2.8.23

LA HISTORIA DE "CARTÓN" / SENSACIONAL

A los dieciséis años ya había escrito “Alucinantes caracoles” y “Las fotos”. Para ambos cuentos tardé tres o cuatro días de lapicera y unas dos semanas en pasarlos en la Olivetti Lettera 32 y corregirlos. Cuando uno es chico no sabe qué es corregir, y cree que todo está más o menos bien. El tercer cuento que escribí fue “Cartón”. Lo tuve en limpio, le pegué una leída de campeón y me di cuenta, a diferencia de los otros y a pesar de mi juventud, de que algo no funcionaba. Escribir, que hasta ahí se me había dado como una pavada, me mostró el desafío. Antes de antes, había garabateado solamente poesías o textitos muy breves, casi todos de horror.

Los dos primeros cuentos me hicieron ganar la Bienal de Arte Joven en literatura y el premio del Concejo Deliberante a los veinte años, que me llevaron a publicar en Alfaguara. En todo ese tiempo había escrito unos quince relatos más, y había vuelto a escribir “Cartón” dos o tres veces. Lo saqué del libro “Playa quemada” a último momento, e intenté probarlo en un concurso del CACyF, el Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía. Gané una mención. Cuando les pregunté a los directivos del Círculo si realmente les gustaba, me contestaron que la historia era buenísima, pero estaba mal contada. Creo que uno de los jurados, si mal no recuerdo, era Eduardo Abel Giménez.

Y ahí empezó mi carrera por salvar ese cuento. ¿Cuánto tiempo más lo corregí? Cuarentaicuatro años. Desde la adolescencia hasta los sesenta. Tengo setentaiocho versiones de esa desgracia que llegó a inmovilizarme. Durante ese tiempo cambió, incluso, de título (se llegó a llamar “La escala humana”), tuvo tropiezos enfocados en mujeres compartidas por los personajes, tuvo más y menos sueños, tuvo un pesadísimo desayuno, una insoportable salida a pescar a una laguna, fragmentos inútiles del diario de laboratorio, una lucecita roja que se encendía cuando la “máquina” estaba funcionando, una escena del pasado trabajando junto a Daniel en el caserón de Enrique, una mascota rata con manos humanas y varios detalles de pesadilla. Cada vez quedaba peor. Trabajé sobre copias realizadas en carbónico, sobre impresiones en papel continuo con agujeritos en los bordes, en impresiones de chorro de tinta y láser. Conservo pilas de copias de ese cuento, todas diferentes. Todas malas. 

Hasta que se me ocurrió hacer el camino inverso y recortar solamente los párrafos que guardaran alguna idea. Para esto me ayudó mi amigo Taliano, porque hizo una obra de arte anulando palabras en varias hojas (el Tano es un artista plástico multitasking), y trabajó con sonidos e imágenes. Yo también agarré la tijera, pero me mandé una colección de figuritas para el olvido. Otros amigos, los escritores Julio Acosta y Osvaldo Mazal, me dieron una mano para tirar al tacho. No volví a reescribir lo que tiraba. Ahí fueron quedando los pozos que hacen el misterio del cuento. Un día de este año descubrí que leerlo ya no era un castigo, que el texto fluía correctamente en la dirección deseada, hacia el final oscuro. Se había acabado la tortura, ¡por fin!

Fue cuando Christian Vallini Lawson y Darío Lavia me pidieron una narración para Sensacional. Tenía que ser de Ciencia Ficción, con un laboratorio. Justo a tiempo y con la medida apropiada. Le di una peinadita más y se fue. Y de paso lo incluí en el libro de fantasmas que acaba de salir por Aurelia Rivera: “fff”. En “Cartón” no hay fantasmas, pero casi. Es una de las veinticuatro perlas de ese collar deforme.

Soy un tipo feliz.

 Gustavo Nielsen, 14 de julio de 2023.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario