Aprendí con mi abuelo a plantar árboles.
Los sauces necesitan
beber más agua, Andrés, que tú o yo,
y sus raíces
no deben, al principio, ser demasiado hondas;
en ocasiones crecen muy deprisa
y otras veces quisieran estancarse
en la tierra, temerosas del aire.
Hoy no existe ni abuelo ni país
ni tampoco ese niño, pero queda
aquel sauce encorvado al que -me digo-
Andrés, hay que cuidar,
estas raíces frágiles,
este miedo a la altura de la vida.
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