26.9.19

OCTAVA CENA LITERARIA / SÉPTIMA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN


Hubo tortillas. Lili y Lidia, las chicas sonrientes de la foto, dijeron que se ocupaban de la comida de anoche y lo hicieron. El manjar estaba babé en el medio y tenía chorizo colorado, como a mí me gusta. La cocinera, nos enteramos  en el banquete, fue Isabel, la mamá de Lidia. Tiene 87 años. La pregunta que hizo es: “¿Alcanzará?” Gracias Isa, Li y Li. Alcanzó, sobró, estuvo y está exquisita. Mientras redacto este informe me estoy comiendo la última porción.

Lilia, además, leyó su adaptación del cuento de brujas que dimos como ejercicio. No solo inventó razones y conversiones más creíbles para ese viborón, sino que creó al menos dos momentos de tensión bien fuertes, uno en el medio de un bosque de culebras, con dos personajes acampando llenos de miedo, y el otro adentro de una cabaña, recuperando la tradición de brujas en cabañas que nos siguen desde Hansel y Gretel y llegan a Blair Witch. “¿Vendés ficción? Compro tensión”. Ese es mi slogan capitalista de lector. Pocas veces consigo saciar la compraventa con satisfacción; esta vez sucedió. Lilia, además, se explayó acerca de cómo se había sentido resolviendo el encargo. Ojo, porque es un ejercicio difícil. Para algunos más difícil aún que escribir ficción sobre el tema que les venga en gana. La literatura tradicional transcripta directamente de la oralidad, como la del norte argentino con la que estamos trabajando, se parece mucho a la de los niños: no se entiende del todo, suele haber magia en lugar de causa y consecuencia. Y nada, nada, nada de intriga. Lilia le agregó a la historia original engaños, traiciones, terror. Pensó cómo podían sentirse esos personajes ante las apariciones y transformaciones, ante los monstruos. Examinando solo los textos de Lili y Lidia, puedo afirmar que el ejercicio ha dado resultado: nos sirvieron para pensar.

La escritora Sylvia Iparraguirre se expidió una vez sobre el tema de las historias delivery:

“Escribí dos libros a pedido y no fue extraño porque las ideas que me propusieron estaban conectadas con mis intereses: Tierra del fuego, una biografía del fin del mundo, fue una consecuencia de mi novela La tierra del fuego, y La vida invisible, algo así como una autobiografía como lectora, un recorrido por los libros que me marcaron. En los dos casos, la experiencia me produjo entusiasmo por el desafío y una sensación de gran libertad. El encargo te vuelve disponible, a la vez que te libera de las dudas e inseguridades que acarrean tus propias historias y argumentos. Queda como trabajo el modo en que lo vas a desarrollar, a disponer, y en mi caso, la búsqueda de la forma, de la disposición, es de lo más gratificante que me puede pasar con la escritura”.

 También leyó Mariana un cuento muy inteligente de celos y envidia entre mujeres. Creo sinceramente que ningún hombre puede escribir un cuento así, con embarazadas charlando sobre parto y puerperio en una mesa. El tema nos es ajeno para producir un buen libro, o texto. Espero que alguien del público refute mi afirmación superficial. Pienso en “Enero”, de Sara Gallardo, por ejemplo. El cuento “Una madre genial”, de Lorrie Moore (a propósito: Lorrie va a estar hoy a la noche en el Teatro Nacional Cervantes por el Filba, ¡vayan!). O “Los zapatos”, de María Fasce. También leímos “Silencio”, de Lucia Berlin. ¡Qué hermoso escriben estas mujeres!

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