18.12.25

LA CLÍNICA DE CUENTOS SEGÚN ALBERTO FERNÁNDEZ SAN JUAN / OPINIÓN

 

“Yo no buscaba a nadie y te vi”. Algo así me pasó con este taller. Hacía años que no buscaba una guía, un maestro, un grupo. Seguía trabajando con mi grupo de escritura, todos huérfanos de Hebe Uhart. Y además continuaba escribiendo mucho solo. Cuando Fabiana mencionó este grupo, al principio no presté mucha atención, hasta que un día escuché bien y me dieron ganas. Hubo una posibilidad, un lugar y ahí fui. “Tenemos un grupazo. Es muy divertido, comemos, leemos y corregimos cuentos”, me advirtió Gustavo en nuestro primer intercambio por whatsapp.

“¿Trajiste al nuevo?”, escuché que le preguntaban a Fabi mientras trataba de entender qué era ese lugar y dejaba mi mochila dónde ella me había  indicado, una especie de reclinatorio de iglesia de dos plazas. El espacio es gigantesco, un estudio de arquitectura de dos plantas, pero abierto. Sin embargo, las voces que reclamaban al “nuevo” venían de una especie de guarida diminuta, con un enorme portón corredizo verde. Me dio la impresión de ser más grande que lo que había del otro lado. Me generó intriga y un poco de nervios, que se disiparon de repente y para siempre ni bien entré el reducto y me acomodé en la única silla vacía. Sin decir agua va, me enchufaron una empanada y una copa de vino. De ahí en más, las palabras que definen la experiencia podrían ser: comodidad, generosidad, camaradería y la sensación de haber pertenecido desde antes (lo cual no es moco de pavo: hay compañeros que están hace años en la clínica, la mayoría). El grupo no puede ser más heterogéneo, aunque sí se percibe una homogeneidad ideológica, una forma política y social similar de percibir el mundo. De todas las formas de escribir y de todos los temas, Nielsen consigue exprimir ideas, desplegar fórmulas y patrones en el pizarrón y rebuscárselas para transmitirle a cada uno que terminar de darle forma, acortar, continuar o reescribir un cuento es más fácil de lo que parece. Y a la hora de ponerse, sus marcas en lápiz no fallan.

Ordeno mis papeles, como todos los fines de ciclo, y este año inauguro la carpeta “Taller Nielsen”. Ahí registro que quizás abusé de este espacio: en tres meses (descontando los tres encuentros con escritores) presenté seis cuentos. Es que, de tan cómodo que me sentí, no me ocupé como de costumbre de preservarme, de asegurarme, de esperar por las dudas. Entre textos recientes para corregir, otros nuevos que surgen y el mundo de las muláminas, me fui entregando a esta celebración semanal de cada miércoles. Un rito que cumple con las promesas del maestro: Es muy divertido, comemos, leemos y corregimos cuentos.


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