Hoy, por primera vez, el contador no llegará a tiempo a su oficina. Sentado sobre su cama, con los pies recogidos como una momia atacameña y con una especie de sonrisita síquica babeándole las rodillas, tiene la vista clavada en el piso; allí donde echado zoófitamente, más sombrío y más grande que los suyos, ni izquierdo ni derecho, un tercer zapato lo acecha.
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