29.10.21
28.10.21
EL ENTRENAMIENTO DEL ARTISTA / SAMANTHA SCHWEBLIN
“Cuando cumplí siete años, mi abuelo le pidió permiso a mamá para pasar una tarde conmigo. Ese es el primer recuerdo que tengo de él, esperándome frente a la reja de la casa de Hurlingham donde yo vivía: un hombre de pantalones hasta la rodilla, medias rojas debajo de las sandalias de cuero, pipa en la boca y el ceño siempre fruncido.
A mamá le dijo que iríamos al zoológico, o a la calesita, o a tomar un
helado; no recuerdo la excusa. En cuanto nos alejamos algunas cuadras me aclaró
sus intenciones: nada de calesitas, la excursión se trataba de algo más
complejo. Tomaríamos el tren a Retiro pero sin boletos, es decir,
viajaríamos sin pagar, porque la austeridad era algo importante y uno no podía
andar gastando dinero en cualquier cosa. Dijo que nos esconderíamos
debajo de los asientos y que, si nos descubrían, iríamos a la cárcel. Me
acuerdo de mi única pregunta, “y en la cárcel, ¿voy a poder ver a mi mamá?” Él
negó y señaló la boletería “si los guardas hacen sonar el silbato, es que nos
descubrieron”.
Subimos al tren. Nos acercamos hasta a un par de asientos enfrentados,
él se tiró al piso para acurrucarse debajo de uno e indicó el de enfrente, que
era el mío. Obedecí e hice lo mismo. Cuando la mugre del piso se me pegó a los
brazos pensé que, aún si nos salvábamos de la cárcel, mi madre notaría lo sucia
que regresaba a casa.
“Nos descubrieron”, dijo en cuanto sonó el silbato. “¿A nosotros?”,
pregunté. “Sí”. ¿Era la primera vez que yo viajaba en tren? No lo
recuerdo. Sé que vi a dos guardas acercarse desde el otro vagón y tuve
la certeza de que nos estaban buscando. Yo no sabía que el silbato
sonaba siempre, que era la señal de entrada a cada nueva estación. El abuelo
dejó rápido su escondite y se acercó para ayudarme a salir. Recuerdo su mano
firme esperándome, y cómo nos quedamos de pie frente a la salida, con las
narices pegadas al vidrio hasta que al fin las puertas se abrieron. Yo quise
correr, pero él me sostuvo del brazo y, rodeados de una decena de pasajeros,
entendí que caminaríamos lento, disimuladamente, entre la gente.
Antes de meternos en el siguiente tren y repetirlo todo otra vez, se
agachó frente a mí y me explicó qué era lo que estábamos haciendo. Un
aprendizaje para el futuro. Lo llamaríamos “El entrenamiento del artista” y
sería nuestro secreto. Nadie, “ni siquiera tu madre”, dijo el abuelo
levantando el dedo índice, “puede enterarse de lo que vamos a hacer”.
A partir de entonces me buscaba por casa cada quince días. Los
encuentros tenían objetivos distintos y, “jornada” tras “jornada”, como las
llamaba él, yo mantuve mi promesa de no hablar sobre lo que hacíamos.
Viajábamos sin dinero y llevábamos viandas en las mochilas. Las
misiones iban desde la identificación de fósiles en los museos de ciencias
naturales y los estilos neoclásicos en las fachadas de los edificios de Buenos
Aires hasta el robo de frutas de los cajones de las verdulerías. Con
el tiempo, cuando entendió que yo guardaba nuestros secretos, llegamos a
confiscar algunos ejemplares de las librerías de la Avenida Corrientes. Él
distraía al vendedor y yo, que apenas llegaba al borde de las mesadas, me
guardaba el botín entre la ropa.
Visitamos museos de arte, galerías y exposiciones. Los óleos de Xul
Solar, los pesadillescos grabados de Goya y las esculturas de Lola Mora, que
eran sus preferidas. A mis once dejó de venir a buscarme y me animó a
viajar sola de Hurlingham a su barrio de San Telmo. Habíamos practicado
el recorrido muchas veces: un colectivo, un tren, dos subtes y una caminata de
diez minutos. Cuando llegó el día viajé agarrada a sus notas para combinar la
línea B con la C, moviéndome angustiada entre un tumulto de cuerpos tanto más
grandes que el mío. Mi abuelo vivía solo en un atelier que ocupaba todo un piso
del edificio. Me armó una pequeña cama en su oficina, vació un cajón y escribió
en él mi nombre. La siguiente etapa del entrenamiento requería también jornadas
nocturnas, así que empecé a quedarme a dormir de viernes a sábado.
Las nuevas actividades incluían carreras de caballos donde apostábamos
nuestro dinero, recolecciones de “buena madera” en los potreros y
basureros de Barracas, ensayos y funciones del teatro Margarita Xirgu, visitas
a las milongas, las zarzuelas, los carnavales de la Avenida de Mayo, las
sesiones de jazz en el Tortoni. Incluso hubo un período de excursiones a bares
de mala muerte del que recuerdo la cara de un barman mirándome desconcertado
mientras lustraba una copa, quizá preguntándose si, teniendo a una nena del
otro lado de la barra en la madrugada, no debería llamar a la policía.
Y una noche en particular (imagino ahora a mis padres leyendo estas
líneas y enterándose de semejante jornada), caminamos hasta La Boca
para ir a la Isla Maciel. Un hombre nos cruzó a remo, en esa época era la
única manera de llegar. “Preparate”, dijo el abuelo antes de tocar tierra, “que
esta es la isla de las putas y los ladrones. ¿Sabés lo que pasa acá en la
noche?”. Me acuerdo de los remos empujando el agua casi negra, del miedo que
tenía, y de cómo ese miedo fue transformándose en otra cosa. Era una ciudad
escondida que vivía casi a oscuras, pero los colores, la música, las comidas,
eran como ráfagas de luz abriéndose frente a mis ojos.
Si me preguntan cómo comencé a escribir, siempre tengo dos o tres
respuestas breves y aceptables. Cada una tiene su verdad, pero ninguna cuenta
cómo empezó todo. Quizá porque el “entrenamiento del artista” fue
nuestro secreto, algo que solo yo podía atesorar, o quizá porque la
experiencia que lo disparó fue tan vital y profunda que se volvió para mí algo
sagrado.
La escritura empezó en uno de esos días. El abuelo me había regalado el
primer cuadernillo de lo que sería nuestro “diario de entrenamiento”, con mi
nombre y el año al frente, todo hecho y cosido por él. Al final de cada jornada
tomábamos juntos las notas del día, qué habíamos hecho, visto y
aprendido. Había una sola regla: no se podían escribir cosas como “fue
muy lindo”, o “me gustó”, o “estaba cansada”. Las opiniones de ese
tipo solo se permitían si se describían al detalle, la escritura era un
ejercicio de precisión.
Cierta noche,
después de haber visto una puesta de Esperando a Godot con
tres actores prácticamente desnudos latigándose entre sí, me tocó tomar nota de
mis impresiones. Pero la experiencia beckettiana me había dejado sin palabras.
Mi abuelo lo entendió, se dio cuenta de que me estaba pidiendo algo que me
superaba. Se levantó de pronto del escritorio y se alejó hacia su cuarto al grito
de “sé qué hacer”, “sé cómo se escribe lo que no puede escribirse”. Me quedé
mirando el largo pasillo oscuro hasta que lo vi regresar con un libro en la
mano, triunfal. “Poesía”, dijo. Abrió un poemario de Alfonsina
Storni y se puso a leer en voz alta. Incluso yo, que no entendía
nada de nada, me daba cuenta de lo mal que leía: a los gritos, y tan emocionado
que el libro le temblaba en las manos. Pero ése fue el momento mágico. Todo
empezó ahí.
El abuelo leía, y
a pesar del espectáculo que daba, yo entendí que algo extraordinario estaba
pasando dentro de él, parecía una fuerza genuina y poderosa, y fuera lo que
fuera, la quería también para mí. Quería que esa fuerza me tocara.
Storni, Mistral, Vallejo, Almafuerte. Estaba fascinada. La magia
se producía en la combinación de las palabras. Me puse a escribir ahí mismo,
tomando al azar frases que el abuelo leía y copiándolas en el diario. Quería
esa magia en mi propio cuerpo, y no iba a parar de escribir hasta encontrarla.
La experiencia beckettiana todavía pesaba en mi cabeza, pero entre las palabras
que elegía algo nuevo se estaba configurando, una suerte de explicación, o de
lectura propia de lo que antes no había entendido. De pronto el horror de la
puesta de Godot tomó una forma distinta, se llenó de significado propio, y me
entregó un descubrimiento vital: la literatura podía ayudar a entender lo
inexplicable.”
27.10.21
REPORTAJE BECULT / YO
1-En una entrevista dijiste
textualmente: “Escribo como un animal”. Tienes más de 10 libros y muchos
premios. ¿Cómo escribe el animal Nielsen?
Mi actividad de escritor está
atada únicamente al deseo, lo que me provoca una gran felicidad. Manipular
lectores a distancia, a través de la prosa, hacerlos llorar o reír cuando a mí
se me antoja, es una victoria. Soy el cusquito que le chupa la mano al dueño
mientras piensa “vas a ver cómo, por esta boludez, me das de comer la comida
que quiero”.
2-Esta es también una frase
tuya:“¡Nunca una novela del yo! ¡Nunca
una de puro lenguaje! La verdad es que odio las novelas que te cuentan lo que
el escritor sufrió cuando su mujercita lo dejó. Odio las que son pura paja, con
argumentos minimalistas o sin argumento, por el propio placer de combinar
palabras. Sigo pensando, como Julio Verne o Conrad, que la ficción debe proveer
aventura.”
Simplemente
me cansan esos libros que son como desahogos personales. La vida de un escritor
generalmente es un bodrio. Salvo que viaje en el tiempo, se enamore de un
astronauta, pelee contra tiburones o levite sobre el fuego. Inclusive me
parecen bodrios los libros donde se cuenta cómo el escritor salió del closet o
se puso tetas o huevos. Que disfruten y ya, ¿o se operaron para contarlo? Los
bodrios de esta época de corrección política me parecen más bodrios que nunca.
Consejo a jóvenes escritores: cuando escriban traten de ser héroes por encima
de sus sexualidades y gustos personales que no le importan a nadie más que a
ustedes y a sus parejas.
3-Puesto a elegir ¿Cuento o
novela?
Cuento.
4-¿Puedes elegir uno de tus
libros como favorito? ¿Cuál sería?
El amor enfermo.
5- Dime lo primero que se
te ocurra:
-Playa quemada – ya
hay vastas cenizas de esa playa.
-La flor azteca – me
sirvió para conocer a varios prestidigitadores del ambiente.
- Saravia el personaje de El
amor enfermo – saravá, mi querido amigo.
- Berto
comparte una noche con Rosana Auschwitz, después de conocerla en un baile del
Club Israelita, y descubre que ella guardó su semen en el congelador de la
heladera. – Rosana es una mujer precavida.
6-¿Cómo eliges los nombres de
tus novelas y de los personajes?
Nuevo personaje, la hija de un
asesino peruano que se apellida Naque: Alma. No sé si escribirlo o dejarlo
pasar por bobada. Todo el tiempo el mismo asunto.
7- ¿Un personaje sin empatías
es descartable?
No debería existir.
8-¿Toda novela tiene que tener
sexo?
-
¡No! -gritó Nil.
9- Me interesa la moral a condición de que no
haya sermones, dijo Patricia Highsmith que tengo entendido es
una de tus escritoras preferidas. ¿Para ti que es la moral? Estoy pensando en
“Auschwitz”, uno de tus libros más fuerte, oscuro, difícil de leer y difícil de
dejar de leer y en Berto, ese personaje que condesa casi todos los males humanos.
Cuando tradujeron “Auschwitz”
al polaco el editor me mandó una sugerencia para la reescritura del capítulo en
el que Berto se garcha al pibe que tiene de rehén en su pieza. El editor fue
muy claro: en Polonia están muy mal vistas las violaciones a niños. Le contesté
que, salvo en el Vaticano y en todas las sucursales católicas del planeta
Tierra, el tema del sexo con menores siempre está mal visto. Y me negué a que
cortara algún párrafo, me parecía una idiotez. Le aposté un vodka Búfalo si
encontraba algún buen gesto hacia el prójimo en Berto, esa caricatura del odio.
Argumentó que dejar ese texto podía influir en las críticas, y hasta podían
prohibir el libro. A mí no me importó: había cobrado una suma por toda la
edición y ellos lo habían leído antes, qué tanta culpa a posteriori. Les
prohibí terminantemente que lo cortaran: si querían podían no publicarlo como
decisión unilateral que yo no iba a apelar. Pero la guita no se las iba a
devolver. Al final lo editaron y me mandaron mis diez ejemplares a casa. A
simple vista parece que no hubieran tocado nada (conté la misma cantidad de
frases). ¿Alguien del público sabe leer polaco?
10-Los premios, los concursos
y tú, tienen una historia de amor y odio. Digo, has ganado varios Premios, reconocidos
e importantes, entre ellos el Clarín de Novela y llevaste a la justicia un
fallo del Premio Planeta ¿Eres valiente? ¿Te preocupa lo que dicen de ti?
Soy valiente, claro. Y me veo
así con orgullo. Pero también me siento humilde -pocas cosas de las que hice
como arquitecto o como escritor me resultan realmente importantes o bellas- por
lo que jamás me verás escribir “Soy valiente, claro”.
12-¿Qué escribes ahora?
Sigo perfeccionando mi libro
de cuentos de fantasmas. Se lo dedico a Alejandro Sapognikoff, fino fantasma
favorito.
13-¿Qué
piensas del lenguaje inclusivo?
Lo
veo como moda. Tal vez un poco más simpática que otras, porque no se trata de
algo comercial sino existencial, aunque a la hora de los postres sea igual de
inútil. Hay reivindicaciones de género fundamentales: la del lenguaje es un
poco sonsa.
14-¿Todo tiempo pasado fue
mejor?
El pasado, en un mundo sin
memoria, no sirve prácticamente para nada. El futuro siempre es incierto.
Solamente queda disfrutar del presente. Empezando… ¡ya!
25.10.21
¡ESTOY VERDE! / EN LA NOCHE DE LAS LIBRERÍAS
23.10.21
21.10.21
20.10.21
19.10.21
DARWIN POETA / MAZAL
“Si se escribieran cuentos sobre los diferentes momentos del día, habría miles sobre el amanecer y el atardecer, y poquísimos sobre los otros momentos, porque en los amaneceres y atardeceres sucede algo potente, hay un conflicto entre la luz y la sombra, hay fuerzas ocultas que terminan venciendo, casi te diría que el fondo de esos relatos ya está escrito y solo hay que ponerles nombres diferentes a los protagonistas, agregarles alguna peripecia que los diferencie de las otras narraciones, y ya está. En cambio, si un relato quisiera describir los avatares de un mediodía, habría que inventar todo, partir de cero, porque ahí en el mediodía no hay nada, no hay ningún conflicto, ninguna fricción, ninguna fuerza oculta que pugne por manifestarse, nada transcurre por debajo de la superficie, es claramente la luz la que domina y dominará por un buen rato y listo, eso es todo, no hay nada más que decir. Al mediodía no sucede nada, por eso hay que condimentarlo, llenarlo de comidas y bebidas, y después irse a dormir una buena siesta en paz.”
18.10.21
DARWIN POETA / OSVALDO MAZAL
“No hay nada más conmovedor en esta vida que cultivar la gratuidad y la insignificancia, insistir en algo inútil, embellecerlo y cuidarlo continuamente, trabajarlo sin cansancio y hasta el último detalle como si fuera un bonsai. Quizá ahí resida la verdadera naturaleza humana, o lo más profundo de ella, esa capacidad de poder dedicar todo el ser a algo totalmente inútil, no solo para los demás sino también para nosotros, algo que no nos redituará ningún beneficio más que hacerlo o gozarlo. Por eso no somos en el fondo ni homo faber, ni homo habilis, ni homo sapiens, ni homo politicus. Por el contrario, como escribió alguna vez Darwin en sus cuadernos íntimos, la denominación más profunda y verdadera de nuestra especie que nadie se anima a explicitar es homo inutilis: los mejores de nosotros somos buenos para nada al menos en algún rincón de nuestro ser, en esa hondura ubicada quizá a pocos centímetros de la piel, ahí nomás. Y, parece mentira, los mejores ejemplares de la especie -aunque parezcan ser los más débiles- son aquellos que pueden cultivar eso sin desmayo y hacer algo verdadero que sea a la vez inútil.”
15.10.21
NEWSLETTER: LOS OSCUROS OCÉANOS DEL INFINITO / SEBASTIÁN LIDIJOVER
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14.10.21
13.10.21
12.10.21
11.10.21
MORIR EN LAS ISLAS
Escribir otra vez sobre Malvinas, mi dolor. Le pedí el libro a Sebas Lidijover de Anagrama pero sin prometerle nada. Decir que me muero un poco cada vez que hablo o escribo acerca del tema sería una impertinencia: hay compañeros que dejaron la vida de verdad, y lo mío no pasa de ser una metáfora sin brillo. Leí a Leila Guerriero por recomendación de Lori Saint-Martin, mi traductora al francés. Pero no sé si quiero leerla de nuevo en este librito titulado “La otra guerra” y subtitulado “Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas”. Igual sé que lo haré, mal que me pese. Porque leo todo sobre esas tierras, porque estoy obsesionado con ese tema y cada vez que algún gobierno infeliz o algún idiota que no sabe nada dice frases como “son británicas”, mi cuero de soldado salta al cuello a degüello. Soy así y las Malvinas son argentinas.
Hice la colimba durante la época de la guerra. Clase 62. Me
tocó Marina. Tuve la instrucción en Puerto Belgrano y el lujo de presentarme
como universitario (había dado bien el examen para entrar a arquitectura; me
enteré de las notas un día antes de ser llevado en tren a Punta Alta) me puso a
disposición del aprendizaje de algo singularmente simple, pero a la vez
complejo: los radares de profundidad. Y de un destino: el Crucero General
Belgrano, en el que hice prácticas reales y hasta llegué a dormir algunas
noches a bordo. Habrán adivinado: no llegué a salir en el viaje fatídico en el
que el crucero fue hundido por los ingleses fuera del área de conflicto. O tal
vez lo sepan por una nota que publico todos los años en los medios -en el
máximo de medios que puedo (también ha sido publicada aquí en La Agenda)-
titulada “Valiente muchachada”, sobre el cumpleaños que le hago cumplir, valga
la redundancia y casi como una orden, al que fue en mi reemplazo por el cambio
de tripulación. Era un chico como yo, de dieciocho, pero carpintero y de Ramos
Mejía. En la nota le cambio la edad cada año, para que crezca conmigo. Aquí
pueden leer su cumple de 59.
Mientras yo esté vivo, ese conscripto seguirá celebrando su natalicio. Esta
nota es su templo.
Leí el libro de Leila de un tirón (es corto, además de que
me lo quería sacar de encima). “En 1982, tras la guerra entre Argentina y Gran
Bretaña por las islas Malvinas, el ejército inglés ordenó al oficial Geoffrey
Cardozo que identificara a los soldados argentinos fallecidos en ese territorio
y diseñara un cementerio para albergarlos. Los resultados de su trabajo
llegaron al gobierno argentino, que no los hizo públicos ni los dio a conocer a
los familiares de los caídos, de modo que estos permanecieron sin identificar.
El libro narra los esfuerzos exitosos y recientes por restituir la memoria
opacada por la inacción institucional, el orgullo nacionalista y la sombra de
la dictadura.” Esa es la tesis de “La otra guerra”. La mayoría de los
familiares tardaron treinta y cinco años en enterarse oficialmente de los
decesos.
El libro enumera los problemas que tuvieron, que son un
montón. Los desaires más importantes vienen del propio gobierno militar. Acostumbrados
a llamarle “guerra” al exterminio generacional que manejaron desde el Estado en
los años setenta y por el cual no soltaron ningún dato a ninguna Madre ni
Abuela, esta guerra real de apenas setenta y cuatro días estaba
destinada a seguir iguales consecuencias. Aunque las familias de los hijos,
hermanos y maridos muertos en batalla insistieran con que no eran N/N sino
héroes. Un segundo problema de comunicación es que Cardozo, aún con ese
apellido casi uruguayo, era inglés, entonces era el enemigo: sus listas podían
ser un arma de manipulación más que un favor hacia nosotros. Otro problema: el
país derrotado era un país en dictadura y “sus héroes, en muchos casos, también
habían participado en la represión ilegal, en nombre de la misma patria”,
escribe Federico Lorenz, el por entonces presidente del Equipo Argentino de Antropología
Forense (EAAF) que se ocupó de exhumar y reconocer la totalidad de los
cadáveres hallados.
También hubo, por raro que parezca, oposición de parte de
la Comisión de Familiares de caídos en Malvinas. Acá contribuyó la grieta – no
voy a dejar que utilicen políticamente a mi hijo/hermano/marido muerto los
gobiernos de turno- y un malentendido que se originó en un grupo de
veteranos que decía que todo el plan de desenterrar y reconocer identidades
estaba dirigido a llevar los cadáveres a tierra continental. En los reportajes
diferentes personajes utilizan el latiguillo despectivo: “va a ser un carnaval
de huesos”.
Los ingleses fueron dejando, a lo largo de la historia,
cementerios propios en sus colonias (qué medieval suena hablar de una nación
colonialista, ¿no?, pero son como las monarquías, que las hay, las hay).
De ahí puede venir el resquemor de esos veteranos de que el objetivo de los
ingleses fuera desmontar el cementerio argentino isleño para que el enemigo no
continúe con su presencia en Darwin.
En una charla con Claudio Avruj, el Secretario de Derechos
Humanos de la Nación durante la presidencia de Mauricio Macri, el funcionario trata
de adjudicar a su gobierno los viajes humanitarios de los familiares que dieron
su consentimiento al equipo forense y lograron identificar los cuerpos de sus
hombres en las islas, pero Leila Guerrieri le refuta: “Esos vuelos los pagó
Eurnekian”. El empresario fue quien, en 2006, rentó personalmente varios
aviones para que los familiares pudieran encontrarse con sus muertos. Entonces Avruj
agrega, tratando de salvar la situación: “Pero si deja de pagarlos, el Estado
se va a hacer cargo” ... Las miserias apiladas durante años de espera doliente
se juntan en las páginas de este libro. Pero también algunos triunfos, los del
equipo forense convocado en 2012 y los de aquellos que se ocuparon le ponerle
lápidas, cruces, nombres al cementerio. Copio un diálogo entre la autora de la
crónica y Eurnekian:
-
Financiar esos viajes parece
responsabilidad del Estado, no de un empresario (dice Leila).
-
Yo pienso diferente. La apatía del Estado
no me gusta, pero es lo que hay. La bronca mía es pensar cómo no hubo un
empresario que se haya solidarizado con este esfuerzo antes. Todos participaron
de la gesta de una manera muy emotiva y luego se olvidaron.
-
¿Y cuál era su postura en relación a las
identificaciones?
-
Es muy triste ser familiar de un caído y
que digan “Está tirado por ahí”. Nos pareció muy humano. Correctísimo. Es
lógico que sea así.
Quiero
terminar esta nota con un poema del libro “Soldados”, de Gustavo Caso Rosendi,
un colimba al que le tocó ir y tuvo la suerte de volver. Su amigo Vojkovic, en
cambio, no.
“Cuando cayó el soldado Vojkovic
dejó de vivir el papá de Vojkovic
y la mamá de Vojkovic y la hermana
También la novia que tejía
y destejía desolaciones de lana
y los hijos que nunca
llegaron a tener
Los tíos los abuelos los primos
los primos segundos
y el cuñado y los sobrinos
a los que Vojkovic regalaba chocolates
y algunos vecinos y unos pocos
amigos de Vojkovic y Colita el perro
y un compañero de la primaria
que Vojkovic tenía medio olvidado
y hasta el almacenero
a quien Vojkovic
le compraba la yerba
cuando estaba de guardia
Cuando cayó el soldado Vojkovic
cayeron todas las hojas de la cuadra
todos los gorriones todas las persianas.”
8.10.21
ENTRE LO VEROSÍMIL Y LO QUIMÉRICO / ENRÍQUEZ Y GUERRIERO
MARIANA: "Como te ven, te tratan".
LEILA: "Y si te ven mal, te maltratan".
Zoom en el FED´21. Día viernes 1/10 a las 16:30.
Escritura de ficción y de no ficción. ¿Existen reglas para cada género?
7.10.21
6.10.21
LA PRIMERA PERSONA / HOMERO ALSINA THEVENET
"Si vas a escribir en primera persona, que sea solamente para transmitir una experiencia intransferible desde otro punto de vista."
5.10.21
MARÍA MORENO / DISCURSO EN EL DÉCIMO CUMPLEAÑOS DEL MUSEO DEL LIBRO Y DE LA LENGUA
“Que el Museo del Libro y de la
Lengua sea dirigido por alguien que ha sufrido los efectos de un ACV, entre los
cuales se encuentra una severa dislexia, es decir, que siente un sabor amargo
en la lengua del cuerpo y la del alma, según una frase elegíaca de don Leopoldo
Marechal en su Adán Buenosayres, parece una obra de Copi; pero como la vida tiene
los argumentos más extravagantes, es
despóticamente real.
El 3 de julio de 2021 tuve un infarto cerebral que me provocó parálisis en el lado derecho de mi cuerpo, incluida la mano –nunca pensaba en ella,
simplemente estaba ahí para servirme en mis caprichosas asociaciones
literarias, era la mano de escribir–. Estaba escribiendo sobre la potencia de
la enfermedad y de la asimetría corporal en la obra de Lina Meruane y Mario
Bellatin. Nunca volveré a provocar a los
dioses que convierten la escritura en una
profecía.
Mi mano derecha yace exangüe, lívida,
sobre una plataforma de elevación; los dedos apiñados, las uñas pintadas de
rojo, apenas firmes para sostener un abanico como en un cuadro de Prilidiano
Pueyrredón. Mi pierna derecha se siente como la del capitán Ahab, pero mucho
peor escrita. No escribo las palabras que deseo; a estas las olvido fácilmente. Escribo las que son fruto de una negociación; a veces, otras que nunca hubiera escrito de no
haber tenido un ACV. Escribo esto con el índice de la mano izquierda, que se ve
obligado a realizar con el dedo pulgar simples coreografías para tocar
simultáneamente Alt y la tecla del signo de puntuación buscado.
Se asocia la dislexia al
retraso mental, a la media lengua de los niños. Solo los llamados subalternos
dicen “no entiendo”, con firmeza, cuando en realidad son los únicos que
entienden y reconocen que detrás de los fallos del lenguaje están los antiguos
privilegios.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks mostró
la existencia del inconsciente al observar en los accidentados neurológicos una
imaginación que excedía las estrategias de la enfermedad al servicio del
impulso reparador y, por supuesto, al soporte material del cerebro humano.
En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero,
Un antropólogo en Marte y Veo una voz,
Sacks registra unos “despertares” que evocan la prodigalidad creativa de un
Leonardo: un músico que no puede
diferenciar entre su esposa y una gorra pero que es genial, una escultora que no percibe sus manos y es un
éxito, un sordomudo orador y lingüista.
En cierta ocasión escuchó unas
carcajadas convulsivas que provenían de la sala de afásicos del hospital donde
trabajaba. Al entrar descubrió que la reacción se estaba produciendo ante el
discurso del presidente –Sacks no dice cuál, aunque se puede sospechar que se
trata de Ronald Reagan-.
Según el diagnóstico médico ciertos
afásicos no pueden comprender el significado de las palabras y sí, con peculiar
precisión, la expresión que las acompaña, es decir la teatralidad. Su conclusión es que a un afásico no se le puede mentir.
Una mujer, Emily D., ocupante también
del pabellón de afasia, sufría una enfermedad diferente, la agnosia, que le
hacía comprender el sentido de las palabras pero no sus cualidades expresivas.
Esta mujer determinó que el discurso del presidente no era buena prosa, es decir,
desaprobó su retórica. ¿Deberían los afásicos postularse como analistas
políticos?
Yo también tuve mis musas: las de la
disartria (un trastorno de la ejecución motora del habla). He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a
la síntesis por un déficit, no por voluntad. He ganado en lectores, ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve a veces
infranqueable.
Esta larga introducción es para
anunciar que el Museo del Libro y de la Lengua está abierto a las lenguas rotas e infartadas, a sus invenciones, que no pueden adjudicarse
simplemente al concepto de reparación.
Hoy es el décimo cumpleaños del Museo y, por lo menos, la tercera reinauguración de
las muestras La kermés del día después y Mareadas
en la marea: diario de una revolución feminista.
En la última inauguración las sacamos
al jardín y las filmamos. La
kermés del día después aludía
a la pastilla del día después y ahora, con
la Ley del Aborto obtenida, vuelve a ser la
kermés del día después de la inauguración.
Esta vez levantamos un altar en homenaje a las víctimas de
femicidio, y dice así: “La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo
vestía.” Las Tesis.
Las que siendo una menos siempre
fueron por más. A sus cuerpos gozosos, deseantes. A
sus ganas de bailar, hacer el amor, de vivir su libertad hasta el fondo. Para
ellas es este altar de cotillón e iconografía popular de nuestra américa en el
que no quisiéramos tener que escribir un nombre más.
A sus memorias, amorosamente.
Felicitaciones a la craneoteca del
Museo: Esteban Bitesnik, Inés Girola, Pablo Licheri, Inés Ulanovsky, Nicolás
León Rubio, Martín Algieri, Ornella Benevento, Laura Orgambide, Viviana
Gonzalez y Gabriel Zarco que supo encontrar aquí su cajita feliz con lealtad y
compromiso. Felicito también, especialmente, a Viviana, que de ahora en
adelante abrirá las puertas a los visitantes.
Agradezco su paciencia.”
4.10.21
1.10.21
STEVENSON / ESCRIBIR UNA NOVELA
"Cualquiera puede escribir un cuento –uno malo, me refiero-, si tiene dedicación, y papel, y tiempo suficiente, pero no todo el mundo puede aspirar a escribir siquiera una mala novela. Es la extensión lo que resulta letal. El novelista de éxito puede tomar su novela y dejarla, dedicarle días en blanco, y escribir sólo cosas que no tarda en borrar. No es el caso del principiante. La naturaleza humana tiene ciertos derechos; el instinto –el instinto de supervivencia- impide que alguien (que no esté animado ni apoyado por la conciencia de una victoria anterior) soporte durante más de algunas semanas las desdichas de un esfuerzo literario frustrado. Tiene que haber algo que alimente la esperanza. El principiante tiene que estar en vena, encontrarse en una buena racha, tiene que estar en uno de esos momentos en que las palabras acuden y las frases alcanzan solas un equilibrio, solo para empezar. Y, una vez empezado, ¡qué espantoso resulta esperar a que el libro esté terminado! Durante mucho tiempo la vena tiene que seguir igual, la racha continuar abierta, durante mucho tiempo tiene que continuar el mismo estilo: ¡durante mucho tiempo tus marionetas tienen que resultar siempre vivas, siempre consistentes, siempre vigorosas!"