19.11.24

UNA RONDA ALREDEDOR DE LA NADA / YASMINA REZA EN LA AGENDA


Algunas consideraciones acerca de la obra “James Brown usaba ruleros”.

Para el psicoanálisis no hay gente normal. Si estás loco sos psicótico; el resto de la gente es neurótica. Para ser psicótico tenés que tener un delirio. Hice una consulta a mi amiga Silvia, que es médica, porque salí bastante confundido de la última obra de Yasmina Reza que se presenta en el Teatro Sarmiento, bajo la dirección (en el programa dice versión) de Alfredo Arias. La obra te deja pensando, como todo buen teatro. Además, entretiene; visualmente es muy atractiva. Pero en la visión inmediata simula padecer problemas narrativos: al salir sentí que le sobraba exposición y le faltaba profundidad. Con la exposición me refiero a que los personajes psicóticos, que parecen ser los principales en “James Brown usaba ruleros”, están muy bien enunciados, pero no pasan de ahí. En cambio, la pareja de padres -los neuróticos- se morfan la escena junto con los hermosos vestuarios y la inquietante escenografía.

Julio Suárez es quien diseñó el vestuario vintage colorinche, muy de cómic. Julia Freid, la escenografía, que es bien diferente de la francesa (gracias Pati Espinosa por el dato).

La escenografía de Julia está compuesta por tres vitrinas: son espacios de exhibición, como de museo, y pueden dar paso a dos supuestos. El primero: ¿serán vidrieras para mostrar los temas vigentes que le importan a la progresía actual, a la manera de Oscar Bony cuando en 1968 exhibió “La familia obrera” en el Instituto Di Tella? Los temas de ahora irían por el lado del cambio de sexo por autopercepción de haber nacido en cuerpo equivocado.  O (segunda opción): ¿estos habitáculos estarán construidos para la clasificación de los diferentes estados de locura, como los casilleros de un coleccionista de mariposas? Llego a esta segunda conclusión por el lado de que los psicóticos presentes en el núcleo de la obra no maduran; funcionan como objetos, aunque ocupen la casi totalidad de la platina del microscopio de Yasmina.

Después uno recuerda “Art” y sucedía lo mismo: el núcleo estaba vacío y los valores, las cuestiones, las reflexiones humanas importantes iban por afuera, haciendo la ronda alrededor de la nada.

La obra es con locos, no de locos. Reconozco que en la primera impresión me equivoqué: los internos que aparecen pintados en el texto y llegan incluso a ser graciosos, no son lo importante. Aunque sean llamativos.


JACOB Y PHILIPPE

Jacob tiene unos veinte años y desde los diez está obsesionado con la cantante Céline Dion. Tal es su obsesión que cree ser ella. Usa peluca, se viste como la estrella, da reportajes a una prensa invisible y entona afinadamente y de memoria su repertorio. La mimesis le ocupa todo el tiempo y la mente: es un caso de delirio crónico estable, también llamado monomanía, porque copia o se identifica con el esplendor de una persona real. Además canta bien. Los padres de Jacob lo llaman Pochi, o Pochito; fueron viendo el cambio en su crecimiento diario. Al principio lo creyeron un juego (el nene se hacía las pelucas con cinta de casets viejos), después se fueron preocupando y terminaron internándolo en un centro asistencial, con la esperanza de que la ciencia le devuelva a su niño original. Eso no va a pasar: la psiquiatra es re moderna, fanática de “La Cenicienta” y cree firmemente que siempre intimida romper la biología (con esta frase puede ser que Reza especule con que la doctora intenta asegurarse de que su caso no sea un problema de migración de género, para no quedar como políticamente incorrecta), pero se pone a favor de llamar Céline al paciente, abrazarla en la soledad de su fama y seguirle el juego de las canciones. Para nosotros, los espectadores que estamos viendo los detalles de la internación desde cerca, es una acción obvia. No para sus progenitores Lionel y Pascaline, que solamente van de visita.

La nueva Céline -según Silvia transita un delirio de grandeza evidente, como el clásico loco que se cree Napoleón- se hace de un amigo adentro del manicomio. Philippe es un joven blanco que se cree negro. Parece que cuando el delirio tiene que ver con el cuerpo se denomina “melancólico”, como el “Licenciado Vidriera” de Cervantes, o los casos de gente que cree no tener órganos, o carecer de sangre, aunque las demás cosas le funcionen relativamente bien. Este personaje está vinculado a aspectos botánicos, arbolitos que quiere cambiar de lugar o ayudar a crecer y que casi no tienen importancia. Es medio un caza bobos, aún más inamovible en sus razones que la propia Célíne.

La obra comienza el día en que los padres van a internar a Jacob. Estará contada con anécdotas triviales que se irán sucediendo, casi sketches, con mucho de vodevil francés. La referencia a la locura empieza a banalizarse con el tono, y el conflicto, que parece no querer crecer, se muda al del arte, en el que Yazmina es una experta. Cuando entendamos eso habremos entrado a la verdadera función.


CÓMO REFUGIARSE EN DOS O TRES CANCIONES

La escritora nos manda a ver, en los reportajes, a los que son sus personajes favoritos: Lionel y Pascaline. Sobre todo a él, el padre, en un rol ejercido desde la autocrítica. Lo más interesante de toda la obra se centra en la culpa de este señor. Para exponerla, Yasmina le hace contar un episodio en el que él se negó a pedir unas reposeras en un día de campo, y por eso su familia no pudo disfrutar de un descanso feliz. El episodio sucedió en el pasado y tiene que ver con la pusilanimidad de ese hombre que no sabe solicitar, ni dar propinas (el trauma se va a repetir en un gesto sencillo de entregar a la psiquiatra una caja de bombones para que reparta entre sus empleados -no lo va a poder hacer). Lionel se echa toda la culpa de la fragilidad mental de su hijo, porque nunca supo ser un ejemplo digno. Llega a gritar: “¿quién no está a disgusto con su cuerpo?” y “¡la locura está en todos!”. Padre y madre son personajes intensos, contradictorios y morales. Son racistas cuando ven a su hijo amigo de un negro; dejan de creer en la ciencia cuando constatan que no les va a devolver a Jacob, sino a una Céline Dion perfectamente moldeada a un cuerpo masculino. Entonces el padre va a cambiar: se va a convertir en autoritario. Aunque desemboque en ese cul de sac fulerazo, lo importante es el valor que cobra y las modificaciones que esto produce.

Bueno, no cuento más. “James Brown usaba ruleros” es tan lúdica como otras obras de Yasmina Reza, donde el arte, en este caso la música, puede ser lo único que te salve. Jacob se hizo un mundo que cabe en un metro cuadrado de la alfombra de su cuarto adolescente. Es la cantante de fama mundial, pero es también sus miles de fans, sus músicos, sus empleados, los groupies, los plomos, los sonidistas y los iluminadores que dan vida a sus recitales; la prensa de alrededor, la gente que viaja con ella en las giras, los kilómetros recorridos y las ciudades visitadas. Todo eso pasa por su cabeza y por su cuerpo cuando canta. Esta Céline Dion le gana, incluso, a la verdadera, porque no necesita a nadie, ni gasta un mango para poder ser. Puede irse de viaje a presentar su nuevo disco sin levantar un solo pie, sin mudarse de ropa. Está sola y entera, refugiada en su propio interior. “Felices los felices”.

En La Agenda revista. ¡Gracias, Pablo Perantuono!

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