"Ya lo dijo a su modo Murena: no es el camino lo que importa sino cómo va por ellos el caminante. Hay caminantes que necesitan conocer el trazado antes de salir de casa, llevar mapas, evaluar puntos cardinales, saber hacia dónde van y dónde y cómo termina el recorrido. Otros nos largamos a caminar por algún impulso que a veces llega y, como llega, muchas veces también se va, sin que sepamos previamente dónde está el camino, que a veces apenas si es sendero, apenas si huella. Soy una de esas que se largan a ciegas, llevo brújula (emoción y deseo de comprender), eso sí, y ella (empatía en la vida y hacia los personajes) suele llevarme a alguna parte. A un lugar que siendo de otros, tiene mucho de mí.
La primera línea es un regalo del cielo, al resto hay que transpirarlo. Por lo general el regalo del cielo es una imagen, una escena o una frase, algo de pronto recordado o soñado o imaginado, y si estamos de suerte, tal vez ahí ya esté el comienzo de una voz en el oído, un tono, una intensidad, un modo de contar. Si el deseo y la curiosidad y la energía y la disponibilidad de tiempo me acompañan, sigo ese hilo, eso incipiente, intentando ver a dónde me lleva. Muchas veces llego a un sitio que no conduce a ninguna parte, como ahora mismo en una novela en la que estoy, entonces ha llegado la hora de dejar el archivo, de volver la mirada hacia otras cosas. Algunas veces el azar o la persistencia ponen otra vez (al cabo de días o meses o años) al hilo en mis manos y llego a algún sitio, a un final. Cuando eso sucede me sorprendo del camino recorrido, un camino no del todo consciente, por momentos bastante incierto y no del todo mío. Lo que más me asombra es descubrir que por recorridos muy sinuosos, muy sesgados, aspectos de mí misma que desconocía, no conscientes, se las ingenian para salir a flote, para cicatrizar o ponerse en carne viva. Se trata siempre de algo que se vuelve más humano, que –me parece- me vuelve a mí más humana, es decir con mayor capacidad para comprender algo de lo humano (mío y de todos).
La primera línea es un regalo del cielo, al resto hay que transpirarlo. Por lo general el regalo del cielo es una imagen, una escena o una frase, algo de pronto recordado o soñado o imaginado, y si estamos de suerte, tal vez ahí ya esté el comienzo de una voz en el oído, un tono, una intensidad, un modo de contar. Si el deseo y la curiosidad y la energía y la disponibilidad de tiempo me acompañan, sigo ese hilo, eso incipiente, intentando ver a dónde me lleva. Muchas veces llego a un sitio que no conduce a ninguna parte, como ahora mismo en una novela en la que estoy, entonces ha llegado la hora de dejar el archivo, de volver la mirada hacia otras cosas. Algunas veces el azar o la persistencia ponen otra vez (al cabo de días o meses o años) al hilo en mis manos y llego a algún sitio, a un final. Cuando eso sucede me sorprendo del camino recorrido, un camino no del todo consciente, por momentos bastante incierto y no del todo mío. Lo que más me asombra es descubrir que por recorridos muy sinuosos, muy sesgados, aspectos de mí misma que desconocía, no conscientes, se las ingenian para salir a flote, para cicatrizar o ponerse en carne viva. Se trata siempre de algo que se vuelve más humano, que –me parece- me vuelve a mí más humana, es decir con mayor capacidad para comprender algo de lo humano (mío y de todos).
Claro que, para abrir(se) en la huella, para llegar a alguna parte en medio de la incertidumbre, para que el andar tenga su levedad y su hondura y su emoción, hace falta oficio. Le he dedicado muchas horas de mi vida a aprender, enseñar y perfeccionar el oficio. Hay una tensión ahí. Una potencia. Para escribir (como para bailar o cantar o pintar) necesitamos del oficio como del pan y al mismo tiempo hacerlo de oficio (escribir, pintar, cantar de oficio) es lo que más nos aleja de lo que deseamos. En esa lucha entre conocer el oficio para ponerlo al servicio del deseo y someter el deseo a una escritura de oficio está, me parece, el verdadero fermento de una obra."
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