30.8.05

VALIENTE MUCHACHADA

Escribo de lo que me da miedo.

Mi memoria trabaja de un modo particular que nunca termino de entender. Puede estar obsesionada con algunos detalles y recordarlos como a amigos muertos, y de repente olvidarlos como si jamás hubieran existido. Eso me pasa con el recuerdo de mi Servicio Militar. Hay detalles puntuales que concentran la memoria de toda la guerra, de esos días oscurecidos por los nervios, y cosas importantes que no sé por qué olvidé.

Cuando estábamos por salir del Distrito hasta Punta Alta para hacer la instrucción, le pedí un favor a un chico que no conocía. Él se estaba despidiendo de su abuela. La señora lloraba. Yo había supuesto que no íbamos a salir esa misma tarde, sino un día o dos después. Ni siquiera había dejado un mensaje en casa. Escribí el número de teléfono en un papel, para que la señora pudiera avisarle a mis padres. A las dos horas viajábamos con el chico en el mismo tren militar. Era carpintero y vivía en Ramos Mejía. Anoté su número de teléfono y lo guardé.

Me habían destinado al Crucero “General Belgrano”. Estábamos a dos semanas de que empezara lo de Malvinas. Yo era radarista; recorría los pasillos metálicos del buque desde la planchada hasta la sala de mandos. Las puertas eran rectángulos con los vértices curvos; había que levantar los pies para pasar de un compartimiento al otro. Llegué a dormir muchas noches a bordo, en la cucheta que tenía asignada, dentro de un camarote para seis conscriptos. El espacio entre cuchetas era tan angosto que hacía difícil el despertar sin golpear con la cabeza en el elástico superior. La sala de radares del Belgrano, con la luz apagada, parecía la cabina de un avión. El brillo de cada pantalla se reflejaba sobre nuestras caras con distintos tonos de amarillos y verdes. Era algo mágico, que me tocaba hacer por el simple mérito de ser universitario (había rendido correctamente el examen de ingreso a Arquitectura) y porque todavía no había llegado mi pase para la Capital.

Pero una mañana llegó; el peligro de la guerra era grande y mi padre, que hasta ahí no había reaccionado porque creía que la colimba iba a poder templar mi carácter podrido, hizo funcionar sus contactos de urgencia. Yo estaba feliz porque volvía. Para cubrir mi lugar en el buque recomendé al carpintero, que para ese entonces era mi amigo, y porque a él le encantaba estar ahí. Nos dimos un abrazo de despedida. Volví a Buenos Aires con un mensaje tranquilizador para su abuela: ese barco estaba mal pertrechado, jamás iba a moverse demasiado lejos del puerto.

Torpedearon el Belgrano un domingo a la siesta. Yo estaba en Castelar, acababa de almorzar y tenía abierta la ventana del dormitorio. Desde la calle venía un murmullo extraño, como de procesión. Valiente muchachada de la Armada.

Conservé el teléfono del carpintero durante largos meses. Llamaba casi todos los domingos; de tarde, de noche, de mañana. Siempre contestaba la abuela. Oía su voz y cortaba inmediatamente. A cada rato me acordaba de él. Lo veía perdido en una balsa; su radar escorado en medio de vientos de huracán. Imaginaba los ahogados, el incendio del impacto, la fisura en la piel del crucero. Las sonrisas inglesas. Cada vez que marcaba ese número veía la gente cayendo desde cubierta, chupada por la vuelta de campana, absorbida hasta un fondo sin peces ni luces. Veía apagarse la estela final del radar, esa luciérnaga giratoria que dirigía mi amigo.

“Soy una mujer vieja y me está asustando”, dijo un día su abuela, cansada de atender un teléfono vacío. Entonces quemé el papel con el número escrito en mi letra. Y, aunque ya lo sabía de memoria, me esforcé por no llamar. Pasó un año. Sentí que el momento de la verdad había llegado. Junté el coraje necesario para decirle a la señora que quería saber de su nieto, enterarme de lo que hubiera sucedido. Malo o bueno. Quería decirle que yo no había tenido la culpa, que lo recomendé para el puesto porque él ansiaba eso, porque le fascinaban esas pantallas luminosas y exóticas, como televisores con la imagen deshecha. Marqué el número. Me atendió otra voz. Mi memoria, en un ingenuo modo de defensa, había cambiado las cifras.

Hoy ese chico debe tener sesenta y tres años. Sé que es petiso, morocho, de buen reír, y tiene las manos llenas de callos.

25.8.05

RUNAS

- Aparezco – dijo Fabiana.
Había llegado a mi casa porque le había gustado una de mis novelas. Tenía una sonrisa contagiosa. Lo que se dice “un bombón”. Hablamos un rato; le hice de comer, la besé y nos fuimos a la cama. Vivía en Ituzaingó. Se fue por la mañana. ¿Cómo había aparecido?
- Por las runas –. Explicó que se trataba de unas piedritas con una especie de alfabeto, que al tirarlas le narraban el destino. Mi novela la había convencido, había consultado a las runas y le habían revelado que yo era el hombre de su vida. Por eso me quiso ver, por eso se acostó, por eso seguimos amándonos durante meses, y nos fuimos de viaje a Miramar. Sobre la arena me tiró las cartas con la baraja española, la tarde antes de volver.
- No aparezco más – dijo, perpleja.
No habló otra palabra durante todo el viaje. Tuve diarrea; el baño del micro apestaba. Me picaron varios mosquitos. No dormí ni un segundo.
Llegamos a Retiro y se despidió de mí para siempre.

BIZZIO EL VICIO / BUENAS, GAMBAROTTA

Viera usted lo que vi,
la otra noche por aquí…
(no, no voy a cambiar el tono, la verdad que no quiero
rimar así porque sí, darle la impresión de que uso
música para mentir): Luz mala ¡de no creer!
estaba garchándose un marciano.
A ella, que es varón, la conocemos todos;
el otro era bastante cabezón, verde y con antenas,
parecía recién llegado de ahí nomás, del televisor.
¿Sabe cómo estaban? El marciano prendido a un poste
con los dedos, boca abajo, de panza y en el aire
porque las piernas abiertas le flotaban;
Luz mala le daba y le daba casi sin moverse,
con mucho estilo, la gorra bien calada,
entrecerrando el ojo izquierdo por el humo
del cigarro en la comisura (puesto ahí).
Bueno, vi el asunto y me tiré en un yuyo.
“No te acabes todavía –le decía el extranjero-,
pero avisame cuando llegue. ¿Ustedes dicen así
acá, acabar?” –le preguntó. El culo
se le inflaba y desinflaba como un globo
a cada empujón. “Hablame,
decime de vez en cuando alguna grosería.
¿Sos casado? ¿Se llevan bien?”, insistió
el marciano. Luz mala seguía callado,
serruchaba al extraterrestre con tanta maestría
que daba la impresión de que no la sacaba,
de que siempre la ponía. “¿Cuánto gana por mes
un poeta acá en el mundo? ¿Tienen obra
-despacio, muchacho, que soy de afuera- social?
Haceme un favorcito: sacala hasta la punta y
ay, era justo eso lo que te iba a pedir”.
El marciano hablaba tanto que me hizo calentar.
Arrastré una mano por la tierra y me pajié.
Después, cuando volví a mirar, el paisaje
se había descolorado, ya no era igual.
Me pareció menos lindo, de nuevo raro.
Me pareció que lo que hacían no le gustaba
a ninguno de los dos. Luz mala estaba
de pronto muy poco vital, como chupado
por el reflejo del marciano en el platillo
(estacionado por las dudas ahí nomás).
Entonces, apagada ya mi sed, comprendí
lo que vi -¡mi Dios!-: con el orto
el marciano se lo comía (¿cómo dicen
allá en la UBA?) literalmente, sí. Comía.
El culo le hizo chomp y –¡bestia!- se lo tragó.
Luz mala se apagó como una luz.
Una gota de sangre, una chispa quizá,
flotó en el aire un minutito, no más. Después
el marciano se pasó una servilleta por el culo
y, mirando alrededor, subió rápido al plato
y se mandó a mudar. Yo, aturdido por la experiencia,
con la mano llena de leche y tierra pegoteada
me tapé la boca para callar el corazón.

24.8.05

NOTICIA DE LIBRUSA

Agencia Internacional de Noticias Literarias Librusa
MAS DE 55.000 LECTORES DIRECTOS EN TODO EL MUNDO
DIRECTOR: JOSE CARVAJAL

MIERCOLES, 24 DE AGOSTO DE 2005

Escritor argentino Gustavo Nielsen editará “obras completas” en Weblog

BUENOS AIRES, Argentina (Librusa) - El escritor argentino Gustavo Nielsen, cuyos libros aparecen bajo sellos de editoriales importantes como Alfaguara y Planeta, ha creado un Weblog para publicar sus cuentos y asegura que no detendrá dicha práctica hasta editar sus obras completas.

“El blog se llama Mandarina, y la dirección es mandarinasdulces.blogspot.com”, dijo el escritor en un mensaje enviado a Librusa.

“Los cuentos se pueden leer gratis, y conocer cómo los escribió y demás ingredientes de la cocina de un escritor”, agregó Nielsen, que hace poco protagonizó un escándalo al ganar una demanda judicial que entabló contra el novelista Ricardo Piglia por supuesta manipulación en el Premio Planeta-Argentina que este último ganó en 1997 por su novela “Plata quemada”.

Gustavo Nielsen nació en Argentina en 1962. Entre sus libros publicados por Planeta y Alfaguara figuran “La flor azteca”, “Playa quemada”, “El amor enfermo”, "Marvin" y "Auschwitz".

PARTE DE MI DISCURSO DEL CHACO

"Leer sirve para todo. Tengo más simpatía, tal vez, por los libros que por la literatura. Que recuerde, menos amar, todo lo que sé lo he aprendido de libros. Y tengo una afición – fascinación particular por aquellos que, sin la total necesidad de estar perfectamente escritos, sus autores hicieron un esfuerzo desmedido, adicional, literario, por hacerme entender lo que querían decirme.

Uno de mis libros favoritos, a la hora de ilustrar este ejemplo, es “La dieta médica Scardale”. El que lo termine, sentirá la absoluta, irrenunciable necesidad de SER UN SOLDADO ESCARDAL. Está escrito para las multitudes, pero le hace sentir al lector que fue hecho sólo para él. Otro es Cómo ganar amigos, de Dale Carnegie. Son libros que casi, casi, son adaptaciones. Adaptación de una dieta y de un curso lleno de datos ambiguos, comerciales. No sólo explican lo que deben, sino que, además, lo hacen interesante y ameno. No digo que sean libros que sirvan. A mi no me sirvieron; está a la vista. Aunque parezca fácil, COMUNICAR DE MANERA SENCILLA ALGO COMPLICADO es lo más difícil de la experiencia de la escritura. Si no me creen, prueben. Cuéntenle a un ciego cómo es el color rojo.

En no ficción lo hace Elsa Canestro en su colección de experimentos de física, lo hace Froid en lo siniestro y en el significado de los sueños, lo hace Chueca Goitía en Breve historia del urbanismo, lo hace Arneheim en Arte y percepción visual y no lo sabe hacer en El quiebre y la estructura; lo hace Sontag en Sobre la fotografía; Barthes en La cámara lúcida; Foucault en Vigilar y Castigar y nunca, nunca, nunca en Historia de la sexualidad; Truffaut en El cine según Hitchcok; Shopennahuer en El arte de buen vivir; Ensenszberger en El diablo de los números; Oliver Saks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero; Tabarovsky en Literatura de izquierda; Dawkins en El gen egoísta; el ingeniero Dunne en Un experimento con el tiempo; Arthur Clarke en La exploración del espacio; Gabriel Gellon en El huevo y la gallina; Daniel Link en Cómo se lee y otras intervenciones críticas; Malba Tahan en El hombre que calculaba; Eco en Cómo se hace una tesis; Joyce Carol Oates en Del boxeo; Víctor Murgia y Alejandra Rodríguez en Formas de mirar, Stephen King en Mientras escribo y Diego Golombek y Díaz en ADN, 50 años no es nada.

Son todas lúcidas interpretaciones de mundos cerrados destinadas a mandar un mensaje a nuestro mundo, el de todos, y el mensaje puede ser de arquitectura, sociología, heurística, filosofía, cocina, genética. No importa. Explican lo inextricable con excelencia. Conceptos difíciles con palabras comunes.

En ficción, y por nombrar sólo a gente de mi generación, podría dar una lista alternativa de historias maravillosas, de textos que me entretuvieron y me dieron felicidad. De Martínez, el cuento Infierno grande y la novela Acerca de Roderer; de Oliverio Coelho, Los invertebrables; de Guebel, Los elementales; de Piro, Versiones del Niágara; de Bernatek, varios de sus cuentos; de Andahazi, El anatomista; de Accame, Venecia y Cumbia; de Chernov, Anatomía humana y Amores brutales; de Fresán, Historia argentina; de Forn, Nadar de noche; de González Amer, Danza de los torturados y El probador de muñecas; de Caruso, Brüll; de Schewlin el cuento Matar un perro; de Andrea Maturana (Chile), los cuentos eróticos de Desencuentros desesperados; de Sergio Gómez (Chile), cualquiera de sus cuentos de deportes; de Andrés Gómez (Chile), el cuento La casaca verde del Che; de Martín Rejman, Velcro y yo; de Kazumi Stahl, Catástrofes naturales; de Birmajer, Fábulas salvajes; de De Santis, La sexta lámpara; de Tabarovsky, Fotos movidas; de Ponsowy, Enemigos afuera; de Cucurto, La máquina de hacer paraguayitos; de Savedra, El velador; de Becerra, Santo; de Ramos, El origen de la tristeza; de Suárez, Rata paseandera; de Brizuela, El placer de la cautiva; de Fernanda García Curten, La noche desde afuera; de Fasce, La felicidad de las mujeres; de Varsavsky, Nadie alzaba la voz; de Bizzio, Paraguay, Gran Salón con Piano y Mínimo Figurado.

Seguro que me olvido de alguien, pero los que están, están."

23.8.05

LIBROS RECIBIDOS

"KANAKA", Premio Julio Cortázar 2004, de Juan Bautista Duizeide. No sé cómo será el libro, pero el autor es un tipazo. Lo conocí la vez que fui a La Plata, y le pedí el libro a Paula, de Alfaguara. Ella, Analía o alguien de prensa me lo envió muy cortesmente. Saludos también para Julia y Fernando, de la misma editorial.

"Los rostros de la escritura", fotos de Daniel Mordzinski; la colección "Leer por leer" del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología; la colección "Leer abre los ojos", publicada por la Fundación MG; "Gente rara", cuentos de Mempo Giardinelli; "De transparencias y rupturas", poesía de Mario Trecek. Me regalaron todos estos libros en el congreso del Chaco. Gracias.

22.8.05

LA PRUEBA

De que "Tutucas" es una historia de la vida real (por eso vale más). ¡Chupate esta Mandarina!

CRONICA MÍSTICA DE UN CONGRESO EN EL CHACO

Fue en Resistencia, lo dirigió Mempo Giardinelli, es el décimo que hace y hubo un montón de gente. Público: 500 personas que… ¡pagaban por vernos! Rarísimo. Acá no funciona ni que les pagues vos.
Mempo hace los congresos para fomentar la lectura. Fuimos allí con el equipo técnico de Milanesa, vestidos de celeste, a bendecir los recintos y constatar el milagro de tanto espectador. Lo dicho: es verdad. Aunque monseñor Arancibia no pudo bendecir nada porque en la primera cena se tomó entero el litro de agua bendita que llevábamos y kaputt, se tuvo que volver con una diarrea padre. Menos mal, porque en el cuarto del hotel había sólo tres camas. En una dormí yo, en otra Bucay, que ronca como un oso y se tira unos pedos horrendos; en la última durmieron Claudio y Osho, que se hicieron amigos. Con los pies de uno para el lado de la cabeza del otro, al estilo Necochea. Paúlo no durmió un sólo instante; se la pasó en la mesita escribiendo la continuación de “El Alquimista”, en un ataque de inspiración que le duró los tres días. Dijo que le pondrá de título “El Anatomista”. Le dije que ya había un título así. A media tarde del jueves lo llamó Pigli para ver cómo iba, y le recomendó que le cambiara una letra al título, total nadie se iba a dar cuenta y dentro de todo Andahazi es joven, tiene muchos libros por escribir, seguro que no le importa.
Me tocó dar la conferencia con Guillermo, que venía fresco en su vuelo jet de primera. Leyó el primer artículo de su último libro, que es muy bueno. En mitad de la lectura emitió una columna de humo por la boca y dijo:

“VOLVERÁN LOS COMMENTS A MILANESA”.

Lo catalogué como presagio; pero no había nadie para constatarlo.
Yo leí el clásico “dos egos”, un poco reformado para la ocasión. Publicaré los párrafos correspondientes a la reforma. También había, en la mesa, un mexicano de esos que cuentan cuentos. Completó la noche Ana Padovani, otra cuenta cuentos. A mí mucho no me cabe eso de andar contando oralmente cuentos que están escritos, en lugar de leerlos. Me parece un reverendo asquito. Pero nos bancamos el chou y después nos fuimos a morfar. Bucay se comió todo, y tomó tres botellas de vino. Volvió borracho al hotel y se tragó el blindex de la entrada, por lo que lo tuvieron que internar de urgencia. Claudio se pasó a su cama argumentando que los pies de Osho huelen horriblemente; no te salva ni la Madre María, ni la Puta Meditación Trascendental, dijo.
Angélica Gorodischer, en el desayuno, recitó este hermoso poema:

“Un rengo, de parado, se cogía
a una mina fulera que tenía.
Y por culpa de su pierna malhadada
manchaba el pantalón con la vaciada.

Moraleja: El que mal anda, mal acaba.”

De inmediato quedó contratada como “mi tía”, por lo que pasamos a tener una relación familiar. Salí a mi segundo evento, que era en el colegio CEP Nro 11 “Lino Torres”. Coordinaba el profesor de letras Miguel Szabó, recopado. Ojalá uno hubiera tenido profesores así. Presenté el clásico “Marvin X 2”, cuento y película. Se destacaron por sus preguntas inteligentes los estudiantes Noelia Moreira, Laura Ranea, Jessica Benítez y Daniel Azula. Un periodista del “Norte” me sacó una foto mientras hablaba; en el diario parezco un evangelista con la Biblia de Don Marcos Aguinis en la mano. Debe ser por el aura del Taller Místico. A la salida pasé por la feria (no del libro)y compré dulce de alcayota (o alcoyana, no me acuerdo bien) y de lima. El resto del día me rajé del Congreso y fui a conocer Corrientes, a un paso de remís cruzando un puente. Me encontré con una ciudad maravillosa, de cuatrocientos años de antigüedad, perfectamente conservada y con un paseo costero que bien quisiéramos nosotros. Tilos en flor. Volví a la noche para la cena y la tertulia literaria.
El poeta chileno Jorge Montenegro leyó lo siguiente:

“UTOPÍA:
Soñé que los niños cantaban en los micros por amor al arte”

Se llevó mi aplauso.
Después fuimos a comer unos choripanes a una librería. Me manché la remera celeste con grasa y una chicas me ayudaron a limpiarla. La mancha mojada me dio frío. Mario Golobof tenía un pulóver de más. Se lo pedí y no me lo prestó. Argumentó que se lo iba a manchar. Entonces, el equipo de Milanesa lo maldijo. No les extrañe que Mario ya no publique ningún libro en el futuro. Para deshacer la maldición deberá ir en procesión, arrodillado, del Chaco a La Plata, sin repetir y sin soplar, acompañado por nuestro Premio Odol Pregunta Místico. Ya saben los que no sean solidarios con nosotros o dejen mensajes jevis, cuando los comments vuelvan a florecer en la semana entrante.
Angélica Gorodicher, o mejor dicho mi tía, repartió tarjetas personales… ¡DORADAS! Uau. De oro.
El sábado a la mañana fue el cierre. Paúlo terminó su novela y agradeció al público presente, aunque no había hecho nada. La novela se titulará “El Anatemista”. Nuestro equipo donó las lágrimas de Aira a unos chicos indigentes, para que jueguen a la bolita. Nos tomamos un avión de vuelta y fin.
Puta, dejamos a Bucay.

20.8.05

PUSE CUATRO SHARON OLDS MÀS

Pero los puse mal, y salieron un poco màs abajo. Como me estoy rajando para el cierre del Foro, lo arreglarè despuès. Gracias por las decenas de comentarios (por mail) que piden que vuelva a poner los comentarios (en el blog). Pero voy a esperar un par de semanas. Saludos para todos. Gus.

18.8.05

SHARON OLDS / SU OLOR

Durante sus últimos días de vida
quise encontrar un nombre para su olor: como levadura,
catalizador ocre alimentándose de líquido,
ingiriendo malta, excretando arrope,
fermento agrio, embriagador, exultante,
la bebida fuerte del sudor de mi padre.
Me inclinaba sobre la cama del hospital
y lo olía. Era cemento húmedo,
era acera de granito triturado, era cuarzo
y esquisto jurásico, o el olor agrio
del humidificador de cobre
lleno de humedad, era la puna, eran hilachas
ennegrecidas de tabaco; era el recuerdo del cloro
en el piso del vestuario de la piscina durante el verano;
el tenue olor a moho de la alfombra de su casa,
el esputo mordaz que huye de las fauces
nubladas de un borracho. Era también la cavidad
de un zapato de cuero, rancio,
mezcla de betún y medias ácidas:
en su olor, siempre, esa sensación
de mancha y la atracción de la mancha,
la armonía del aceite y el metal,
como si los mundos de la manufactura y de la industria
hubieran decidido usar su cuerpo
como glándula para sudar. El último día,
se alzó en su frente, una esfera de sudor
compacto, la tomé en mis labios.
Después de su último aliento, yacía ahí,
tendido de costado, inmóvil,
sin respirar, sin proferir sonido,
pero su olor era el mismo, ese olor viciado
fresco industrial doméstico varonil,
oscuro, reflejando puntos de luz.
Alguna vez pensé que al final
sería una palabra, una mirada, la presión
de su mano. Nunca, que él moriría
y yo, después, me inclinaría para olerlo,
respirándolo como se respira el aire,
profundamente, antes de partir hacia el exilio.

17.8.05

CHACO

Mañana viajo al Foro de Mempo Giardinelli en Resistencia. Voy a leer una ponencia que después postearé. En realidad, "viajo" es un decir, porque va el Taller Místico Milanesa a full. Claudio María Domínguez, Osho, Paúlo, Bucay, Monseñor Arancibia y yo. Mempo nos pidió que bendijéramos el Congreso. Como hay sólo cuatro asientos, Osho va en la falda de Claudio. También va, pero en un jet personal, Guillermo Martínez, con ponencia propia. Parece que tiene una revelación para contar. Por las dudas llevamos un relicario con las lágrimas de Aira y, como siempre, el libro "¿Qué hacer?", de Don Marcos Santo, fuente de toda razón y justicia.
Haberá comentarios.

"TUTUCAS" EN MANDARINA

Este es un cuento relativamente nuevo. Para escribirlo fui al zoológico con mi sobrino Blas, a quien le gusta dibujar como a mí. Llevé un grabador. Tenía la historia; al zoológico fui a buscar los posibles diálogos y las descripciones espaciales. Hicimos un montón de dibujos de animales, que postearé la semana que viene, más como prueba que como ingrediente. La pasamos bien.
Después escribí la historia de un tirón, pero no quedó. La corregí varias veces; nunca daba en el clavo. Prometía ser uno de esos cuentos imposibles. Ana María Shua lo leyó y me dijo que no la convencía la malignidad tonta de la boa. Me mandó a releer “Bomba, el hijo de Tarzán”. Lo examiné un poco más y sí, era eso. La boa tenía que mostrar peligro, sin representar malignidad. Paquita es un animal. Yo la había demonizado.
Arreglarlo, una vez que se conoce la falla, es fácil.
Tutucas salió publicado en “Marvin”, editorial Alfaguara, en junio de 2003.

16.8.05

SHARON OLDS / MÁS ALLÁ DEL PELIGRO

Una semana después de que murió
de pronto entendí
que su amor por mí estaba seguro:
ya nada lo podría alterar. A veces,
durante el último año, su rostro se iluminaba
cuando yo entraba a su habitación,
y una vez, medio dormido,
sonrió al pronunciar mi nombre.
Respetaba mi arrojo:
la vez que me ataron a la silla,
ataron a alguien que él respetaba, y cuando
dejaba de hablar durante semanas enteras,
yo era uno de los seres a quienes no le hablaba,
alguien con un lugar en su vida.
La última semana lo dijo sin querer:
entré a su cuarto y le pregunté
“Cómo estás,” y contestó, “Yo a ti también”.
Desde entonces, temí perder esas palabras.
Hasta el último momento podía equivocarme,
ofenderlo. Bastaría una de sus muecas de disgusto
para que volviera a joderme la vida.
Intenté no pensar demasiado,
ayudaba a cuidarlo, le limpiaba el rostro,
lo acompañaba.
Pero un rato después de que murió,
de pronto pensé, con asombro, ahora
siempre me amará, y me reí:
estaba muerto, ¡muerto!

SHARON OLDS/ SUS CENIZAS

La urna era pesada, pequeña pero tan pesada,
como la vez, semanas antes de morir,
cuando quiso pararse y puse mi hombro
bajo el suyo, mi mejilla contra su
espalda desnuda repleta de pecas
mientras ella sostenía el orinal. Había perdido
la mitad de su peso
y aún así pesaba tanto que casi no lográbamos sostenerlo
mientras expulsaba la orina crepitante
como fuego líquido. La urna
pesaba lo que ese metro ochenta, se calentaba
en mis manos mientras la acariciaba bajo el pinsapo azul.
La pala sacó la última bocanada de tierra
de la tumba—habrá hecho el mismo ruido arenoso
cuando rasparon sus cenizas del horno—
los demás llegarían en cualquier momento y yo
quería abrir la urna como si sólo así
pudiera conocerlo. Sobre el césped húmedo,
bajo los conos cubiertos de rocío,
forcé la parte de arriba, se abrió, y
ahí estaba, la verdadera materia de su ser:
racimitos de huesos moteados; un arco óseo
descolorido, como un hongo nacido
alrededor de una rama; guijarros manchados:
quizá las manchas fueran los canales de su médula,
quizá por ahí nadaron moléculas vivas
como si tuvieran una voluntad
que pudiera llamarse propia,
quizás en cada célula los cromosomas
emitieron destellos de luz al dividirse, chispas
al dejar atrás sus copias
relucientes. Miré ese salpicón de escamas,
esos restos semejantes a un avispero
de papel deshecho: qué era eso, era un hueso
de su muñeca, era su rótula elegante,
su quijada, o quizá esa parte de su cráneo blanda
al nacer: lo miré,
sus huesos y las cenizas donde yacían, blancas,
plateadas, como esas trémulas serpentinas de polvo
que la tierra va dejando a su paso al girar,
se siente su rugir pesado mientras se aleja.

SHARON OLDS / SENTIMIENTOS

Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido
yo lo miré, como si él o yo
fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo:
yo había perdido el lenguaje de los gestos,
no sabía qué significaba para un extraño
levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.
Mi rostro estaba mojado, el de mi padre
apenas húmedo con el sudor de su vida,
esos últimos minutos de trabajo duro.
Yo estaba recostada en la pared, en un rincón,
y él estaba echado en la cama, los dos hacíamos algo,
y todos los demás creían en el Dios Cristiano,
llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama,
sólo yo sabía que se había ido del todo,
sólo yo le dije adiós a su cuerpo
que era todo cuanto él era. Sujeté con fuerza
su pie, pensé en ese anciano esquimal
que sostiene la popa de la canoa mortuoria,
y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.
Sentí la sequedad de sus labios
en los míos, sentí la levedad de mi beso
mover su cabeza sobre la almohada
así como se mueven las cosas
como por su propia cuenta en el agua mansa,
sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,
se tambalearon las paredes, el piso,
el techo giraba como si no estuviera yo
saliendo del cuarto sino el cuarto
alejándose de mí. Me hubiera gustado
quedarme a su lado, cabalgar junto a él
mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,
verlo entrar a salvo al fuego,
tocar sus cenizas tibias, y después llevarme
el dedo hasta la lengua. A la mañana siguiente,
sentí el cuerpo de mi esposo
aplastándome dulcemente como una pesa
sobre algo blando, una fruta, su cuerpo asiéndome
a este mundo con firmeza. Sí, las lágrimas brotaron,
como el zumo o el azúcar de la fruta.
Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga: hay
leyes en este mundo y según ellas vivimos.

SHARON OLDS / EL CUERPO MUERTO

No soportaba dejarlo solo en la habitación
después de que murió. Durante meses
siempre hubo alguien con él, estuviera dormido,
despierto, en coma, siempre alguien, pero después
nos quedábamos fuera y él dentro,
solo: como si lo único importante fuera su conciencia,
ese hombre que tuvo tan poca conciencia, que fue
90% cuerpo. Yo no soportaba
esa forma de tratarlo como basura, íbamos a quemarlo,
como si sólo importara el alma. Quién era ése
si no él, tirado ahí, seco y abandonado.
Me enfrentaría a quienquiera
que no respetara ese cuerpo: que viniera
un estudiante de medicina y se atreviera a hacer un chiste sobre su hígado
y lo derribaría. Hubiera sido tan bueno tener a quien derribar.
Y si lo íbamos a quemar,
quería quemarlo entero, no ver
su brazo mañana en el cuerpo de alguien
en Redwood City, o que le arrancaran
la lengua para transplantarla, o ese ojo renuente.
Y qué si su alma ya no estaba,
yo lo conocí desalmado toda mi infancia, lo veía
acostado en el rincón más oscuro de la sala
con la boca abierta en el sofá
y ahí no había nada más que su cuerpo.
Así que en el hospital, me quedé a su lado,
acaricié sus brazos, su cabello,
no pensaba que estuviera ahí
pero igual ése era el hombre que yo había conocido,
un hombre hecho de sustancia espesa,
un hombre crudo, como esos seres primitivos
que poblaban el mundo antes de que Dios tomara
su peculiar arcilla y creara
a su propia gente.

SHARON OLDS / EL MOMENTO EXACTO DE SU MUERTE

Era él cuando respiró por última vez,
mi padre, aunque había cambiado tanto
que nadie que no hubiera estado con él
durante la última hora lo hubiera reconocido:
su piel, corpórea, como grasa animal,
los ojos hundidos en la cabeza,
la nariz adelgazada, la boca abierta
con esa lengua dentro como afirmación de la muerte,
una lengua seca, ondulada, oscurecida.
Podíamos ver la flema
crecida al fondo de su boca,
pero aún así era él, los brazos enormes, pesados,
las manchas de sangre bajo la piel,
negras y precisas, hasta ahí lo acompañamos
en cada paso, era él, su última respiración
fue suya, no inhalada como fruto del deseo,
pero suya, ligera como una semilla de algodoncillo,
huyendo de su boca y flotando en la habitación.
Y cuando la enfermera intentó oír su corazón,
su vientre plateado era su vientre,
y cuando se quedó parada
y asintió, por un instante era plenamente él,
mi padre, muerto pero él,
un hombre con la boca abierta y
manchas oscuras en los brazos. Parecía
alguien muerto en una lucha sin sangre:
tensos el cuello y la base de la cabeza,
como halando hacia atrás con violencia.
Parecía estar quedándose quieto, luego la piel
se tensó levemente alrededor de su cuerpo
como si lo puramente material lo reclamara,
y después, ya no era mi padre,
no era un hombre, no era un animal,
acaricié su cabello lentamente,
alzando mis dedos por sus ondas grises,
la materia sin vida y radiante,
la materia del mundo.

SHARON OLDS / EL ÚLTIMO DÍA

El último día de la vida de mi padre
lo bañaron por la mañana, doblaron la sábana a su cintura,
yo me senté con ellas y lo lavaron, clavículas,
hombros, costillas, pecho, la piel ocre,
irregular. Por la ventana veía
la montaña de California y sus pliegues
y pensé cómo habrá sido cuando fue hecha, suave,
tibia, maleable, pensé en mi padre antes,
casi líquido, insignificante, dentro de su madre.
Enjabonaban los ángulos de su cuerpo,
yo miraba la montaña, sus grietas,
sus sombras, sus luces:
siempre he querido creer cuanto ven mis ojos.
Doblaron la sábana hasta su cadera,
su muslo no era más que el fémur,
la piel como papel de carnicero
envolviendo un hueso para un perro.
Lo secaron y el pelo de su pecho se erizó,
salieron de la habitación por un momento
y quedé sola con él,
su pezón como un puñadito de guijarros,
trajeron una manta de algodón, tibia,
y giraron su cabeza hacia la ventana.
El amanecer resplandecía en su boca,
y en cada aliento yo veía una brasa diminuta,
una figura desmembrada temblar sobre su lengua.
Los lados de su lengua estaban salpicados
de óvalos mucosos como discos de marfil suave,
ahí sentada, yo miraba dentro de su boca,
nunca había entendido y tampoco
entendí entonces, el cuerpo y el espíritu.
Con la noche su respiración se hizo más corta,
la niebla caía azul, poderosa,
sobre casas y secuoyas,
apoyé mi cabeza en la cama en el camino de su respiración y la respiré,
aún dulce con su vieja dulzura mancillada
como la tierra húmeda con olor ácido y limpio a la vez.
Comenzó a oscurecerse una hora antes de morir,
su respiración se detenía por segundos
y volvía a empezar. Su cuerpo se arqueaba,
alejándose de la ventana, su piel
era de un amarillo vidrioso, respiraba, y se detenía,
respiraba. Pasé mis dedos por su cabello
y besé las comisuras de sus labios resecos. Respiró,
y su mujer y yo nos quedamos inclinadas esperando
la próxima respiración. Estaba volteado hacia mí,
la boca abierta y el cabello ondeando hacia atrás
como un hombre parado de cara al viento,
esperábamos y esperábamos la próxima respiración.
Luego la enfermera levantó sus párpados,
y en lo blanco, bajo cada iris,
había aparecido una línea oscura.
La enfermera le alzó la bata, vi su abdomen
relajado y gris, cubierto de pelo
como una promesa de bondad animal,
apoyó el estetoscopio contra su corazón
y esperó, luego bajó la bata
y dio un paso atrás, me miró, y asintió,
y entonces miré a mi padre,
su cabeza demacrada, su espalda arqueada
como para lanzarlo fuera de este mundo.
Puse mi cabeza en la cama al lado de la suya
y respiré pero él no respiraba, respiré y
respiré pero él se oscurecía,
mi padre. Apoyé mi mano en su pecho
y lo miré, miré sus pestañas,
los poros de su piel, las grietas en sus labios,
los pelos de su nariz.
Entonces acomodé su cabeza sobre la almohada,
se movía tan fácilmente, y su oreja,
aplastada durante la última hora
se desdobló en el aire
abriéndose como una flor.

15.8.05

SHARON OLDS / EL VASO

Recuerdo el vaso con asombro: todo el fin de semana
lleno de moco y pus sobre la mesa, frente a mi padre.
El tumor crece rápido en su garganta estos días,
destila pus como llamaradas el sol, lenguas
ardientes que lo hacen carraspear, toser,
escupir y escupir bocanadas de sustancia
espesa en el vaso. Luego se limpia los labios
-para eliminar hasta el último rastro—,
apoya el vaso en la mesa y ahí queda,
como un vaso de cerveza dorada, espumosa, brillante,
hasta que diez minutos después vuelve a toser,
coge el vaso, echa fuera el esputo lleno de burbujas,
como levadura viviente: es un dios
creando comida en su propia boca,
él, que ya no come nada, a veces un sorbo de leche
diluida en agua, que ni siquiera así logra pasar
más allá del tumor, luego la saliva asciende
tan viscosa que debe hacerla girar todo un minuto
en la garganta para regurgitar una esfera
en el vaso de flema que se pasa las horas
llenándose lentamente de glóbulos complejos,
lo vacío y vuelve a llenarse,
resplandece sobre la mesa
hasta que la habitación parece orbitar en torno suyo
como el sistema solar en torno al sol:
mi padre la tierra, una vez centro del universo,
ahora gira con nosotros en torno a su muerte,
el vaso de esputo radiante sobre la mesa,
sus últimas bocanadas.

13.8.05

SECCIÓN PERDER UN AMIGO / CRÍTICA

LA JOVEN GUARDIA / NUEVA NARRATIVA ARGENTINA
EDITORIAL NORMA / SELECCIÓN Y PRÓLOGO MAXIMILIANO TOMAS / PREFACIO ABELARDO CASTILLO


¿Cómo criticar a los que vienen después, a los verdaderamente jóvenes cuentistas, sin ponerse en el lugar del “me la sé porque ya estuve ahí”? ¿Cómo hacerlo sin dañar susceptibilidades, ya que seguramente serán –para algunos- las primeras críticas que reciban? Un modo es el que utiliza Abelardo Castillo: prologar sin leer el libro. Decidir que lo va a hacer como un acompañamiento de un hombre mayor. El boxeador no se juega más que por Poe o Gógol, y tal vez esté bien. Algunos de ellos deben ser sus alumnos, o de Liliana, o de Sylvia, o de algún otro taller amigo. La otra posibilidad es nombrar sólo aquellos cuentos que nos gustan. La última, criticar todo despiadadamente, como comenzaremos aquí en nuestra nueva sección PERDER UN AMIGO. Calenchu. Leí el libro cuidadosamente y quiero opinar. Va.

Son veinte cuentos. Los temas que se repiten son la cualidad / calidad del argentino (tres veces), pasando por el exilio y caída del idiota de De la Rúa con debacle Bancaria (cuatro o cinco cuentos), más la problemática del trabajo joven (cuatro o cinco más). Hay dos cuentos históricos - historicistas con paisajes extraños (“El Emperador Insomne”, de Germán Maggiori y “En silencio”, de Maximiliano Matayoshi) que no voy a comentar porque sus temas no me interesaron. Son algo así como la marca de “El Señor de los Anillos” en la mente de un escritor novel. Tampoco voy a referirme al texto de Garcés, escritor famoso ya, en el que juega con datos para escribir un cuento que no es un cuento, y que también abandoné. Es apenas un ejercicio de literatura. O sea: opinaré sobre mi propia selección. Fuera de esos tres ejemplos que dejé de lado no por malos sino porque no me daban ganas de terminarlos, considero que el resto puede dividirse en dos grupos. El grupo 1 o los cuentazos; el grupo 2 o los que están bien en algún sentido, pero les falta un poco para ser buenos. Para justificar la calificación también me remito, como Abelardo, al amigo Poe y al amigo Quiroga. Un cuento es una misma cosa desde hace mil años.

En el grupo 1 destaco, por orden de aparición, “Argentinidad”, de Diego Grillo Trubba, que además de ser maravilloso, es graciosísimo. Es la historia de un exiliado en Alemania que trabaja de enseñarle a ser argentinos a los alemanes, entendiendo la argentinidad en su modo más berreta. Una obra maestra del humor. Otro gran cuento es “El aljibe”, de Mariana Enriquez: es de terror, y da miedo (que no es poco). Otro es “Diario de un joven escritor argentino”, de Juan Terranova, que parece ser el mismo que hace www.elcocinerosalvaje.blogspot.com. Es un muy buen cuento sobre la escritura y los escritores jóvenes. Comparten este primer premio “Un lugar más alejado”, de Alejandro Parisi; “El imbécil del Foliz”, de Gabriel Vommaro; “La intemperie”, de Florencia Abbate y “Otra mujer”, de Oliverio Coelho (el de www.conejillodeindias.blogspot.com ). Cuentos interesantes, sorprendentes, excelentemente escritos y con una historia que salta al final. Muy bien diez felicitado.

El grupo 2 tiene, a mi ver, algunas fallas. Están los que casi entraron al 1, que son: “Las cosas los años” de Pablo Toledo, una historia enrarecida por el narrador, aunque con un estilo elegante, sobre la vida y la muerte de las parejas. Creo que lo que la empasta es el tono de generalidad, haciendo que el cuento se convierta en un “así pasa siempre” que le quita la fuerza que le hubiera dado el caso individual, con más detalles. Otro es “Un hombre feliz”, de Federico Falco, que viene bien narrado pero afloja al final. En Milanesa esperábamos algo más de tu personaje oscuro, Falco. Otro perfectamente escrito pero con historia flojita es el de Mairal; Pedro nos tiene acostumbrados a mejores cosas. Comparte nivel “Siesta”, de Gisela Antonuccio, que arma un ámbito muy peligroso con el cadáver de una madre acostada sobre la mesa de la cocina, pero que se queda en la tensión, sin cerrarlo al tono.

Entraron arañando “Morfan dos”, de Gabriela Bejerman, a mi gusto demasiado poético para ser cuento; “Una mañana con el hombre de casco azul”, de Cucurto, que sería el mejor del libro si la antología fuera de crónicas urbanas, o de posts; “El cavador”, de Samantha Schweblin que parece un sueño, y por eso pierde interés (el absurdo está pasado de moda, Samantha). La trama de Pron, en el cuento “Dos huérfanos” es un tanto esquemática, aunque esté bien escrita. De estos tres últimos autores yo ya había leído cosas, y creo que tienen un nivel superior a lo que presentaron aquí. Basta leer “La máquina de hacer paraguayitos” (Cucurto), o “Matar un perro” (Samantha), o muchos de los cuentos de Pron.
El cuento de Romina Doval, “La edad de la razón”, tiene una buena anécdota, aunque la seguidilla de oraciones cercanas al mundo infantil, repetidas como una cantinela, lo alarga un poco. Sin embargo, tiene un final sorpresa que lo salva.
En el cuento “Diez minutos”, Hernán Arias no sabe bien qué hacer para rematar, y apela a la técnica del cine. Lástima, porque venía bárbaro. Y los climas que logra son de tensión manejada.

Hay un par de cuentos donde se repite algún recurso de cine. Para saber cómo hacerlo bien, chicos, tienen que releer a Saer. “El limonero real”, por ejemplo. Esta es la tarea para el hogar.

Igualmente TODOS son escritores. TODOS ellos tienen algo para decirnos a través de sus ficciones, y el libro está buenísimo. Cómprenlo, léanlo. Maximiliano Tomas, el compilador de Tomas Hotel, dice sobre la escritura de los veinte:

“Lo hacen con lucidez y sin penas, y se atreven, al tiempo en que se cuelan por las grietas que el mercado les niega (o que les ofrecen unos pocos editores independientes), a pensarse y hasta a dudar de sí mismos, incluso antes de tener demasiadas certezas. Escriben pese a todo y, ante la evidencia de un público exiguo, buscan crear (como editores y publishers) las condiciones para el surgimiento de nuevos lectores.”

Felicitaciones y salud.

PRÓXIMO PERDER UN AMIGO: PABLO RAMOS.

12.8.05

SHARON OLDS / THE FATHER

Sharon Olds nació en 1942 en San Francisco, Estados Unidos. Es hija de un padre alcohólico que nunca se hizo cargo de ella. En los últimos meses de vida de ese hombre, la que se hizo cargo fue Sharon. Lo tuvo que cuidar como a un bebé, aunque lo había odiado toda la vida. Y se propuso escribir sobre cada detalle de su padre enfermo. Sin borrar. Poema que salía, poema que quedaba. Con frialdad periodísitica hizo una crónica de la muerte en 54 poemas. Entre los primeros, dice:

“Creo que en algún momento miré a mi padre
y pensé ‘Está lleno de mierda’. ¿Cómo
sabía que otros padres hablaban con sus hijos,
los besaban? Sabía…”

La semana que viene van siete de los últimos poemas, los más crueles, los más terribles, los auténticamente desoladores. Uno por día. Si Marie Ferrer los impresionó, la semana que viene no coman milanesas. Leer el libro completo de Olds es una experiencia que deshaucia.

La traducción es de la escritora Mori Ponsowy.

11.8.05

MURVI

Ayer estuve en la inauguración del espacio MURVI, la empresa que hace venecitas. Es una nueva galería de arte. El evento sirvió para lanzar el número 74 de SUMMA, que regalaron a todos los arquitectos presentes. La revista viene con una muy buena nota de Florencia Rodríguez titulada "Fenomenología del mundo material". En la exposición se destaca una gran máscara de madera del artista plástico Claudio Barragán, forrada en venecitas. Impresionante.

El espacio Murvi queda en Darwin al mil, Palermo Jólivud.

FRÍO

- A mi hija no le voy a traer problemas: para el día en que nos muramos, con mi marido, ya hicimos los trámites de cremación de cuerpos. ¡No sabés el despiole de boletas y papelerío que llenamos con Cacho! -dijo María Rosa.
- ¿Mucho? -le preguntó mi madre.
- ¡Como si se acabara el mundo! Pero, eso sí: la llamé a Gabi y le dije que un mínimo de trabajo le íbamos a dar. Queremos que nuestras cenizas sean esparcidas frente al Glaciar Perito Moreno.
- ¡Qué boluda que sos! -dijo mi madre.- ¿La vas a hacer ir hasta el sur? ¿Y si no le alcanza la plata? ¿Y si no le dan ganas?
- No importa. No tiene por qué ser hoy, ni mañana. Puede ser dentro de unos meses.
Yo me imaginé a María Gabriela, la hija obesa de treinta y ocho años, vaciando las cenizas por el inodoro, mientras miraba un video de "La Aventura del Hombre" en la televisión, de esos con lagos y montañas.
Mamá se imaginó que también cremarían unas camperas, pulóveres de lana y gorritos Bariloche, y los mezclarían con las cenizas de María Rosa y Cacho, para que no tuvieran frío cuando volaran en invierno.

10.8.05

ROSARIO CASTELLANOS / DE MUTILACIONES

Un día dices: La uña. ¿Qué es la uña?
Una excrescencia córnea
que es preciso cortar. Y te la cortas.

Y te cortas el pelo para estar a la moda
y no hay en ello merma ni dolor.

Otro día viene Shylock y te exige
una libra de carne, de tu carne,
para pagar la deuda que le debes.

Y, después. Oh, después;
palabras que te extraen de la boca,
trepanación del cráneo
para extirpar ese tumor que crece
cuando piensas.

A la visita del recaudador
entregas, como ofrenda, tu parálisis.

Para tu muerte es excesivo un féretro
porque no conservaste nada tuyo
que no quepa en la cáscara de nuez.

Y epitafio ¿en qué lápida?
Ninguna es tan pequeña como para escribir
las letras que quedaron de tu nombre.

9.8.05

IREMOS

CICLO DE MESAS REDONDAS EN EL CCRRR
Corrientes 2038
BLOGS/¿POR QUÉ PARA QUÉ?
20 Y 21 DE SEPTIEMBRE DE 2005

20 DE SEPTIEMBRE/18.30 hs.
EL PARADIGMA DE LO INDIVIDUAL
Edgardo Balduccio/Santos y Demonios
Christian Rodríguez/Puto y aparte
Omar Genovese/Tiempo de descuento
Juan Pablo Pinasco/Juan de Mairena

20 DE SEPTIEMBRE/20.30 hs.
ESCRITURA E HISTERIA
Daniel Massei/Póstumos
Irina Garbatzky/La chica irónica
Beatriz Vignoli/Existir apenas levemente
Paula Pampin/La culpa es mía

21 DE SEPTIEMBRE/19.30 hs.
NUEVAS TENDENCIAS
Mariano Amartino/Denken Über
Julián Gallo/Mirá!
Gustavo Romano/Pocketlog

ÚLTIMOS INGREDIENTES DE MARVIN

Cinco fotos más,
y el guión.

Malas noticias frescas: fracasaron las negociaciones con I Sat para pasar el video por cable. Otra vez será.

LIBROS RECIBIDOS

"Christophersen, Arquitecto", de Carlos Alberto Hilger y Sandra Inés Sánchez, vida y obra del autor del edificio de la Bolsa de Comercio y del Palacio Anchorena. Publicado por la Sociedad Central de Arquitectos.
"La joven Guardia, nueva narrativa argentina", de Norma, con selección y prólogo de Maximiliano Tomás (tapa buenísima: muñequitos de Jack de época).
Gracias Matías, María Luna -una genia- y Tomás Hotel.

Habrá comentarios.

8.8.05

MISA

De la misa celebrada el domingo 7/8 en la Capilla
de Gas del edificio Santo de Carranza, redacción de Milanesa, participaron infinidad de escritores. Casi todos del SEA, aunque había algunos de la SADE y de la SADE FILIAL OESTE BONAERENSE. Estábamos apretados entre medidores, crucifijos e imágenes. Al final vino Monseñor Arancibia, porque Basseotto tenía tos. Mejor, porque los escritores ya estamos acostumbrados a su prédica milagrera, y el otro no es muy bien visto fuera de los que publican en Huemul.
Los primeros asientos estuvieron ocupados por los narradores de blogs: Piro, Oliverio, el Falso Pig de SANDRO VIVE, Kikito, Betriz Vignoli (que hace poco experimentó el milagro de la fe en su casa de Rosario), Tito Hargén, Dani Massei, Balduccio con Balduccita, Tomás Hotel, Daniela, Paulas, Nadie, Baldanders, Kaputis, La mujer gorda, Link, Inx, Isil, Genovese y Orsai.
Al final de la ceremonia, justo cuando Monseñor le estaba dando la comunión a María de los Ángeles Fasce, dos correligionarios tuvieron una iluminación colectiva simultánea, interrumpiendo la acción religiosa de Arancibia con un grito. Los actores fueron Alan Pauls, autor de “El pasado” y Gonzalo Garcés, autor de “El futuro”. El grito fue: “¡PRESENTE, RORRI!” Se referían a que la novela “El presente” será escrita por Rodrigo Fresán, nominándolo definitivamente para la empresa. Fue una visión: Pauls tenía los ojos rojos; Garcés, el pelo de punta.
Hasta ahora se oyeron solamente declaraciones del Falso Fresán, que simplemente dice “me tienen podrido, vayansé a cagar a los yuyos”.
Mori Ponsowi, reina de la misa, participó de los actos vestida con su uniforme de primera comunión.

Otro milagro más del Taller de Mística Literaria Milanesa.

FOTOS DEL CORTO MARVIN

En Mandarina.

5.8.05

VUELVE EL TALLER DE MÍSTICA LITERARIA MILANESA

Desde que Mori Ponsowi ganó el Premio Internacional de Letras por salir mencionada en el blog, la cola de Carranza para recibir la imposición de manos se ha quintuplicado. El ascensor Santo ya no funciona correctamente, por lo que Monseñor Arancibia se hizo presente a bendecir, también, el de servicio. Casi no he tenido tiempo de postear cosas nuevas. Tengo al tano, a Paúlo, a Claudio María Domínguez y a Osho recitando sin parar los salmos del libro de Don Marcos, “¿Qué hacer?”. Eso por la derecha; por la izquierda a los cientos de narradores que vienen a recibir atención. “Carrera, basta, no curamos poesía”. Lo que sí se ha asentado en libros es una serie de reconocimientos, que deben ser tomados por milagros, a saber:

- Liliana Hecker reconoció por fin a Federico Andahazi como su hijo literario legítimo. ¡Felicitaciones, Fede!
- Juan Forn y Guillermo Saccomanno reconocieron que escriben un montón de cosas allá en Gesell, después mezclan y dividen los papeles en dos pilas que pesan parejo y cada uno firma la mitad que le tocó en suerte. ¡Buen método playero!
- Chavelson reconoció que, de adolescente, robaba libros de editorial Planeta en librerías de viejo. ¡Te jugaste, campeón!
- El Falso Nilsen que sale por ahí… ¡reconoció que quiere escribir como el Falso Fresán!

El domingo 7/8 se dará una misa de acción de gracias -para que Dios nos dé más premios literarios auténticos- en la Capilla
de Gas del edificio Santo de Carranza, redacción de Milanesa. Presidirá los actos Monseñor Basseotto, porque se viene caminando de la iglesia militar, que queda aquí cerquita.

Se ruega, finalmente, a Sergio Olguín, que pase a retirar todos sus biblioratos con notas, cuentos, novelas y papeles. Dificultan el paso y, según Fabián, encargado del edificio, son imposibles de redimir literariamente.

4.8.05

PASO DE COMEDIA

Mi sobrina Sofi tiene cinco años. Me invita a bailar “Santana”. La miro sorprendido.
- ¡Lo mejor! – le digo, mientras la acompaño al estar. ¿Cómo le puede gustar Santana a una nena tan chica?
- Lo mejor – repite. Pone el CD. Es “Bandana”.
Le comento el error a mi madre, que está preparando la comida.
- ¡Sant'ana! – se ríe ella, sacando una fuente del horno- Santa Ana es un vino…

SOFI Y MACHI

3.8.05

CUENTO

Un hombre tiene un sueño maravilloso. Antes de despertar, se le presenta la opción de acordarse de todos los detalles o recordar solamente una palabra representativa e identificatoria. El hombre, ante el temor de que el espléndido sueño opaque su existencia mediocre, elige recordar la palabra.
Excitado, le cuenta lo sucedido a su mujer, y le menciona la palabra. Ella se enfurece.
- Jamás podrás reconstruir tu maravilla a partir de eso -le reprocha-. Habráse visto palabra más equivocada en boca de un marido tonto.

SINFONÍA NÚMERO 9 DE BEETHOVEN / TOBÍAS WOLF

“Día de Acción de Gracias, 1990. Iba manejando rumbo a la casa de mi hermano en Rhode Island, con toda la familia en el auto. Habíamos hecho ese viaje varias veces, pero esta vez yo estaba fastidiado por problemas de trabajo. Para distraerme metí la mano en la guantera, revolví un poco y saqué un caset al azar. La Novena Sinfonía de Beethoven había estado ahí desde hacía meses; la sola idea de escucharla entera, me superaba. Incluso en ese momento, mi decisión de ponerla implicaba cierta perversidad: esperaba que mis hijos de diez y once años empezaran a quejarse y a pedir algo más de moda –o, por lo menos, más corto. Ya había resuelto hacerlos escuchar el caset entero, “por su propio bien”. Nadie dijo nada durante un buen rato. Bordeábamos el río Mohawk. El día era frío y diáfano. La luz resplandecía sobre el agua y contra las ventanas de las fábricas abandonadas que dejábamos atrás. El bebé dormía en el asiento trasero; mi mujer dormitaba entre el bebé y Michael, el de once. Mi hijo menor, Patrick, viajaba en el asiento de adelante. Es un chico de opiniones contundentes: él “tenía” que ser el primero en opinar. Lo estaba esperando. “Por tu propio bien”, pensaba. Ya habíamos escuchado el primer movimiento y estábamos en la mitad del segundo, cuando me miró y dijo: “¿Qué es esto? Está bueno”. Desde el asiento de atrás, Michael se sumó a su hermano. “Sí, la verdad que está muy bueno” y se asomó entre los asientos para escuchar mejor.
Era un placer ver el placer que les despertaba esa música, un placer sincero y sin complicaciones. Veinte años antes, una chica se había reído de mi gusto por Beethoven. “Es tan ampuloso”, había dicho. “¿Realmente te gusta?”. Me gustaba, pero esa chica me obligó a pensar en el porqué: ¿porque era Beethoven? ¿porque yo era demasiado rústico? Durante los años siguientes seguí escuchando a Beethoven, pero casi siempre, en algún momento de sus obras, me asaltaba una duda. Ahora, que mis hijos estaban escuchando sin prejuicios o reverencias, la pureza de su atención revitalizaba la mía: podía escuchar esa música como se lo merece, sin aquel susurro culposo llegando desde algún lugar de mi cabeza.
Describir la Novena Sinfonía es condenarse a la fatuidad. Belleza, grandeza de corazón, sorpresa infinita: las palabras no logran atraparla. Los elementos más difíciles de explicar son los que nos llevan a elogiarla. Habrá problemas, habrá sufrimiento, la música sabe todo esto, pero también sabe que es una locura no cantar a los cielos para agradecer la amistad, la hermandad y el amor entre el marido y la mujer; una locura no recordar estas cosas y agradecerlas, como un hombre rodeado por su familia está agradecido, un día frío y diáfano, por la cena que lo espera al final del camino, en casa de su hermano.”

2.8.05

LEGAL

Lean esto,porfa.

MARIO MUCHNIK, DIRECTOR DE MUCHNIK, ES UN PIJOTERO

MADRID, España, jul 26 (Librusa) – El editor Mario Muchnik pagó un “irrisorio” anticipo de unos 200 ó 300 dólares para adquirir los derechos de las obras de Elías Canetti y confesó que estuvo a punto “de tirar la toalla, porque después de haber publicado dos o tres libros suyos seguía sin cubrir los costos”.

La información aparece en un artículo de Muchnik publicado esta semana en la revista El Cultural, del diario El Mundo, de España, con motivo del centenario de Canetti, que nació el 25 de julio de 1905 en Bulgaria y murió en Zurich en 1994.

“En 1973, no bien me hice editor y comencé a construir mi catálogo, pedí los derechos de ‘Masa y poder’ y los logré mediante un anticipo irrisorio, unos 200 ó 300 dólares. Los siguientes libros no me costaron mucho más, y seguí con esos anticipos nada desorbitados”, reveló Muchnik.

También aseguró que “en vísperas de editar ‘Auto de fe’ a punto estuve de tirar la toalla, porque después de haber publicado dos o tres libros suyos seguía sin cubrir los costos” de ediciones que no pasaban de los 500 ejemplares.

“A los pocos años le concedieron el premio Nobel. Fue el 15 de octubre de 1981. A la una del mediodía, más o menos, me llamó mi primo Pablo para darme la noticia y allí mismo, en la editorial, nos pusimos a bailar la danza del vientre, de pura felicidad”, escribió Muchnik, que asegura que a partir del codiciado galardón las tiradas que había hecho de las obras de Canetti se multiplicaron por diez.

LA VIDA CON SUBTÍTULOS

Es el título de un nuevo blog.

LA BLOGGER MÁS NUEVA

Se llama balduccio, y ya es una flor de mina.

EL MEJOR POEMA DE BORGES / EL DESIERTO

Antes de entrar en el desierto
los soldados bebieron largamente el agua de la cisterna.
Hierocles derramó en la tierra
el agua de su cántaro y dijo:
Si hemos de entrar en el desierto,
ya estoy en el desierto.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es una parábola.
Antes de hundirme en el infierno
los lictores del dios me permitieron que mirara una rosa.
Esa rosa es ahora mi tormento
en el oscuro reino.
A un hombre lo dejó una mujer.
Resolvieron mentir un último encuentro.
El hombre dijo:
Si debo entrar en la soledad
ya estoy solo.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es otra parábola.
Nadie en la tierra
tiene el valor de ser aquel hombre.

1.8.05

MARVIN

Marvin es a mi último libro de cuentos lo que Alucinantes caracoles es a Playa quemada. El cuento hit. Fue publicado en Internet unas cinco o seis veces (todavía figura una versión anterior en mi página de www.literatura.org), y participó en antologías de todo el mundo de habla hispana: Uruguay, Chile, Colombia, Perú, Venezuela, México, Costa Rica, España y Argentina. En España ha sido publicado por Lengua de Trapo, Alfaguara y Páginas de Espuma. Aquí por Tusquets y Alfaguara. En México, por la UNAM. También ha sido publicado unas quince veces en revistas especializadas de Latinoamérica y España. También figura en una antología de autores sudamericanos publicada en Brasil, traducido al portugués.
Es utilizado como material obligatorio en dos cursos de literatura latinoamericana de universidades estadounidenses.

Debido a MARVIN X 2, el ejercicio de lectura y cortometraje, he leído este cuento ante auditorios unas cincuenta veces. Casi me lo sé de memoria. Individualmente el corto participó en festivales en Argentina, España, Francia, Estados Unidos y Brasil. Fue proyectado en la cineteca de Un gallo para Esculapio, en el Malba, en el Palacio Catete de Río de Janeiro, en la Universidad de Palermo, de Belgrano y en la de Buenos Aires, en los Hoyts del Abasto y en el Village de Recoleta, en el Complejo Tita Merello y en el Atlas Recoleta. También fue pasado varias veces en programas de Cable y TV (en Sólo Cortos, en el programa de Canela y en el de Osvaldo Quiroga). Los ingredientes que voy a ofrecer dentro de una semana incluirán fotos de la película y, posiblemente, el guión.

Por hoy, va el cuento en MANDARINA. Se reciben comentarios de todo tipo y factor.