10.10.19

DÉCIMO CAPÍTULO DE LA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / SÉPTIMA TEMPORADA


Anoche nos visitó la escritora Alejandra Kamiya, autora de los libros de cuentos “Los restos del secreto”, “Los árboles caídos también son el bosque” y “El sol mueve la sombra de las cosas quietas” (los dos últimos editados por Bajo la Luna): la Clínica brilló con su inteligencia y su dulzura. Durante  la primera hora y media leyó tres cuentos inéditos, “Los ojos abiertos” –lo presentó como “Los calamares”-, “Mi poema favorito” y “Bañar un elefante”. Es probable que uno de los tres textos, el más breve, salga en los próximos días en Milanesa. Se lo pedí y me dijo que me lo mandaba. Sería bueno tener esa joyita por acá. Habló de su trabajo de traducción de haikus inéditos de Akutagawa, junto a su padre. Nos contó cómo escribió “Separados”, “Sin luna”, “Desayuno perfecto”, “El pozo” y uno de mis preferidos: “Fragmentos de una conversación”. Se bancó sin pestañear una hora y media de preguntas. Nos habló del teatro noh, del butoh, una danza que ella practicaba antes de ser escritora, del grupo de “los barbas” y del taller que hizo con la querida Inés Fernández Moreno y con Abelardo Castillo. María buscó unas líneas que la habían conmovido y las leyó como si pertenecieran a un poema:

“La mirada filosa de mi madre parece contradecir a esos volados, a esa especie de alegría hecha de paño, y al vestido que lleva puesto, o debería decir, que la envuelve, porque flota alrededor de ella sin tocarla.”

Fue interesante escucharla hablar de cómo funcionaba el taller de Abelardo, y preguntar por el funcionamiento del nuestro. Nos dijo que Castillo hacía que cada persona leyera su cuento y después recibiera de los demás las críticas sin hablar ni defenderlo. En eso somos parecidos. Pero también dijo que todos debían participar, por orden, de esa crítica, y eran finalmente “evaluados”, si puede llamarse así, por la capacidad de criticar más que por la belleza de las propias escrituras. Y nada de “lindo o feo”; la crítica literaria se para en estos tres puntos: las PALABRAS (cuáles suenan bien, cuáles no, cuáles podrían sonar mejor), la ESTRUCTURA (en esto todos coincidieron en que la Clínica funciona bárbaro, al utilizar la teoría del taller de diseño que yo aplico) y los CONTENIDOS (“en menor medida”, dijo Kamiya, como si los contenidos no importaran tanto a la hora de escribir un cuento). Antes ya habíamos discutido un par de veces por aquí –discutir de literatura es apasionante- con Lili y Lidia, y Lili me envió un mail con estos ricos pensamientos sobre la corrección:

“Recordé el libro pionero en su género por estos pagos de Gloria Pampillo, “El taller de escritura”, dedicado a docentes. Ella habla de olvidar profundamente el lápiz rojo o verde, porque eso obliga al docente a dar otro tipo de respuesta para comprender mejor o dar pautas para enriquecer el texto en cuestión. Pienso que las cuestiones de normativa hay que respetarlas y si queremos innovar, tiene que ser sobre la base de conocerlas. También creo que es conveniente señalarle al autor en qué estética se encuentra para que se entere (si es que no lo sabe) y después decida qué hacer con ello. Pongo un ejemplo exagerado: si alguien escribiera hoy como Gustavo Adolfo Bécquer, habría que hablarle del romanticismo y del siglo XIX. Me viene también el recuerdo de la poeta Graciela Perosio, que fue profesora mía en un taller de letras de canciones. Ella decía que había que descubrir a qué “familia espiritual de autores” uno pertenecía. Me parece bueno todo lo que contribuya a que el texto exprese lo que el autor quiere decir de la mejor manera posible. Lo que me parece que no es válido es intentar que el texto de otro diga lo que el autor no quiso decir.”

Antes habíamos leído opiniones disímiles y contradictorias de Kohan y de Heker, sobre corregir o no corregir.

La verdad es que adoro al grupo que se formó este año. Me encanta Mariana sugiriéndole tachones a Fernando y diciéndole “no te enojes, pero te anoté unas cositas”. Lili pasándome letra y aportando sus saberes académicos con Lidia. Fabián y Pablo discutiendo finales y giros de trama. Y todos regalándoles ideas a todos. Me siento muy cómodo conversando con ustedes, quiero que lo sepan una vez más. Me encanta la libertad con que dan sus opiniones, y que el autor al fin decida "qué le sirve, qué no". La técnica de brainstorming, que tanto hemos utilizado en el Galpón para nuestros concursos de arquitectura, se puede aplicar de la misma manera a las clases de escritura, al ser ambos cuerpos creativos.

De todas maneras la invitada de honor nos cambió algo; lo siento así. Para la próxima reunión probaremos una abelardización momentánea del taller, con el método de las PALABRAS, ESTRUCTURA y CONTENIDOS, para ver qué pasa. Y yo opinando último, salvando obviamente cualquier diferencia con el troesma de “La madre de Ernesto”.

Alejandra Kamiya nos sedujo con su voz suave, sus gestos y sus cuentos. Me conmovió una anécdota pequeña –de su papá- acerca de un coreano que culpaba en un tren japonés a todos los que viajaban. “Ustedes, japoneses, mataron a mi esposa y a mi hija”. Para el coreano la guerra seguía en tiempo presente. Y para los viajantes también: todos disimulaban o miraban, con culpa, hacia otras direcciones. 

Gracias, capa, nos llenó de alegría que estuvieras aquí. Hemos intentado retribuir tus dones espirituales con estos manjares mundanos. No sé si lo habremos logrado:





Como dijo Fernando: “Sos Nielsen, Niel- sen. ¡No Nil-zen!”.

Las limitaciones de uno, bueh.

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