Nos seducen los viajes en el tiempo
porque nacimos adentro de uno que nos lleva del presente al futuro, de manera
irreversible. Esta es una verdad barata, pero me sirve para empezar a pensar.
También podemos afirmar que se puede viajar al pasado con los recuerdos. La
memoria, para los que la tienen.
O podemos viajar al pasado en
mente y cuerpo. Yo te tiro una pelota y vos vas a atinar a atraparla con las
manos. Esta acción puede verse como una intuición, como un instinto o como un
brevísimo viaje al pasado que hizo tu cerebro a algún momento anterior en el
que atajaste una pelota. Lo buscaste, lo encontraste, lo trajiste al presente y
lo convertiste en acción: la pelota está en tus manos.
Estos viajes (obvios, sí, pero
ciertos) son realizados muchísimas veces por nosotros, a lo largo de la vida.
Tienen que ver con nuestras experiencias y nuestros instantes, durante el intervalo
de historia en el que habitamos el planeta. ¿Pero qué pasaría si quisiéramos ir
a tiempos en los que no figurábamos, en los que no había ni noticias de nosotros,
en los que no éramos ni un mero proyecto? ¿Y qué, si quisiéramos viajar hacia
delante centurias enteras, hacia fechas inimaginables en el mañana? Estoy
hablando de mundos anteriores o posteriores a nuestras existencias. A la Edad
Media, por ejemplo.
Tal vez necesitaríamos una
máquina.
THE TIME MACHINE
¿Qué es viajar en el tiempo? Así
lo explica el filósofo David Lewis, de Princeton University: “Un viajero parte
y después llega a su destino; el tiempo trascurrido entre partida y llegada es
la duración de la jornada. Pero si es un viajero en el tiempo, la separación
temporal entre partida y llegada no es igual a la duración de su jornada. Sale;
viaja durante, digamos, una hora, entonces llega. El tiempo al que llega no es
el tiempo de una hora después de su partida. Si ha viajado al futuro es más
tarde; si ha viajado al pasado, más temprano. Si ha viajado muy lejos hacia el
pasado, puede ser incluso anterior a su nacimiento. ¿Cómo es posible que los
mismos dos sucesos, su partida y su llegada, estén separados por dos cantidades
desiguales de tiempo?”
La palabra máquina quizás no sea
la más adecuada para nombrar el artefacto; la relatividad nos dice que las
distorsiones temporales vienen por el lado de los fenómenos gravitatorios. No
se trata de aparatos mecánicos ni electrónicos. Desde 1950 en adelante,
cantidad de físicos y matemáticos se han ocupado, en sus recreos, del tema. Hay
decenas de nombres destacados: Von Stockum, Kerr, Morris, Yurtsever, Thorne,
Novikov, Gott, Wheeler, Hiscockm, Einstein, Rosen, Gödel, Polchinski, Hawking,
Rovelli. Todos ellos fueron componiendo una trama de ejercicios lúdicos, agregando
teorías complementarias o disconformes, pero jamás agresivas, siempre creando
en positivo. Fue como una conversación mantenida a medida que se iban
descubriendo o aclarando nuevas leyes naturales, casi sin competir. La
constante es que ningún físico dijo jamás que viajar en el tiempo fuera una mera
ilusión desesperanzada.
La ficción los acompañó, como es
debido. Desde la precaria máquina de Wells hasta las visiones de Verne,
Heinlein, Asimov o Bradbury; los ingenieros de Primer, los mercenarios de
Tenet, los atrapados de Coherence.
A veces los físicos se
desmienten, pero en el caso de los viajes en el tiempo siempre lo hacen con
simpatía y caballerosidad. Hawking, por ejemplo, antes de morir decretó que los
viajes al pasado eran imposibles, debido al principio de causalidad, lo que provocaría
inmensas paradojas. Donde Hawking termina sus estudios (porque se muere) larga
Rovelli, un científico dedicado a la cuántica que fue aprendiz del gran
Stephen. Lo primero que hace es desmentir a su maestro: en física cuántica la
causa no tiene por qué anteceder al efecto. Por lo tanto es posible viajar al
pasado sin despertar paradojas literarias, adentro de un agujero de gusano.
En la ficción las máquinas son especialmente
divertidas: la cápsula metálica de Wells, el túnel hipnótico de Douglas y Tony,
el DeLorean de Marty McFly. En “Los mundos anteriores” acabo de colaborar con
una que tiene dos cilindros. Uno está acostado, de titanio. El otro cilindro
está parado, y es de espuma cuántica. Tuve en cuenta las indicaciones de
Hawking acerca de que no pueden viajar seres humanos sin espaguetizarse,
por lo que recomienda lanzar avatares. Los míos tienen cuerpos de treinta años
y están cargados con todo el saber que adquiriste en tu vida, jovato, lo
que te vuelve muy inteligente con apariencia juvenil. Mejor, no vas a
encontrar.
LA PARADOJA DEL ABUELO
Es la más conocida de todas, la
que inspiró “Volver al futuro” y “Terminator”. En el sitio El Cedazo (son
profesores que cuentan las cosas más inverosímiles de la física y la
matemática; los amo, búsquenlo porque no tiene desperdicio) la explican así: “Una
persona toma una máquina del tiempo (un agujero de gusano, o lo que sea) y
regresa a un punto del pasado en donde ni él ni sus padres han nacido todavía.
Esta persona se encuentra con quien en el futuro será su abuelo; toma un arma y
-digamos accidentalmente- lo mata. La situación que se plantea es la siguiente:
si el abuelo murió de joven, nunca habrá nacido, pongamos, la madre del
viajero, ni tampoco él. Si no hay viajero, no hay asesinato. O, dicho de otro
modo, el viajero mata a su abuelo sí y solo si no lo mata: esta es la
contradicción. Por supuesto, no hace falta que quien muera sea el abuelo; la
paradoja sería más explícita si el viajero asesinase a su propia persona del
pasado.”
En “El ruido del trueno”, el aventurero
que va a cazar tiranosaurios a la prehistoria puede apuntar con su carabina
solo un microsegundo antes de que el animal muera de muerte natural, y caiga.
Pero se pone nervioso y salta la pasarela, cayendo en la jungla. Los
organizadores lo rescatan y lo vuelven al presente, donde han cambiado algunas
cosas. Él se mira la suela del zapato y descubre que ha pisado una mariposa. La
hipótesis de Bradbury compartida con todos los físicos que van desde la
relatividad hasta nuestros días, nos dice que podemos viajar al pasado siempre
y cuando no toquemos nada que ponga en peligro el curso de la historia.
MUNDOS PARALELOS
Hay una solución literaria para
dirimir los complejos laberintos paradojales; son las que se utilizan en los
“Stranger things”, en algunos episodios de “La dimensión desconocida” y la que
nombra Vonnegut en “Matadero cinco”. “Escuchen, Bill Pilgrim se ha quedado
atrapado en el tiempo”. Es una paralización que proviene de la conciencia
(Vonnegut también la aplica al final de “El desayuno de los Campeones”, cuando
somete a su personaje a un viaje cósmico relámpago). Pillgrim se ha vuelto loco
al lidiar con el horror de la guerra, y queda encerrado en ese presente eterno.
Va y viene sin moverse de la silla. Es una especie de prisionero de un rulo del
tiempo.
“El día de la marmota” también
juega con ese experimento. Y una novela nueva de la danesa Balle, “El volumen
del tiempo”, lo expone de igual modo. No sabemos cómo sigue porque es el
primero de ocho libros que aún no han sido publicados (es una novedad de
Anagrama). Dice uno de los profesores de El Cedazo acerca de los Universos
Paralelos:
“¿Por qué debería haber otros
universos aparte del nuestro? Y si así fuere, ¿cómo lo sabríamos? Generalmente
se dice que resuelven las paradojas de esta forma: al viajar al pasado, lo que
se está haciendo es viajar hacia otro universo paralelo al nuestro, donde
alguien podría perfectamente asesinar a su abuelo o impedir la muerte de Luis
XVI. No existiría contradicción alguna, ya que el universo en donde el viajero
nació es distinto al universo en donde el abuelo murió de joven y el viajero
nunca nació.”
Lo único malo es que los cambios
producidos en cada viaje provocarían la aparición de más y más universos
intervenidos, algunos parecidos entre sí, tal vez, o muy diferentes, depende
los disturbios que hayan ocurrido para cambiarlos. Me parece una solución
fácil, decidí no adoptarla para mi libro.
Odio “Stranger Things”.
LA ACUMULACIÓN DE REPETICIONES
Parece un título de Ballard, pero
es adonde me llevó este texto homenaje de tantas máquinas y viajantes. Los
físicos elogiaron solamente dos ejemplos de la literatura y el cine, que yo
sepa, en donde dicen que estos viajes tienen mayor verosimilitud. Uno, es el
largo cuento “Por sus propios medios”, que Robert Henlein escribió en 1940.
Otro es el film de Shane Carruth que ya nombré, “Primer”.
En el cuento se abre un portal y
Wilson, que está estudiando muy concentrado, recibe una visita. El
hombre es su yo del mañana, que le viene a dar aviso de una noticia importante.
Hablan. El recién llegado lo convence a viajar al futuro. Wilson 1 se mete por
el portal y llega a un lugar en el que le dan indicaciones precisas: tiene que
regresar al presente a cumplir el plan. Wilson 1 vuelve y ve a dos Wilsons en
su cuarto, porque llega inmediatamente después de que haya llegado Wilson 2. Y
se descubre a sí mismo como Wilson 3, rogándole a Wilson 1 que pase el portal
porque le van a dar una noticia importante. Y así constantemente, hasta que el
cuarto se llene de Wilsons.
La idea de la
repetición espanta a los brokers de “Primer”, que para lo único que quieren
viajar al futuro es para anotar las subidas en la bolsa, volver al presente e
invertir en aquellas que saben que rinden exitosamente. La primera vez lo
festejan, han ganado montañas de dinero y nada raro parece haber ocurrido. Pero
viajan de nuevo y se encuentran a sí mismos en el futuro, haciendo notas en la
sala de la bolsa, lo que les provoca pavor. La repetición de un personaje
también se ve en “Coherence”, y parece ser una constante cuántico-terrorífica.
Como mínimo, esta acumulación de gente copiada pasa a ser un problemón para los
deterministas einstenianos.
Carlo Rovelli dice en
“Helgoland” que todo esto tiene que ver con la teoría de los “muchos mundos” de
la física (anteriores y posteriores, agrego yo) y explica que hay un modo de
evitar la multiplicación de mundos y de copias de nosotros mismos con un
razonamiento fino. Nos lo proporciona un grupo de teorías de “variables
ocultas”. La mejor de ellas fue concebida por De Broglie, el creador de las ondas
de la materia, y puesta a punto por el científico David Bohm en 1950. Pero para
explicar esto necesitaría aceptar la indeterminación de Heisenberg en una nota
que duplicaría a la presente. Y no soy un físico cuántico, apenas si un buen
lector. A veces, muy de vez en cuando, escritor.
PEQUEÑO DIÁLOGO DE
“LOS MUNDOS ANTERIORES”, PARA TERMINAR
“—Resulta
que viajé con Crónicas marcianas en el bolsillo —comenzó Nane—. Pero
llegó en blanco, sin los cuentos. La batería de Litio que también traje, sin embargo,
retuvo las palabras escritas: indicaciones de voltaje, marca, numeración. No
entiendo qué puede haber pasado.
—Otro
libro tal vez hubiera llegado correctamente. De Crónicas marcianas se
dice que es un Jinn.
—¿Un
qué?
—Es
una expresión utilizada por Igor Novikov, que a su vez la sacó del Corán —
explicó Morel—. Un Jinn es un objeto fabricado mediante una falacia temporal.
Dicen que Bradbury no podía llegar con la entrega del libro en el plazo
estipulado. Se había gastado el anticipo y las prórrogas, y tenía problemas con
su mujer. Le quedaban dos semanas. Entonces viajó un año al pasado en una
máquina del tiempo y se hospedó en un hotelucho de mala muerte, donde alquiló
una máquina de escribir. Trabajó en sus marcianos y volvió al presente con el
libro redactado. Para su vida solamente había pasado un minuto.
Nane frunció la
nariz, como si no le creyera.
—La
otra versión es que viajó un año hacia el futuro y compró un ejemplar de su
propio libro en el comercio —siguió explicando Morel—. Cuando volvió al
presente no tuvo más que pasar las páginas impresas en su Remington. Las dos
semanas le sobraron para la tarea. En ambos casos pudo entregar a tiempo.
—Entiendo
—dijo Nane—. Es un objeto nacido de una paradoja.
—Algo
así.
—¿Y
usted cree que Bradbury puede haber viajado en el tiempo?
—A Bradbury le creo todo —dijo
Morel.”
“Los mundos anteriores” es la
última novela de Gustavo Nielsen, recientemente publicada por el Fondo de
Cultura Económica en su colección Popular.
¡Gracias, Pablo Perantuono!