“(…) Pasó mucho tiempo hasta que se retiraron las aguas y pudimos desembarcar. El envío de aves fue engorroso. El cuervo resultó un pájaro malévolo e insolente. Dios me desorientaba, tenía tanto poder sobre algunas de sus criaturas -había logrado que los leones comieran pasto en lugar de atacar a los bueyes- y no podía dominar al cuervo. Cuando le ordené que saliera del arca a inspeccionar el estado del mundo, el pajarraco se negó y me acusó de que lo mandaba a una misión peligrosa porque yo quería poseer a su hembra. Luego solté sucesivas palomas hasta que una trajo una ramita verde de olivo en el pico. Me extrañó que el diluvio no hubiera afectado a los árboles, habían sobrevivido un año bajo las aguas como si a ellos también los hubieran calafateado con brea. Supuse que la rama del olivo significaba que el suelo había comenzado a secarse. A los veintisiete días del segundo mes del año seiscientos uno de mi vida abandoné el arca.
Aunque me indignara que Dios hubiera transformado la tierra
en un descomunal cementerio a cielo abierto, por las dudas, apenas desembarqué
erigí un altar y le ofrecí un holocausto de animales puros. Al parecer, el suave
olor de los animales sacrificados reconfortó a Dios, porque dijo que no
volvería a exterminar a todo ser viviente. Me bendijo a mí y a mis hijos y nos
dijo que procreáramos y nos multiplicáramos. Dibujó el arco iris en el cielo, y
nos aseguró que cuando cubriera de nubes la tierra, el arco iris le recordaría
su pacto con nosotros.
El pacto apaciguador me sonó como una especie de disculpa.
Con su diluvio había matado a muchos amigos y familiares míos. Personas impías,
pero queridas. Desgarrado por una tristeza que me ahogaba, reuní coraje y me
atreví a criticarlo por tamaña devastación. Dios se quedó en silencio. Yo cerré
los ojos esperando que también me matara.
- Es cierto -me dijo, por fin-, la matanza fue desmedida. En
el futuro no recurriré a castigos tan indiscriminados, seré más preciso. Ya veo
que confundiré las lenguas, y arrasaré a sangre y fuego ciudades pecaminosas.
Pero para que los hombres entiendan -y en este momento alzó la voz y yo volví a
cerrar los ojos temblando-, y no se desvíen del recto camino, cada tanto será
preciso propinarles algún escarmiento.
(…) Todavía triste y enojado por tanta mortandad -también
envalentonado por haber sobrevivido a mi primer reproche- me animé a
enfrentarlo por segunda vez.
- ¿No querías desterrar el pecado? ¿El desorden sexual? ¿No
se suponía que debíamos terminar con la fornicación? -lo increpé-. ¿Y el
incesto? ¿Cómo vamos a repoblar el mundo con decencia si somos todos miembros
de la misma familia?
Nuevamente cerré los ojos atemorizado; provocar la ira de Dios
no es broma.
- Noé, lo que dices es cierto, pero es demasiado tarde, no
tengo la solución para este problema -me respondió Dios con desconcertante
humildad-. Harás lo siguiente: Plantarás una viña, harás vino, te embriagarás
hasta desmayarte, sucederá lo que tenga que suceder y a la mañana siguiente te
habrás olvidado de todo.”
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