“Como si hubieran sido familia, las tiras
de los patines estaban atadas a la patineta
con nudos obstinados. En los
nudos se notaba la sospecha y la estrategia de defensa: si alguien se atrevía a
separarlos, primero tendría que ingeniárselas con las ataduras. No les
importaba estar arrumbados en el pequeño taller, al fondo de la casa. El polvo
y la triste compañía de herramientas viejas tampoco les resultaba molestia. Hacía tiempo que los hijos de la
familia habían crecido. Lo de Woody en “Toystory” resultaba una nimiedad al
lado de este abandono. Años y años de no rodar les dejaban la única ilusión de
estar juntos y la pequeña esperanza de que la casa se vendiera y nuevos niños vinieran al rescate. Ahí sí se
desatarían con gusto, porque otra vez habría parques y rampas para deslizarse.
Otra vez habría asfalto, extenso hasta el horizonte, y empedrado para el
desafío. En medio de una de esas imágenes de la ilusión debieron haber estado,
cuando Milena, mi hija de 3 años, abrió la puerta del taller y los vio. Nos habíamos mudado hacía unos días y la vida de Milena era pura exploración. Me
llamó a los gritos para que desatara las tiras de los patines. Yo tardé unos minutos en llegar pero, en esa
situación del deseo, unos minutos son eternidades. Así que, cuando por fin me acerqué, la encontré con los
cachetes colorados y las manos concentradísimas en los nudos. Quise ayudarla, aunque
ya era tarde
Así estuvo, durante un poco menos de media hora, sentadita sobre dos viejos neumáticos de auto,
sacándose de encima un maniquí que se abalanzaba sobre ella y sobre su fastidio y preguntándome a cada momento por qué esa gente tenía un
maniquí en la casa. Yo miraba de lejos
los nudos y me parecían imposibles de desatar, incluso para un adulto. Pero
Milena lo logró.
-¿Cómo hiciste?-
- Los patines
querían que yo los usara, así que me ayudaron.
La respuesta era
inapelable. Las tiras se aflojaron para colaborar. La familia se desató porque
ya no eran necesarias estrategias de defensa. La patineta consintió en esperar
unos meses, hasta que el deseo de Milena se ocupara de ella. Vio salir a los
patines del taller, orgullosa como una madre que ve a sus hijos partir hacia el
primer día de escuela. Después, vinieron muchas plazas y rampas y largas
extensiones de asfalto. Y un día llegó el cansancio. Cuando todo parecía reconducir al abandono, se presentó la oportunidad de ser parte del
Monumento. Allí estaban, a la espera de esa última aventura, ataditos entre los
tres, como familia. En el taller del fondo, el gran vientre del que habían
salido, una y otra vez."
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