6.11.25

LILIANA HEKER EN LA AGENDA REVISTA / TRANSMITIR UN OFICIO


Desde que reaparecieron los gobiernos liberales armé en mi estudio de arquitecto un lugar para conversar de literatura y podernos aislar, aunque más no fuera en grupos muy pequeños, de toda esa gente nefasta que cada tanto vuelve con las ideas de vender, rifar y regalar nuestra querida Argentina. Me dan náusea, me resultan insoportables. Y como no me puedo mudar de país cada cuatro años, decidí escaparme hacia el interior, construyendo algo así como una buena cueva. El objetivo era enojarme lo menos posible mientras se sucedían los préstamos del FMI, se fugaban el tesoro de la Nación y regalaban nuestras riquezas vernáculas. Todos los que pasaron por la Clínica de cuentos del Galpón Estudio tenían casi la misma necesidad, además de querer ir a un taller con características particulares. Los talleres que armé fueron de una vez a la semana, con comida y bebida: cenamos, además de leer y escribir cuentos. Y, sobre todo, convoco de cuando en cuando a una figura notable de la literatura nacional: eso también lo hace diferente, además de la posibilidad de aplicar en el morfi nuevas creatividades. Hubo cenas de lujo (sushis, salmónidos, asaditos, locros), cenas temáticas (vikinga, mexicana, española, árabe), cenas de autor (vinieron cocineros reconocidos, tuvimos repostería de primera línea en Buenos Aires), cenas de invitación, donde uno de los concurrentes invita a comer al resto del grupo sus especialidades y banquetes de “asalto” o picnics. Y entre los invitados vino gente enorme: Sylvia Iparraguirre, Pablo de Santis, Ana María Shua, Elvio Gandolfo, Alejandra Kamiya, Jorge Accame, Inés Fernández Moreno, Guillermo Martínez, Carlos Chernov, Patricia Suárez, Marcelo Caruso, Claudia Piñeiro, Daniel Guebel: todos en su fase de cuentistas. Los últimos dos fueron Sergio Bizzio y la gran Liliana Heker. Los invitados se lucen contando cómo hacen su trabajo, y nosotros tenemos la oportunidad de entrevistarlos personalmente -descaradamente, a veces- sobre por qué resolvieron tal trama de este u otro modo, o cómo construyeron tal personaje o pasaje. Normalmente los invitados empiezan suponiendo que tres horas de charla van a hacerse larguísimas, y la mayoría de las veces terminan sorprendidos porque les faltó tiempo.

A Lili la veníamos estudiando en “La trastienda de la escritura”, la biblia de los talleres. Saqué cantidad de material teórico de ahí, porque realmente es un libro suculento en saberes. En sus capítulos están bien definidas las personas narrativas, hay muchos ejemplos de cuentazos que desconocíamos por no haber ido al taller de Heker. Lo cierto es que, junto a otros textos indispensables que se publicaron últimamente sobre el tema (“Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción” y “Contar un secreto”, de Martínez y De Santis respectivamente -librazos), “La trastienda…” pasó a formar parte de nuestra biblioteca permanente de consulta. Se lo conté a Heker para convencerla de que nos visitara, suponiendo que podía ser un personaje difícil por lo importante de su historia, pero aceptó de inmediato contra todos mis prejuicios. Cero estrella de rock y, sin embargo, gran estrella brillante.

Esa noche comentó que los editores de Godot le habían pedido un pequeño libro que completara de manera íntima el manual que le había publicado Alfaguara. Dijo que estaba por entregarlo, y que contenía una nutrida cantidad de anécdotas que le habían ocurrido en sus más de sesenta años de oficio, desde los dieciséis que se presentó a un Abelardo Castillo de veinticuatro para colaborar en “El grillo de papel”, con cuentos que aún no habían sido escritos. Ante nuestra pregunta de si su nuevo libro se iba a parecer a “La trastienda de la escritura” respondió que iba a ser menos técnico y mucho más cálido y reflexivo. No reflexivo por lo que ya traía sabido del oficio de narrar, esos conceptos de los que podía estar segura por práctica y años, sino por lo que desconocía de su propia personalidad escribiente, y pensaba indagar desde la memoria como si se estuviera autoanalizando. Así resumió Heker el texto que estaba por salir a escena: la intimidad de su oficio de escritora. Y más o menos así es como se titula y como es.

“Escucho la propuesta y me pregunto: ¿qué se entiende por intimidad de la escritura? En desorden acuden a mí hábitos, incertidumbres, búsquedas apasionadas, frustraciones, hallazgos felices, manías, una corriente dichosa que suele recorrerme desde la cabeza hasta los dedos. Tal vez esas ocurrencias no están del todo erradas: son parte de un paquete que guarda pedazos bastantes consistentes de mi intimidad de mujer-que-escribe.”

Ese va a ser su personaje. No la mujer que elige las letras (a la hora de buscar una carrera Liliana Heker fue para el lado de las ciencias exactas, con mucha decisión), sino tal vez, el de la mujer que es elegida por las letras. Ese será su papel, en la vida y en este libro. Y el tema, del que todos los escritores tienen un poco de miedo: el del tríptico “ansiedad-alegría-vacío” de la creación. La ansiedad por el hacer, la alegría del producto hecho y la incertidumbre acerca de cómo se sigue. Liliana llama a ese final el “qué escribo ahora”, con entonación interrogativo dubitativa, y jura que el asunto le sigue siendo tan perturbador como la primera vez. “A veces viene de un mandato externo, a veces de un conflicto o de una obsesión. Y a veces no viene.” Lo resume así: “En este oficio nunca se sale del tembladeral”. Y agrega: “Felizmente”.

“Intimidad de un oficio” es, sobre todo, un libro de iniciación que vino a completar, con su filón de ternura, el anterior. Un relato acerca de cómo perder el miedo, como encarar el aprendizaje y salir sabiendo lo que a uno le sirve y puede aplicar. Cómo, en su caso, se moldearon sus días entre esos escritores que la acompañaron y ayudaron, y otros momentos igualmente valiosos en la que lo pasó sola con sus lecturas. Cuenta los roces, las idas y vueltas de las historias que crecieron con ella, los errores y los festejos. Y a veces los festejos nacidos de los errores, de un modo encantador. Cuenta acerca de los libros que escribió y de los que no pudo escribir y se los regaló a Greta, la autora protagonista de su última novela “Noticias sobre el iceberg”.

Yo adoré verme reconocido en cantidad de sus costumbres y vicios de escritora, en su amor por los cuadernos y las libretas, en su lío de horarios y procrastinaciones, en esa especie de esponja en la que se convierte cuando se mete en un tema hasta el final, en el que todas las cosas que le empiezan a aparecer, todas las notas que lee y las frases que escucha en la calle, parecen dictadas para contribuir a su proyecto. Que las ficciones avancen en la máquina, pero sobre todo fuera de la máquina. Y de todos aquellos tesoros que se descubren cuando uno empieza a escribir, sobre el mundo y acerca de uno mismo. Utilizando las palabras de la maestra:

“A esta altura de las confesiones, me animo a decirlo sin vueltas: escribir es hermoso. Desordenado, irregular, a veces muy incierto, pero hermoso. Un acto que me compromete de cuerpo entero y en el que mis dedos tienen tanto protagonismo como mi cabeza. (…) La escritura sigue siendo para mí pura incertidumbre y pura búsqueda. Me gusta que sea así: indica que estoy viva.” 

¡Gracias Pablo Perantuono! 

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