“Es curioso estudiar la historia de los diccionarios. En la Antigüedad no existían. Los griegos y los romanos no tenían diccionarios. Luego, en la Edad Media, hacia el siglo VII, los eruditos han encontrado en los manuscritos una palabra no muy usual, a la cual solían intercalar en letra más chica la palabra latina común, o la traducción vernácula de esa palabra. Luego eso fue copiado y se hicieron así los primeros glosarios, que no eran glosarios de todas las palabras, desde luego, sino de aquellas palabras más difíciles. Después se hicieron diccionarios de palabras difíciles, no ya en latín, sino en las diversas lenguas de Europa, y luego diccionarios etimológicos. Esos diccionarios solían contener breves definiciones de las palabras y se hicieron también diccionarios bilingües o polilingües… Por ejemplo, hubo en Inglaterra un filólogo italiano, Florio, que tradujo los ensayos de Montaigne, que hizo un diccionario italiano-inglés. Es decir que esos diccionarios especializados, diccionarios de palabras raras, de nomenclatura marítima, por ejemplo, diccionarios etimológicos, son anteriores a los diccionarios de nuestros días.
En Italia había un diccionario compuesto por una academia,
creo que la Accademia della Crusca. Luego, en Francia, tenemos el diccionario
de la Academia Francesa. Ese diccionario no buscaba la multiplicidad de
palabras, como el Diccionario de la Academia Española, por ejemplo, que incluye
americanismos. Los franceses buscaban más bien la economía en el vocabulario.
Se ha calculado que el vocabulario de Racine y el vocabulario de Corneille es
realmente muy pobre, no porque ellos ignoraran otras palabras, sino porque les
gustaba trabajar con pocos instrumentos, con pocos vocablos. Johnson se comprometió
con los libreros, que le adelantaron creo que 1500 libras para compilar su
diccionario.”

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