bien: medicina, niños, hospitales, guardias (Fabián es pediatra). Fue poco lo que le pudimos aportar entre todos; algo le servirá, me imagino. Tiene un toque a un capítulo de la mejor novela de Carrére: “De vidas ajenas”. Ese tipo de maravilla bajoneante. Luciano aportó sus saberes críticos con pertinencia y medida.
Después traté de pagar la vuelta del invitado a su casa con mi Cabify y me rebotaron el viaje por deudor: mi tarjeta de crédito estaba explotada como solo me pasa con estos gobiernos liberales de mierda como el que tenemos. Grrrr. Lo peor es que seguro Lamberti lo va a contar en la gala del próximo premio Clarín, en la que se va a dedicar a morfar y a chupar champán de dorapa. Lo que hacemos todos los clarinetes cuando ya pasaste esas angustias de la espera, y todo te da lo mismo. Creo que lo mejor de ganarse ese premio es el descanso de ansiedades que viene después, y los pedos que te agarrás cuando tus amigos salen premiados. Me pasó con Luciano; me dio un alegrón. Y me volví a alegrar hoy cuando nos visitó en el Galpón. Tipazo, el tipito. Gracias.
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