- El cuento
flecha: que marcha hacia el último párrafo como único objetivo. Es el más
ortodoxo, el clásico. Lo hicieron Cheever, Onetti, Boccacio, Rulfo, Kipling,
Jacobs, Heker... Hay cantidad de ejemplos: “El nadador”, “Esbjerg, en la
costa”, “Alibech, o la nueva conversa”, “No oyes ladrar los perros”, “El cuento
más hermoso del mundo”, “La pata de mono”, “La fiesta ajena”.
- El cuento
discursivo: muy de los 70’, la primera persona a full, con todo su
pintoresquismo a cuestas. Es teatral. Figuran aquí varios de Cortázar y
Castillo. Puedo nombrar “Torito” y “Conejo”.
- El cuento de
las dos etapas: en la primera sucede algo que para la segunda etapa cambia,
aunque los protagonistas y los lectores esperan a que vuelva a pasar lo mismo
que antes. Todo el suspenso está puesto ahí. Gandolfo es un maestro de este
esquema: “No es una línea recta” es uno de sus mejores ejemplos. Yo mismo lo
intenté con “Marvin”.
- El cuento
cíclico: llega al final y vuelve a empezar. Ocurre en “Continuidad de los
parques” de Cortázar (una especie de metalepsis), y en algunos extraños cuentos
de Levrero. “Las ruinas circulares” de Borges es también un poco así. Encuentro
que “Letino”, de Caruso, con su inquietante paradoja temporal, es muy cercano a
esta clasificación.
- El cuento
collagista: con situaciones armadas con diálogos o pequeños acontecimientos
aparentemente inconexos o de registro variado que van manipulando la trama como
si fuera un rompecabezas. Se ve en los cuentos en tercera omnisciente de Mark Haddon,
donde las mentes de los personajes definen el rompecabezas. “El hundimiento del
muelle”, por ejemplo. Y en “El vestido blanco”, de Felisberto Hernández, donde
episodios distanciados construyen lo siniestro. Felisberto lo hace muchas
veces.
- El cuento iceberg:
lo que oculta es lo que le otorga validez. El autor de la teoría es Hemingway.
“Los asesinos”.
- El cuento
ruedita de hámster, que desarrolla su propia energía en las vueltas que le va
dando al mismo asunto. Es un cuento escarbador, minimalista. Sucede con Munro y
Berlin. Recuerdo dos de sus maravillas: “Dimensiones” y “Silencio”.
- El cuento con
final existencialista: va contando una historia y con una sola frase de cierre resignifica el texto completo para la vida
del personaje. “Desde ahora mi suerte debería cambiar” podría ser esa frase
final. Es muy Carver. Dos de sus ejemplos: “Gordo” y “Catedral”.
- El cuento con
explicación: un poco pasado de moda, pero bien siglo XIX, sobre todo en lo
relativo a fantasmas o policiales. Quiroga en “El almohadón de plumas” o “El
hijo”. También lo leímos en Poe.
- El cuento con
historias que actúan en paralelo, intercaladas. Al final casi siempre se juntan
o se pasan rozando. Lo hace Flannery O´Connor en “Un hombre bueno es difícil de
encontrar”.
- El cuento
mantra: va repitiendo un patrón para provocar un efecto hipnótico o remarcar el
paso del tiempo. Recurso poético. “Hoy
temprano”, de Mairal. "Los días de pesca", de Ani Shua. Hebe Uhart tiene varios ejemplos.
- El cuento
precipicio: de final abrupto. “Teddy”, de Salinger. “Un día perfecto para el
pez banana” es un iceberg con precipicio incluido.
- El cuento mamushka:
historias adentro de historias. Un modo de contar al que nos acostumbraron Borges
y Bioy. Y Lovecraft.
- Y además, y fuera de catálogo, están los microcuentos.
La maestra en el tema es Shua. Mis preferidos son los de “La sueñera”.
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