“Tenemos aquí la oportunidad de ver cómo se forma una leyenda: una fábula maravillosa sobre la invasión, o por lo menos la aproximación, de potencias “celestes” extraterrenales, en una época oscura y difícil de la historia humana.”
—C.G. Jung, Un mito moderno (1958)
Es poco común que los mitos tengan fecha de nacimiento.
Este mito sí la tiene. Tras una prolongada gestación, vio la luz el 24 de junio de 1947.
El acta la extendieron dos periodistas de un diario norteamericano de provincias, el East Oregonian. Ese día, Kenneth Arnold, un empleado del servicio forestal que viajaba en una avioneta por el estado de Washington, al norte de Oregon, había avistado nueve “flashes” luminosos (esa fue la expresión que usó) sobrevolando el monte Rainer.
Arnold nunca supo precisar la forma de aquellos objetos (más tarde hablaría de un enorme malentendido), pero cuando tuvo que describir lo que había visto, dijo que se desplazaban como lo haría un platillo saltando sobre la superficie del agua.
Bastó esta imagen para que los autores de la nota acuñaran la expresión “platos voladores” (flying saucers). El 26 de junio, dos días después, el Examiner de San Francisco ya titulaba “Misteriosos platos voladores avistados sobre Oregon”. Casi desde el comienzo, se los identificó como naves espaciales extraterrestres, argumentando que ningún vehículo terrestre podía alcanzar tan altas velocidades, aunque oficialmente fueron definidos como UFOs (Unidentifyed Flying Objects) u ovnis (Objetos Voladores No Identificados).
Desde entonces, los testimonios no dejaron de sucederse, y aun intensificarse por etapas. El “fenómeno ovni” figura en los presupuestos militares, genera negocios, intriga a las ciencias humanas, influye en la cultura popular, y ha llegado a crear su propia religión.
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Los primeros testigos veían objetos en vuelo. Pronto hubo quien los vio posarse, y aparecieron otros que aseguraban haber tenido “encuentros cercanos” con sus tripulantes, que describían como humanoides venidos del espacio.
Por último, aparecieron personas que juraban haber sido arrebatados por los extraterrestres, quienes les habían dejado un mensaje para la humanidad.
Según la clasificación de Allen Hynek, se llama “encuentros cercanos” a los casos en que el testigo dice haber estado a menos de 150 m. del ovni. Son del Primer Tipo cuando el fenómeno no afecta al sujeto ni al entorno. En el Segundo, se registran cambios en el ambiente (fenómenos electromagnéticos) o en el sujeto (quemaduras). En el Tercero, es posible observar el comportamiento de humanoides procedentes del ovni.
Existe también un cuarto tipo, que Hynek llama abduction, cuando el testigo es secuestrado por un ovni y tiene experiencias a bordo de éste. Los “contactados” (contactees) y “arrebatados” (abductees) son tantos que suelen reunirse en convenciones anuales, tal como lo hacen los profesionales y empresarios.
Hay una proliferación de cultos seudorreligiosos, generalmente apocalípticos, vinculados con los ovnis: las llamadas “sectas platillistas”. La New Age les ha hecho un lugar en su promiscuo credo.
En su seno ha surgido esa psicología transpersonal que no vacila en equiparar estos “encuentros” con otras “iluminaciones” como el satori, el chamanismo, el espiritismo (channeling) o la experiencia de revivir “vidas anteriores.”
Me atrevo a asegurar que el lector, crea o no los ovnis, estará familiarizado con “encuentros” como estos:
El piloto
Un piloto inglés es interceptado por una flotilla de discos voladores que rodean su aparato y lo inmovilizan en el aire. Descubre que están tripulados por seres humanoides de gran talla, quienes lo llevan a bordo de una de sus naves. Se reúne con ellos en una luminosa sala circular donde le explican sus intenciones pacíficas, antes de devolverlo a su avión y proseguir viaje.
Los científicos
Los miembros de una expedición cartográfica que trabaja en los Andes peruanos, sorprenden las operaciones de un grupo de extraterrestres, de grandes cabezas y tez amarilla. Los intrusos acaban de reaprovisionar su nave de combustible nuclear y de recolectar especímenes vegetales y animales. Proceden de Júpiter, y suelen visitar periódicamente nuestro planeta.
De regreso, los cartógrafos optan por ocultar su descubrimiento, pero la noticia termina por trascender.
El elegido
En un descampado de Brabante, un viajero belga ve aterrizar un “cigarro volador” del cual desciende un hombre alto y de largos cabellos. Viste ropas ceñidas y habla en francés, pues es telépata y puede leer su mente.
Dice venir de una estrella lejana, y explica que su pueblo no desea hacer contacto con los terrestres, para no interferir en su evolución. Lo conduce hasta su nave espacial, donde el belga se encuentra en medio de una sala circular, iluminada con luz difusa, donde sólo hay una mesa y una silla.
El testigo se despierta más tarde en medio del campo, sin poder recordar nada de lo ocurrido. Aunque tiempo después, tras sufrir un grave accidente, revive súbitamente la experiencia.
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Estas historias son tan comunes que no sólo todos las hemos leído alguna vez: nos hemos hartado de verlas en el cine, la televisión, las revistas o las historietas. Cualquiera de ellas podría estar en el diario de la mañana o en el noticiero de la noche. Por supuesto, se trataría de historias recientes, posteriores al año 1947, o de testimonios históricos que recién ahora cobran sentido.
Pues bien, ninguna de estas historias ha ocurrido jamás.
Las tres fueron concebidas como cuentos o novelas, es decir como ficciones literarias, casi cuarenta añosantes de la aparición del primer ovni.
La historia del piloto fue pensada y escrita en 1911. La de los científicos es de 1919, y la del elegido de 1934. Todas pertenecen a escritores totalmente olvidados, y fueron publicadas en revistas populares como los feuilletons franceses o las dime novels inglesas. Sin dificultad, podrían encontrarse muchos ejemplos más, como bien saben los eruditos en ciencia ficción: Jacques Bergier menciona la descripción de un plato volador movido por energía atómica que aparecía en una novela del británico James Rock en una fecha tan temprana como 1909.
La iconografía del ovni también aparece en revistas, folletines y novelas de ciencia ficción varias décadas antes de 1947.
La forma standard de la nave extraterrestre, tal como puede vérsela en el film Close Encounters de Spielberg, o en los afiches de la secta Lineamiento Universal Superior, es un disco combado en su cara superior. A veces, muestra alguna protuberancia en la inferior y generalmente emite haces de luz.
Una ilustración de Frank R. Paul, el gran dibujante de los pulps, publicada en 1929, muestra un disco luminoso con esas características, cerca del cual revolotean discos más pequeños, suspendidos sobre un paisaje montañoso. Si se lo usara como test muy pocos lectores de hoy serían capaces de reconocer su antigüedad.
Este estereotipo era tan común en los años Veinte que las revistas de ciencia ficción Science WonderStories y Amazing Stories lanzaron en 1927 sendos concursos literarios, donde invitaban a sus lectores a imaginar historias basadas en dos ilustraciones de Frank R. Paul y Geo Fox: ambas incluían la imagen del “plato volador”.
Podríamos remontarnos aún más lejos, y encontraríamos algo muy parecido en Los Viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift, donde el marino visita la isla volante de Laputa, que viaja suspendida en el aire por fuerzas magnéticas y es habitada por científicos. Lemuel Gulliver relata así su “encuentro cercano”:
“Volví la cara alarmado, descubriendo entonces, entre el sol y yo, un cuerpo opaco y enorme que se adelantaba hacia la isla: parecía estar a una altura aproximada de dos millas y ocultó el sol completamente durante seis o siete minutos […] Conforme este extraño cuerpo se iba acercando hacia el lugar donde yo me encontraba, me pareció que era de base plana y lisa, formado por una sustancia sólida y que brillaba bastante con el reflejo del mar.”
FICCIÓN Y REALIDAD
Resulta inquietante descubrir que un fenómeno físico que deja huellas tangibles, haya sido “anticipado” en varias décadas (y aun siglos) por los escritores. ¿Existirá alguna relación causal entre lo imaginario y la experiencia vivida por una multitud de testigos, que en general podemos considerar sinceros? ¿Habrá que suponer que los escritores fueron “visionarios” que anticiparon intuitivamente lo que otros verían luego?
En lugar de esta causalidad invertida, que carga con demasiados supuestos como para ser válida, ¿no habrá que pensar que la imaginación de los artistas modeló el imaginario colectivo, sugiriéndole al público aquello que tenía que ver?
Sin abrir juicio sobre la “realidad” del fenómeno ovni, y aun aceptando que detrás de él pudiera haber algún hecho físico o psíquico desconocido (sin descartar la hipótesis extraterrestre) lo primero que tenemos que admitir es que la forma que ofrece no es nada original. Tiene toda una historia literaria que no es difícil reconstruir.
Suele alegarse que estos fenómenos no se iniciaron en 1947, sino que ya habían sido registrados en el pasado, especialmente en los últimos siglos. Los más audaces hablan de los “escudos voladores” observados por Plinio o las “ruedas dentro de ruedas” del profeta Ezequiel.
Otros hablan de “naves aéreas” medievales, registradas por el arzobispo Agobardo de Lyon en el siglo IX.
Quienes creen que los ovnis son naves extraterrestres suelen presentar estos relatos como pruebas. Hace siglos que nos observan, dicen. La intensificación de los “contactos” en las últimas décadas se debería a algún acontecimiento apocalíptico o mesiánico, que puede ser tanto la liberación de la energía atómica como el comienzo de la Era de Acuario, según la orientación del “ufólogo.”
Pero lo sugestivo del caso no está en la constancia histórica de tales fenómenos, sino en las características que presentan en cada época. Su descripción nunca deja de estar encuadrada dentro de la imaginación tecnológica de la época.
Carl Gustav Jung ha rescatado un testimonio del siglo XVI. Según el documento, muchos habitantes de Nuremberg vieron en el cielo de la ciudad gran cantidad de “esferas del color de la sangre, cruces negras y dos grandes tubos que lanzaban esferas, acompañadas por una forma alargada, parecida a una gran lanza negra”: “platos” y “cigarros” voladores, diría el lector actual.
Pero sea lo que sea lo que vieron esos contemporáneos de Gutenberg y Lutero —observa Jung— no es casual que hayan “organizado” su imagen conforme a una gestalt familiar: cruces, cañones y balas, una pica y el rojo ominoso de la sangre.
Los ufólogos también han dado mucha importancia a la gran oleada de objetos voladores que aparecieron en los Estados Unidos entre 1896 y 1897, y suelen presentarla como evidencia de la antigüedad del fenómeno ovni. Los testigos de entonces aseguraban haber visto una “nave aérea” (airship) con forma de dirigible o globo, provista de navecilla, hélices, rotores y alerones. Todo muy parecido a la nave aérea de Robur el conquistador (1886), la novela de Jules Verne, que ya llevaba diez años en circulación. Ya había aparecido en un folletín norteamericano de Lou Senarens y Harry Enton (Frank Reade, Jr. and his Air-ship, 1883) que habría inspirado a Verne, o en las novelas del inglés George Griffith (Olga Romanoff y The Outlaws of the Air, 1894)
Los “encuentros cercanos” de 1896 no se efectuaban con marcianos, sino con individuos de aspecto normal, que hablaban inglés, dejaban caer mensajes en inglés o robaban terneras de las granjas. Sus naves podían estallar, aterrizaban para hacer reparaciones, perdían un ancla o un trozo de hélice. Parecían salidos de un dibujo de Albert Robida.
En las novelas europeas de “fantasía científica” de los años Treinta también fueron bastante comunes los “aviones fantasmas”, capaces de efectuar maniobras increíbles; solían tener por base una “isla volante” discoidal, gobernada por un “sabio loco:” hasta Mickey Mouse había estado en una de ellas.
No resultará pues demasiado sorprendente que en vísperas de la segunda guerra mundial los gobiernos escandinavos se alarmaran ante los avistamientos de “aviones fantasmas”, supuestas armas secretas de los alemanes. Los pilotos aliados, durante la guerra, solían declarar que habían sido perseguidos por unos aviones fantasmas que llamaban foo-fighters.
El imaginario cultural de cada época no suele nutrirse de las obras que luego serán “clásicas”, sino de una subliteratura que con el tiempo será olvidada, no sin dejar huellas en los clásicos. Lo curioso es que comiencen a aparecer ciertas percepciones (alucinadas o no) cuando madura una generación cuyo imaginario ha sido alimentado con esos temas.
Si existe una realidad objetiva detrás del fenómeno ovni ¿por qué las experiencias vividas muestran siempre el cuño de un imaginario alimentado por la ficción?
Maravilla de nota que sigue en la página de Pablo Capanna.
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