“No hay nada más conmovedor en esta vida que cultivar la gratuidad y la insignificancia, insistir en algo inútil, embellecerlo y cuidarlo continuamente, trabajarlo sin cansancio y hasta el último detalle como si fuera un bonsai. Quizá ahí resida la verdadera naturaleza humana, o lo más profundo de ella, esa capacidad de poder dedicar todo el ser a algo totalmente inútil, no solo para los demás sino también para nosotros, algo que no nos redituará ningún beneficio más que hacerlo o gozarlo. Por eso no somos en el fondo ni homo faber, ni homo habilis, ni homo sapiens, ni homo politicus. Por el contrario, como escribió alguna vez Darwin en sus cuadernos íntimos, la denominación más profunda y verdadera de nuestra especie que nadie se anima a explicitar es homo inutilis: los mejores de nosotros somos buenos para nada al menos en algún rincón de nuestro ser, en esa hondura ubicada quizá a pocos centímetros de la piel, ahí nomás. Y, parece mentira, los mejores ejemplares de la especie -aunque parezcan ser los más débiles- son aquellos que pueden cultivar eso sin desmayo y hacer algo verdadero que sea a la vez inútil.”
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