Aunque ahora se llame Teatro Alvear, a secas. Nunca sabremos si por el ex presidente o por otro de los tantos Alveares que pueblan nuestra sufrida historia. Es raro que por un lado le hayan simplificado el nombre y por otro hayan dejado en el foyer las arañas de caireles que en su momento, hace una pila de años, habrá colgado algún director con vocación de decorador pero nula educación moderna: las dos acciones parecen seguir criterios diferentes. Por lo demás, todo bien. Quedó precioso. Va un poco de historia del edificio y un poco de crítica a la obra estrenada para inaugurarlo. ¡Felicidad!
EL EDIFICIO
El 23 de marzo de 1937 la
Intendencia Municipal de Buenos Aires resolvió invertir un millón de pesos en
un teatro que fuera moderno -de arquitectura racionalista y equipado con
tecnología de punta- en la calle Corrientes, número 1659. El terreno también era
municipal. Le encargan el diseño al estudio de arquitectos Lasalle y
Etchepareborda, y ellos trabajan en un esquema de tipo italiano, de
funcionalismo austero. La construcción se postergó por razones burocráticas
hasta 1941, y desde el día en que se puso la piedra fundacional comenzaron los cotilleos
y chismeríos de las revistas destinados a clavarle un nombre a la cosa, que no
tenía. Los títulos más votados eran “Cid Campeador”, “Teatro José Zorrilla” o
“Martín Fierro”. El 23 de marzo de 1942 muere el ex presidente Marcelo Torcuato
de Alvear, por lo que se termina la competencia.
El diseño original constaba de 1073
localidades divididas en 555 plateas, 266 butacas en el pullman, 168 en tertulia
y 38 palcos para cuatro personas cada uno. En los años 90 se hizo la primera de
las reformas para acentuar la pendiente de la platea baja, y las localidades
quedaron en 861. Los cambios fueron en sala: el escenario siguió midiendo doce
metros de embocadura por ocho de profundidad y veinte de altura de tramoya, con
hombros de cuatro metros de ancho. El foso de la orquesta tiene tres metros por
todo el largo de la escena. En el 2000 el edificio pasó a integrar el Complejo
Teatral de Buenos Aires junto al San Martín, el Regina, De la Ribera, Sarmiento
y El Plata.
El primer concesionario del Alvear
fue el empresario Pascual Carcavallo, que ya había trabajado largo tiempo como
funcionario en el Teatro Nacional. Los comienzos de Don Pascual fueron con los
hermanos Guillermo y Gerónimo Podestá, que eran los dueños -merecidamente
dueños, por capacidad y energía- del teatro popular argentino desde el año
1880. Cuando le preguntaron a Pascual Carcavallo, en su asunción, qué tipo de
obras tenía pensado estrenar en esta nueva etapa, dijo:
“… el Municipio apoya y
fomenta permanentemente el teatro lírico en el Colón; el Estado, por su parte,
protege lo que se podría llamar la “alta comedia”. Sólo el género
verdaderamente popular – sin que esta expresión se refiera a lo chabacano y lo
grosero – está huérfano y desamparado. Pues eso es lo que yo pienso que debe
hacerse en el futuro teatro. Drama, comedia o sainete, ya que en todos los
géneros se pueden hacer obras que interesen. (…) Aspiro a que en ese teatro
nuevo todo se haga con un criterio cordial y fraternal. Quisiera que en él
tuvieran los autores nacionales su rincón amable, así para sus obras como para
su persona” (El Diario, Buenos Aires, 24 de marzo de 1937).
En mayo de 2014 el Alvear fue cerrado por reformas y,
literalmente, se vino en banda. En agosto de 2018 se incendió la marquesina, el
foyer y parte de la fachada. La recuperación técnica del edificio, para dejarlo
impecable otra vez, como lo vimos anoche, fue realizada por personal
especializado de Mantenimiento del Complejo Teatral Buenos Aires. De la
renovación escenotécnica e interiorismo participó la escenógrafa Julieta
Ascar, y en el diseño gráfico de la nueva marquesina, Alejandro Ros.
LA OBRA
La nueva temporada en este hermoso teatro remozado se acaba de
largar. Tuvo lugar la noche del 18 de julio de 2023, con una obra multipremiada
en Francia de Alexis Michalik, autor y director de “Edmond”. Un profesional argentino
que no encontré en el brindis me hizo esta observación, hace unos días, de lo
tilingos que eran los del Gobierno de la Ciudad, que para un estreno de un
teatro local necesitaban de una obra francesa. Como si acá no hubiera buenos
directores. Le di la razón, pero ayer, después de ver la obra, se la quité.
Y lamenté que él no estuviera ahí; tal vez opinara diferente después de la
actuación y los vinos.
“Edmond” tiene varios aciertos. Pasa en París en 1897, donde
Edmond Rostand intenta escribir “Cyrano de Bergerac” surfeando entre problemas
económicos, domésticos y afectivos. Y Coquelin, un gran actor igualmente
quebrado, decide participar y dirigirla. Necesita una comedia heroica para
salvar el alquiler de la sala. Rostand no tiene nada escrito, ni media línea,
pero lo va a hacer. Y entre todos, van a construir un mito. La obra es una
comedia de enredos, un vodevil popular como le hubiera gustado a Don Pascual.
Un segundo acierto es que el teatro alquilado por Coquelin en
París, también venía, como el Alvear, de una reconstrucción reciente. Hay un
momento en que se muestra la sala en proyección, en espejo con las plateas. Ambos
teatros, el porteño y el parisino, quedan enfrentados y arman un solo gran
espacio mitad real, mitad virtual, unidos por la escena.
Tercer acierto: la obra habla del oficio teatral. El grueso de
los presentes en la noche inaugural fueron actores o directores. Entre el
público estaba Mirtha Legrand, que también había asistido a la inauguración
oficial, la primera del edificio, en 1941. Muy feliz ella, se la veía
emocionada.
A mí me pareció una obra entretenida, pero un poco antigua.
Dentro de las puestas que hablan más o menos del mismo tema (la construcción de
un drama teniendo en cuenta todas sus partes: escritor, actor, productor y
director) me quedo, lejos, con “La vis cómica”, de Mauricio Kartun. “Edmond” es
livianita -superficial-, como si Alexis Michalik no supiera, o pudiera, llegar
al fondo de la cuestión. Lo que se dice: profundizar. Comprender por qué los
personajes actúan, o son así. Sus delirios más íntimos y oscuros. El verdadero
síntoma de poder que maneja sus vidas. Acá los personajes están creados y chau,
como en la próxima (no importa cuando leas esto) película de Wes Anderson. No
es poco, pero tampoco es tanto. Kartun logra más, con menos (guita). Y “La Vis
cómica” es jevi: en arte prefiero siempre lo impactante.
Fui a la inauguración con el bisnieto de Pascual Carcavallo, que
tiene el mismo nombre y apellido del prócer, pero solamente 31 años. Es
licenciado en arte dramático y actor, docente, director. “Edmond” le gustó más
que a mí, y a mí me gustó su opinión. Dijo lo siguiente:
“Destaco la inteligencia en la dirección. Cómo está contada la
historia; la dinámica, la velocidad; esa vorágine. Las entradas y salidas, los
cambios de escenografía con todo el sinfín de elementos móviles que arman y
desarman espacios. Desde que arranca y por dos horas no para ni un segundo, con
muchas escenas breves y continuas, resueltas con agilidad.
También destaco las actuaciones. Los actores se adaptan
perfectamente a un tono muy distinto al tono cotidiano, y lo defienden muy
bien.
De lo narrativo me gustó eso de que al autor le pase lo mismo
que a Cyrano; contar Cyrano desde la vida del autor.
La escenografía… envidiable. La estética… cuidada. Los telones
que caen, todos bellos… ¡me dan ganas de tener esa producción para mis propias
obras!”
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