Cuando viajamos a Tandil con Moira fuimos a comprar
salamines a Las Dinas, el mejor de todos los lugares, y quesos a la escuela
agropecuaria (ídem). Teníamos esos datos por el Buena Morfa Social Club del feis.
De ambos comercios me traje comestibles de más: hoy pude poner algunos embutidos
-los más delicados- en la mesa(za) del primer encuentro de la nueva Clínica de
cuentos del Galpón Estudio. La foto, que incluye un Trumpeter Malbec y unos
pancitos caseros que yo mismo amasé, no me deja mentir. Los fiambres fueron
tres: un lomo tipo Praga, levemente ahumado; una mortadela de cerdo con
pistachos y bondiolita. El queso: media horma de Pepato, ese que viene con
pimienta negra. Así festejamos por el inicio de otra vuelta de taller con Memi,
Fabián, Lili, Mariano, Gaby, Jonatan, Pablo y Fabiana. Los panes venían con
semillas de sésamo en su interior, tal como vienen las burbujas adentro de los “Jabones
Flotadores” de Los Twist.
De presentación leí el cuento “Más oscuro que tu luz”, de mi
amigo falsoespañol Marcelo Luján: una maravilla narrativa. Entre todos
lo diseccionamos buscando los detalles más insospechados; a él le hubiera
gustado escuchar las opiniones agudas que hicieron Fabiana, Mariano, Pablo y
Fabián. Sentí que con ese cuento no hubo que romper ningún hielo; a todos les sirvió opinar. Fantasmas en la máquina, o la historia de los dobles, que siempre
dan que hablar.
Después leyó Gaby un texto bien planteado, pero que no
alcanza a ser un cuento. Le buscamos puntas para que lo intervenga, sería bueno
que lo volviera a escribir con una dirección más clara. Las posibilidades son
muchas. Para orientarla, leí un fragmento de los “Bocetos de natación” de
Leanne Shapton, traducido por Laura Wittner, que parece un cuento. Y un pedazo
cortito -el capítulo XXII- de esa maravilla que escribió Marcelo Cohen en “El
fin de lo mismo”: “La ilusión monarca”. Alguien nada ahí para escaparse de la
cárcel, y mientras nada ya está disfrutando de la libertad por el solo
ejercicio de la natación, en lo que es una clara metáfora de la escritura.
Aunque no tenga nada que ver con el agua, ya que estamos
hablando de Cohen, también recomiendo la micronovela que da título al volumen.
Una obra maestra, lamentablemente demasiado larga para leer en clase.
Después Fabián nos acercó un cuento triste de su autoría que nos pareció extraordinario. Sucede en dos tiempos de un día, una mañana y una tarde. Dos excursiones. La primera es para reflexionar la muerte reciente de una hija; la segunda para buscar a la perra que había sido de la nena y, en un descuido, se les escapa. El texto es de una potencia arrolladora, me hizo acordar a "De vidas ajenas", la certera novela de Carrére. Solamente pude darle una idea para agregar, y breves comentarios sobre la escritura. Tiene algunas pocas palabras que se salen de la sobriedad de sus párrafos. Que se van de tono, diría el maestro Kartun. Piedras grises o negras con motas blancas en una colección que debería ser toda de piedras negras, como el texto de Cohen, al que no le sobra ni una coma (estoy pensando en que mañana, tal vez, lo transcriba para colgar aquí en la Milanesa; me dio mucho placer leerlo, presiento que me dará mucho más el transcribirlo). Estimo que a Fabián le va a servir releer “El cárabo”, de la (esta sí) española Sara Mesa.
Por una clase más vamos a comentar la teoría sencilla,
simpática y amable del hermoso libro “Contar un secreto”, de Pablo de Santis.
Habla de lo que pretendemos hacer aquí en la Clínica. Cito:
“Escribimos un texto, lo juzgamos claro y lleno de
significado. Alguien lo lee y descubre párrafos que no entiende, frases
oscuras, incoherencias. Esto ocurre porque el lector siempre es un recién
llegado al texto, pero el autor ha convivido meses con sus personajes y los
adivina aún sin verlos. Le basta escuchar sus pasos para reconocerlos, porque
él ha inventado el sonido de sus pasos.”
Y unas páginas más adelante del mismo capítulo:
“La corrección exige no solo el descubrimiento del error,
sino cierta desenvoltura, el trabajoso descubrimiento de la naturalidad.”
En eso estamos.
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