“¡Manden cuentos para la próxima clase!; “¡Manden cuentos! Con dos más
que envíen, habemus Papa”. Así nos alentaba Nielsen cada semana con su
entusiasmo invencible. Durante seis meses nos condujo hacia las profundidades
del planeta cuento con la convicción de que “lo
mejor que podemos hacer en nuestra clínica es aprender juntos” (maestro y
alumnos). Y para eso “hay que pasarla bien”: entretener y ser
entretenidos.
En sus clases, se dedica en cuerpo y alma a transmitir pasión y alegría.
Porque para Nielsen el aburrimiento es enemigo del aprendizaje, de la
literatura y de todo vínculo e integración grupal. Si tuviéramos que definir su
modalidad pedagógica habría que inventar una nueva categoría (quizás algo
intermedio entre lo apolíneo y lo dionisíaco).
Ese ambiente de camaradería que conocí este año en su Clínica me permitió
afrontar una verdad muy incómoda: escribir con sencillez es una de las tareas más
difíciles que hay. Pero en sus clases también nos dio las pistas para entender
que “Hay un equilibrio al que hay que
llegar en cada cuento: de síntesis, sin dejar de decir lo que se quiere; de
comprensión, sin dar explicaciones” (Nielsen dixit). También fue revelador haber
escuchado a Liliana Heker, una de las ilustres visitas de este año, quien nos
recordó una premisa esencial para todo aquel que se inicie en la escritura: “La primera versión de un texto es solo un
mal necesario. Suele estar bien lejos de aquello completo e intenso que una
difusamente ha concebido. Corregir no es otra cosa que ir encontrando a Moisés
dentro del bloque de mármol”.
Debo admitir que mí debut como tallerista tuvo sus tropiezos. Yo nunca
había incursionado en la ficción, pese a haber escrito durante toda mi vida. Recién
en la cuarta clase me animé a presentar mi primer cuento (del que, además,
estaba muy orgullosa). Para mi sorpresa no fueron precisamente elogios lo que obtuve
a cambio. Había cometido tantos errores de principiante, que debí suprimir
personajes y descartar situaciones que no tenían mayor relación con la trama
central. En definitiva, tuve que dejar de lado un par de anécdotas a las que me
había aferrado con todo mi ser, y volver al punto de partida para darle
estructura de cuento. Esa noche volví a casa tan triste y aturdida como si
llevara en mis brazos a la víctima de una masacre.
Necesité de varias semanas de escucha y de práctica para comprender que aquellos
golpes a mi ego contenían, en realidad, una valiosa lección, llena de
observaciones y consejos fundamentales acerca de cómo escribir un cuento.
“Todo entrenamiento implica algo de dolor”, dictaminó mi analista, “y es
así en cualquier rubro”, precisó después. Y no se equivocó. Mes a mes mis
textos mejoraron, poco a poco, a fuerza de constancia y disciplina (es decir, de
entrenamiento) y también gracias a la inapreciable colaboración de mis
compañeros.
Aunque todavía me queda muchísimo por aprender, pude encontrar en la
escritura una felicidad que nunca antes había experimentado.
Nielsen es uno de los poquísimos escritores dispuestos a enseñar todo lo que sabe. En dos ocasiones escribió a la par nuestra. Invitó a otros profesionales del cuento a dialogar con nosotros. Inventó nuevas secciones. Nos dio a conocer una gran variedad de textos, incluso de autores que no conocíamos. También leyó (fuera de programa y a pedido nuestro) algunos de sus cuentos inéditos, y se interesó por todas nuestras opiniones con humildad y genuino interés. Creó hogar, comunidad y refugio en noches donde el intercambio de ideas, entre manjares y vinos, nos dio un respiro a lo largo de un año tan difícil para los argentinos. Ahora que lo pienso, es probable que Nielsen nos haya inoculado un poco de su locura. Algo de esa fuerza que lo transformó en un escritor inimitable, que vive y disfruta de la vida mientras la va escribiendo.”

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