23.6.21

EL MECCANO Y LA VIDA: EL TALLER LITERARIO DE JUAN FORN / FEDERICO LÍSICA

 La invitación era siempre la misma. “¿Opiniones?”, lanzaba Juan Forn y la pregunta quedaba rebotando hasta que alguien del taller aceptara la invitación. Los unos y las otras se encomiaban a esa tarea de desmenuzar un texto que había dejado de ser ajeno para volverlo propio. Mientras, él movía párrafos, sacaba flechas, tachaba y estiraba los márgenes hasta lo imposible con sus anotaciones en las hojas. A no equivocarse. Estaba oyendo lo que decían todos y en el momento menos pensado arremetía con una frase bochinesca: “la misma historia te pide como quiere ser contada”; “no enrules el rulo”; “guarda con enamorarse de un estilo”, “si vas a utilizar un símil que haga quilombo no que empotre”, “hay que leer a pelo y contrapelo” y “por cada adjetivo de más van a estar obligados a traer un sánguche de miga”.

Cada persona que haya pasado por su taller puede dar fe de los mismo. Juan tenía la erudición y capacidad oratoria para hacerte sentir que al lado tuyo estaban Sallinger, Soriano, Kawabata o Natalia Ginzburg. Y él, además, estaba con vos. Como si todas las historias y protagonistas de sus artículos entraran por el enorme ventanal de ese depto en Recoleta y disfrutaran un rato de esa liturgia. Los del taller de los viernes, además, teníamos un regalo adicional. Forn, entre sus sorbos de té Earl Grey, explicaba la contratapa que ese mismo día había sido publicada en Página/12. Lo genial es que ese bagaje literario del siglo XX compartía estantería con otros artefactos (películas, canciones, fotógrafos) y nombres como Luis Landriscina. “Es un narrador tremendo”, sentenció.

No había demasiadas reglas para ingresar a su taller. Completar una minibio, describir los cinco libros que te hubieran impactado (para bien o para mal) y en media sesión ya te habías avispado que no importaba llevar tu texto. Aprendías a leer junto a tu colega y de lo que Juan Forn ofrecía como un riguroso y exquisito sensei. Yo tenía la ridícula intención de escribir una ucronía sobre unos ’90 sin Menem. Pasaron unas pocas lecturas hasta que me preguntó qué era lo que realmente quería contar “Sin chirimbolos”. Se le abrieron bien grandes los ojos y se le erizaron los rulos. “Ahí la tenés, esa es la historia. Las ideas para los relatos son como los cohetes en su despegue, hay que saber cuándo abandonarlos”.

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