"Había
quedado en encontrarme con mi padre en una esquina. Llegué un poco antes a la cita de modo que
pasé unos minutos tratando de adivinar
por dónde llegaría él. A cierta
distancia vi un hombre bastante parecido,
pero no era. Mi padre era alto, erguido y tenía bigotes; éste lucía más bajo,
no tenía bigotes y además rengueaba.
Después sólo
recuerdo mi desconcierto. Los bigotes eran tan blancos que se perdían en su
rostro y me angustió no haber tenido registro de cuándo mi padre empezó a
caminar con dificultad. Vertiginosamente
repasé los últimos encuentros. En el quincho, el tramo que va de la parrilla a
la mesa no era distancia suficiente como
para advertir su cambio de marcha.
Vinieron
años de temer que se cayera, de sugerirle que usara un bastón. Mi padre no era
alguien fácil de recibir ideas que tuvieran por razón que estaba más viejo.
Mi padre no
era fácil.
Mi hermano
Gabo puso fin a las cavilaciones y compró de parte de los hijos un bastón.
Pasaron
varios años hasta que lo vimos usarlo. Pero poco. La mayor parte del tiempo
estaba en algún rincón o prefería usar otro que había sido de su suegra.
Meses
después de su muerte donamos este bastón para el monumento. Marca de
desencuentros y de lo que el tiempo hace en nosotros."
Lidia
Mindlin para el libro "Monumento".
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