10.7.18

EL MUNDO ENTERO ES UNA BAUHAUS / LA AGENDA

La maqueta del rascacielos de vidrio transparentando los cortinados y la boiserie dorada del palacio Errázuriz, hoy Museo de Arte Decorativo, formula la pregunta del millón: ¿modernidad o academicismo? Si el lector tuviera que ponerle intuitivamente un año a cada una de estas dos obras, podría mediar una diferencia de cincuenta o cien entre ambos estilos de arquitectura. Sin embargo, pertenecen a un mismo tiempo. El palacio Errázuriz-Alvear fue diseñado por el arquitecto europeo René Sergent en 1918. Tiene un estricto eje de simetría que dispone hacia la izquierda  paredes perforadas por  grandes ventanales y puertas tremendas, y a la derecha, para compensar, espejos que imitan a los ventanales e idénticas puertas… pero falsas. Mientras las de la izquierda nos llevan al patio, las de la derecha ni se abren, porque dan a una pared. Amén de estar sobrecargado de decoración, la mayoría, como dije, dorada. El proyecto del rascacielos es del arquitecto Ludwig Mies Van der Rohe y también data de 1918. No tiene puertas ni ventanas, está pensado para hacerse en metal y vidrio y no hay ni una sola ornamentación. Las dos escuelas, academicismo y movimiento moderno, convivieron en las entreguerras. Una, solemne y abigarrada; la otra, juvenil y llena de ideas. El pasado y el futuro, en un presente de inestabilidad. Esta lucha, que en su tiempo fue atroz (el pasado, como siempre, se resistía a retirarse ante la desvergüenza de estos jóvenes alemanes que venían  a revolucionarlo todo) hoy se recrea como un diálogo sano adentro del Museo de Arte Decorativo, en una exposición que puede verse hasta el 12 de agosto.

Me encuentro con su director, Martín Marcos, en su oficina del piso de arriba y podemos ver lo que pasa con claridad: el Salón comedor del palacio hace de caja histórica y la exposición, organizada por el Instituto para las Relaciones Culturales Internacionales de Alemania y curada por Boris Friedewald, casi no la toca. Apenas algunos puntales metálicos apoyan sobre el roble de Eslavonia del parquet y, en las alturas, una araña de rebuscados caireles le presta la electricidad a la iluminación moderna a través de una suerte de cordón umbilical finito, pero necesario.

La escuela Bauhaus se funda doce meses después de la construcción del palacio. Dura los 14 años de la república de Weimar y la cierran los nazis. En sus aulas se forja la gran transformación del diseño y, particularmente, un cambio fundacional en su enseñanza: antes era el maestrito con el librito, corrigiendo desde arriba de un podio, ahora son los alumnos trabajando y aprendiendo entre ellos, en el diario quehacer de los talleres.

Dice acerca del alumnado uno de los profesores, el pintor Lyonel Feininger: “Mi impresión, hasta el momento, es que los estudiantes tienen una gran confianza en sí mismos. Casi todos han pasado años en el frente. Es un tipo de gente muy especial. Creo que ellos aspiran a algo nuevo en el arte y ya no son temerosos o inocuos”. Se los ve en las fotos: riéndose, disfrazados, dibujando, bailando. Y se lo ve en los objetos que encontramos: una estantería desarmable de madera de Huper Hoffman que es la tía abuela de los muebles de Ikea; la silla MR 534 o la chaise longe de Mies (en el subsuelo hay facsímiles para probarlas), padres sagrados de las sillas de nuestro querido Ricardo Blanco. O la cuna de Peter Keler, tatarabuela de la Qunita de Álvaro Ares. Un ejercicio de materialidad de Itten me hace acordar a los Objetos Epsilon de Gastón Breyer (aunque los Epsilon tenían movimiento, me sopla la arquitecta Moira Sanjurjo, que nos acompaña en el recorrido). Los alumnos de la Bauhaus disfrutaron de profesores de la talla de Paul Klee, Walter Gropius, Lyly Reich, Gertrud Arnow, Marcel Breuer, Lucía y Lazlo Moholy-Nagy, Hannes Meyer, Wassily Kandinsky, Josef Albers, Ludwig Hilberseimer, Gunta Stöltz, el propio Mies y siguen las firmas.

Todos le debemos algo a esta grandiosa escuela donde los alumnos empezaron a “inventar”, abandonando la “composición”. El irrespeto feliz, la experimentación en materiales y espacios, ese quebrar con la estructura de sus propios padres (vestían de otra manera, se cortaban el pelo distinto, escuchaban otra música, ¡saltaban!), todo eso los llevó a organizar, casi sin querer, la máxima revolución de la historia del arte. Repito: todos, todos, todos, les debemos algo. Diseñadores y usuarios. Por eso el título: “El mundo entero es una Bauhaus”.

La exposición da cuenta alegremente de esa pulseada artística: el diálogo de opuestos, con el objetivo final -“y ojalá lo logremos”, dice Martín- de “entender una actitud que se opuso a todo lo que en su momento fue la realidad conservadora y que ahora bien podríamos tomar como ejemplo para reflexionar y combatir los problemas actuales: insustentabilidad social, energética, económica; la basura, el automóvil…” Con una actitud a la Bauhaus a lo mejor podríamos cambiar algo, algún día (adhiero totalmente a los dichos de Marcos). Reconsiderar el valor de la rebeldía, ese tomar un riesgo, es el camino. “También puede fallar”, piensa en voz alta Martín, “pero al menos lo habremos probado”.

Como miscelánea se podría agregar que hay un Paul Klee original –nunca antes hubo uno en este Museo-, el carnet de Martin Hesse, el hijo de “El Lobo Estepario” (Hermann le prohibió asistir a “esas” clases y el chico lo desobedeció, ¡bien ahí!); el original del “Manifiesto”; unos facsímiles de los libros de la biblioteca de la escuela que se pueden hojear (y, por supuesto, no son de barroco alemán, sino de culturas lejanas: mayas, hindúes; miniaturas indias, máscaras africanas, potiches mexicanos; la investigación venía por otro lado); publicaciones tipográficas originales y cantidad de piezas museográficas de diseño industrial (la tetera de metal de Marianne Brandt y el juguete constructivo de Alma Buscher, por ejemplo), más decenas de fotografías inéditas. Algunos trabajos de Horacio Coppola (marido de Grete Stern) –Coppola fue el único alumno argentino de la escuela- y hasta un capítulo del noticiario “Sucesos Argentinos” sobre la exposición que se hizo en los setenta y pico en el Museo Nacional de Bellas Artes. El noticiario, al hablar de quiénes fueron los que eliminaron a la Bauhaus en 1934 no dice la palabra “nazi”, sino “régimen imperante”.

Para la nueva muestra se hizo un hermoso catálogo imposible de guardar sin arrugarlo dadas sus enormes dimensiones (diseñado por HIT), una guía Wipe Bue también muy ilustrativa y completa (que por el contrario cabe en el bolsillo del caballero y la cartera de la dama), organizada por la arquitecta Cecilia Alvis; una página con un estudio cronológico detallado; dos libros para comprar de Editorial Nobuko/Diseño (“Las mujeres de la Bauhaus: de lo bidimensional al espacio total”, imperdible, de Josenia Hervás y Heras, y “Bauhaus, Hannes Meyer”, de Bernardo Ynzenga, que no leí) y se planearon una cantidad de actividades jugosas, en una combinación de talleres y conferencias que dan ganas de ir al menos enterado. Por ejemplo, el sábado 21 de julio hay un taller sobre los origamis de Josef Albers: las esculturas curvas y circulares de papel plegado, dictada por Marcelo Gutman. Repite el 11 de agosto. Otra, del mismo Gutman: “Crear con luz”, la clase que Moholy-Nagy daba en la Bauhaus sobre fotografía experimental. La recreación se hizo en base a documentaciones fílmicas y publicaciones. Va el 28 de julio. Entre los conferencistas hay profesores de la UBA –Julio Valentino y Enrique Longinotti, dos capos, de historia y de Diseño Gráfico respectivamente- y los profesores de la FAU de Montevideo Christian Kutscher y Laura Alemán.


El MNAD queda en Avenida del Libertador 1902, CABA. La Gira Mundial Bauhaus 100 años “El mundo entero es una Bauhaus” puede recorrerse de martes a domingo de 12:30 a 19 hs, desde el 22 de junio hasta el 12 de agosto, con entrada libre y gratuita.


¡Gracias LA AGENDA!

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