“Que el Museo del Libro y de la
Lengua sea dirigido por alguien que ha sufrido los efectos de un ACV, entre los
cuales se encuentra una severa dislexia, es decir, que siente un sabor amargo
en la lengua del cuerpo y la del alma, según una frase elegíaca de don Leopoldo
Marechal en su Adán Buenosayres, parece una obra de Copi; pero como la vida tiene
los argumentos más extravagantes, es
despóticamente real.
El 3 de julio de 2021 tuve un infarto cerebral que me provocó parálisis en el lado derecho de mi cuerpo, incluida la mano –nunca pensaba en ella,
simplemente estaba ahí para servirme en mis caprichosas asociaciones
literarias, era la mano de escribir–. Estaba escribiendo sobre la potencia de
la enfermedad y de la asimetría corporal en la obra de Lina Meruane y Mario
Bellatin. Nunca volveré a provocar a los
dioses que convierten la escritura en una
profecía.
Mi mano derecha yace exangüe, lívida,
sobre una plataforma de elevación; los dedos apiñados, las uñas pintadas de
rojo, apenas firmes para sostener un abanico como en un cuadro de Prilidiano
Pueyrredón. Mi pierna derecha se siente como la del capitán Ahab, pero mucho
peor escrita. No escribo las palabras que deseo; a estas las olvido fácilmente. Escribo las que son fruto de una negociación; a veces, otras que nunca hubiera escrito de no
haber tenido un ACV. Escribo esto con el índice de la mano izquierda, que se ve
obligado a realizar con el dedo pulgar simples coreografías para tocar
simultáneamente Alt y la tecla del signo de puntuación buscado.
Se asocia la dislexia al
retraso mental, a la media lengua de los niños. Solo los llamados subalternos
dicen “no entiendo”, con firmeza, cuando en realidad son los únicos que
entienden y reconocen que detrás de los fallos del lenguaje están los antiguos
privilegios.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks mostró
la existencia del inconsciente al observar en los accidentados neurológicos una
imaginación que excedía las estrategias de la enfermedad al servicio del
impulso reparador y, por supuesto, al soporte material del cerebro humano.
En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero,
Un antropólogo en Marte y Veo una voz,
Sacks registra unos “despertares” que evocan la prodigalidad creativa de un
Leonardo: un músico que no puede
diferenciar entre su esposa y una gorra pero que es genial, una escultora que no percibe sus manos y es un
éxito, un sordomudo orador y lingüista.
En cierta ocasión escuchó unas
carcajadas convulsivas que provenían de la sala de afásicos del hospital donde
trabajaba. Al entrar descubrió que la reacción se estaba produciendo ante el
discurso del presidente –Sacks no dice cuál, aunque se puede sospechar que se
trata de Ronald Reagan-.
Según el diagnóstico médico ciertos
afásicos no pueden comprender el significado de las palabras y sí, con peculiar
precisión, la expresión que las acompaña, es decir la teatralidad. Su conclusión es que a un afásico no se le puede mentir.
Una mujer, Emily D., ocupante también
del pabellón de afasia, sufría una enfermedad diferente, la agnosia, que le
hacía comprender el sentido de las palabras pero no sus cualidades expresivas.
Esta mujer determinó que el discurso del presidente no era buena prosa, es decir,
desaprobó su retórica. ¿Deberían los afásicos postularse como analistas
políticos?
Yo también tuve mis musas: las de la
disartria (un trastorno de la ejecución motora del habla). He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a
la síntesis por un déficit, no por voluntad. He ganado en lectores, ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve a veces
infranqueable.
Esta larga introducción es para
anunciar que el Museo del Libro y de la Lengua está abierto a las lenguas rotas e infartadas, a sus invenciones, que no pueden adjudicarse
simplemente al concepto de reparación.
Hoy es el décimo cumpleaños del Museo y, por lo menos, la tercera reinauguración de
las muestras La kermés del día después y Mareadas
en la marea: diario de una revolución feminista.
En la última inauguración las sacamos
al jardín y las filmamos. La
kermés del día después aludía
a la pastilla del día después y ahora, con
la Ley del Aborto obtenida, vuelve a ser la
kermés del día después de la inauguración.
Esta vez levantamos un altar en homenaje a las víctimas de
femicidio, y dice así: “La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo
vestía.” Las Tesis.
Las que siendo una menos siempre
fueron por más. A sus cuerpos gozosos, deseantes. A
sus ganas de bailar, hacer el amor, de vivir su libertad hasta el fondo. Para
ellas es este altar de cotillón e iconografía popular de nuestra américa en el
que no quisiéramos tener que escribir un nombre más.
A sus memorias, amorosamente.
Felicitaciones a la craneoteca del
Museo: Esteban Bitesnik, Inés Girola, Pablo Licheri, Inés Ulanovsky, Nicolás
León Rubio, Martín Algieri, Ornella Benevento, Laura Orgambide, Viviana
Gonzalez y Gabriel Zarco que supo encontrar aquí su cajita feliz con lealtad y
compromiso. Felicito también, especialmente, a Viviana, que de ahora en
adelante abrirá las puertas a los visitantes.
Agradezco su paciencia.”
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