“Yo no buscaba a nadie y te vi”. Algo así me pasó con este taller.
Hacía años que no buscaba una guía, un maestro, un grupo. Seguía trabajando con
mi grupo de escritura, todos huérfanos de Hebe Uhart. Y además continuaba
escribiendo mucho solo. Cuando Fabiana mencionó este grupo, al principio no
presté mucha atención, hasta que un día escuché bien y me dieron ganas. Hubo
una posibilidad, un lugar y ahí fui. “Tenemos un grupazo. Es muy divertido,
comemos, leemos y corregimos cuentos”, me advirtió Gustavo en nuestro primer
intercambio por whatsapp.
“¿Trajiste
al nuevo?”, escuché que le preguntaban a Fabi mientras trataba de entender qué
era ese lugar y dejaba mi mochila dónde ella me había indicado, una especie de reclinatorio de
iglesia de dos plazas. El espacio es gigantesco, un estudio de arquitectura de
dos plantas, pero abierto. Sin embargo, las voces que reclamaban al “nuevo”
venían de una especie de guarida diminuta, con un enorme portón corredizo verde.
Me dio la impresión de ser más grande que lo que había del otro lado. Me generó
intriga y un poco de nervios, que se disiparon de repente y para siempre ni
bien entré el reducto y me acomodé en la única silla vacía. Sin decir agua va,
me enchufaron una empanada y una copa de vino. De ahí en más, las palabras que
definen la experiencia podrían ser: comodidad, generosidad, camaradería y la sensación
de haber pertenecido desde antes (lo cual no es moco de pavo: hay compañeros
que están hace años en la clínica, la mayoría). El grupo no puede ser más
heterogéneo, aunque sí se percibe una homogeneidad ideológica, una forma
política y social similar de percibir el mundo. De todas las formas de escribir
y de todos los temas, Nielsen consigue exprimir ideas, desplegar fórmulas y
patrones en el pizarrón y rebuscárselas para transmitirle a cada uno que
terminar de darle forma, acortar, continuar o reescribir un cuento es más fácil
de lo que parece. Y a la hora de ponerse, sus marcas en lápiz no fallan.
Ordeno
mis papeles, como todos los fines de ciclo, y este año inauguro la carpeta
“Taller Nielsen”. Ahí registro que quizás abusé de este espacio: en tres meses
(descontando los tres encuentros con escritores) presenté seis cuentos. Es que,
de tan cómodo que me sentí, no me ocupé como de costumbre de preservarme, de
asegurarme, de esperar por las dudas. Entre textos recientes para corregir,
otros nuevos que surgen y el mundo de las muláminas, me fui entregando a esta
celebración semanal de cada miércoles. Un rito que cumple con las promesas del
maestro: Es muy divertido, comemos,
leemos y corregimos cuentos.

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