“La mulánima era una mujer que teniendo una vida pecaminosa y amores sacrílegos perdía la forma femenina para convertirse en mula, según cuentan los viejos de este lugar.
Esta transformación se hacía al dar la primera campanada de
las doce de la noche en la iglesia de la población. Se sentía el ruido de
cadenas que arrastraba por el suelo y recorría las partes más oscuras del
lugar, dando gritos y arrojando fuego por la boca. Sus relinchos, a veces, su
llanto de mujer, otras, causaban el terror en las personas que trasnochaban en
aquellos tiempos. Los vecinos sentían sus relinchos y se defendían del miedo
con oraciones para la desgraciada que según se aseguraba sufría más. Como
estaba condenada, se pedía a Dios por ella. Sus relinchos y gritos respondían
al fuego que la consumía por estar condenada y no poder regresar al hogar que
ella había manchado con su mala vida.
Todo este sufrir dura hasta el toque o llamada de la primera
misa, toques que tienen la virtud de transformarla nuevamente en mujer y puede
entrar al hogar.
El relato que doy aquí se lo debo a una antigua servidora
que juraba por lo más sagrado que ella había visto con sus propios ojos un caso
de estos, en una casa de dones donde ella era mucama. Entre lágrimas y
temblores me lo refirió. Y me decía:
– Vea, niña, yo era sirvienta de dentro en la casa de la
señora Juana –me nombró una señora de gran familia, de la población–. Por la
noche las criadas chicas dormíamos en un corredor, al lado del dormitorio de la
señora, que era viuda de mucho tiempo. Yo tenía que darle mate, antes de la
primera misa. En la noche oscura hacíamos con doña Pancha, la cocinera, el
juego pa calentar el agua pal mate. A la señora le gustaba el mate a la madrugada.
En una de esas veces, yo con el mate en la mano dentré de repente al dormitorio
y, ¡qué vide, Dios mío! ¡Y que me caiga muerta si miento! Mi patrona parecía
una loca, respiraba juerte, tenía los ojos salidos y brillosos como los de los
michis. ¡Respiraba juego!, niña. ¡Madrecita del Valle, lo que vide después!
¡Los pieses, niña, eran de mula! Las piernas peludas y los vasos con uñas y
todo. Le juro, niña, que estaba condenada. Entoavía me sacude el chujcho cuando
me acuerdo. Yo le gritaba ¡Cruz Diablo! ¡Cruz Diablo! Y desde entonces, niña,
tengo estos ataques, y cuando me vienen, grito porque veo las patas de la
Mulánima en el cuerpo de mi patrona.
Así terminó la anciana que nos
sirve desde hace más de veinte años y tiene más de setenta.”
Margarita Soria y Medrano. San Antonio, Esquiú, Catamarca, 1946. La narradora es maestra de escuela del lugar.
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