¿Hasta dónde se puede cambiar un cuento tradicional sin
herirlo de muerte? Esa es más o menos la pregunta que nos hicimos ayer cuando
Lili leyó su versión –muy respetuosa, demasiado para mí- de uno de los cuentos
argentinos de brujas que leímos la otra clase. La verdad es que te extrañamos,
Jorge Accame, nos gustaría haberte tenido participando de esta discusión (y a
vos te hubiera gustado también). Queremos saber con Lili y todo el
grupo cómo eran las versiones originales de “El Asno de Oro” de Aupuleyo para
que te dejaran escribir “Ípata” y “Telifrón”. En síntesis, lo que queremos
saber es cuánto cambiaste. Los textos de la profesora Vidal de Battini son transcripciones directas de la
oralidad norteña; tienen muchos ingredientes que los hacen simpáticos pero poco
literarios, para mi gusto. ¿Hablamos de “modernizar”? No es la palabra
indicada. Modernizar es lo que hizo Amélie Nothomb con su versión de
“Barbazul”. El neologismo, para mí, es “literaturalizar”, volver esas leyendas
literatura. Agregarle tensión y superar las omisiones por espera, donde en el
relato oral no importa como sufren la novia y los padres después de que el muchacho
se convierta en viborón, pero en su versión literaria quizás queramos saberlo.
Porque si vamos a omitir tenemos que omitir a lo Hemigway en “Los asesinos”.
Vargas Llosa (“Cartas a un joven novelista”) nos explica:
“Lo más importante de la historia es un gran signo de
interrogación: ¿por qué quieren matar al sueco Ole Andreson ese par de
forajidos que entran con fusiles de cañones recortados al pequeño restaurante
Henry´s de esa localidad innominada? ¿Y por qué ese misterioso Ole Andreson,
cuando el joven Nick Adams le previene que hay un par de asesinos buscándolo
para acabar con él, rehúsa huir o dar parte a la policía y se resigna con
fatalismo a su suerte? Nunca lo sabremos. Si queremos una respuesta para estas
dos preguntas cruciales de la historia, tenemos que inventárnosla nosotros, los
lectores, a partir de los escasos datos que el narrador omnisciente e
impersonal nos proporciona: que, antes de avecindarse en el lugar, el sueco Ole
Andreson parece haber sido boxeador, en Chicago, donde hizo algo (“algo
errado”, dice él) que selló su suerte.
El “dato escondido” o narrar por omisión no puede ser
gratuito y arbitrario. Es preciso que el silencio del narrador sea significativo,
que ejerza una influencia inequívoca sobre la parte explícita de la historia,
que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad, la expectativa y la
fantasía del lector.”
A este modo de narrar Varguitas lo llama “narrar callando”.
Sigue:
“Si se acepta el supuesto de que una ficción escrita es solo
un segmento de la historia total, de la que el novelista se ve fatalmente
obligado a eliminar innumerables datos por ser superfluos, prescindibles y por
estar implicados en los que sí hace explícitos, hay de todas maneras que
diferenciar aquellos datos excluidos por obvios e inútiles, de los “datos
escondidos” a que me refiero en esta carta. En efecto, mis “datos escondidos”
no son obvios ni inútiles. Por el contrario, tienen funcionalidad, desempeñan un
papel en la trama narrativa, y es por eso que su abolición o su desplazamiento
tienen efectos en la historia, provocando reverberaciones en la anécdota o los
puntos de vista.”
También en la historia novelada me gustaría encontrar más detalles.
Si el hijo de la familia se transformó en viborón, ¿cómo sucedió? Me dan ganas
de saber, incluso, cómo fue la noche en que el monstruo regresó al estado humano
para casarse con Merceditas, y si ella advirtió alguna diferencia, algún rastro
o residuo de haber sido una serpiente. Si le dio miedo su aparición en el
cuarto, por la madrugada.
En el relato “Nina”, la mujer que fue serpiente de Robert
Bloch se venga como si hubiera salido de un cuento de Quiroga: comiéndose al bebé
del protagonista. “Nina” es, seguramente sin quererlo, una versión libre, tal
vez demasiado libre, de nuestro cuento tradicional riojano. Fabián propuso el
ejercicio de reescribir, como Lili, la joya hallada en la antología de la
profesora Vidal de Battini. Es una buena idea, así que largamos el segundo
trabajo práctico, aún antes de haber concretado el primero: revisitar LA VIEJA
BRUJA, relato oral de Gerarda A. de Campillay, 58 años, de Famatina, La Rioja, número
896 en los “Cuentos y leyendas populares de la Argentina”. Va el original:
“Que eran dos chicos que se sentaban a jugar y que se
llamaban, Mercedes, la chica, y el chico también.
Bueno, una de esas güeltas que jugaban, el varón llevó un
rosario con un crucifijo di oro y que le regaló a la chica con el compromiso de
que se iban a casar.
Después, que realizó un viaje con el padre, el chico varón,
y que cuando fueron por el camino tenía ser, y que el chico se bajó a tomar
agua de un río que cruzaba, y que cuando tomó agua se volvió un viborón. El
padre lloraba muchísimo y el chico hecho viborón se disparó al monte y no lo
encontraron más. Y después de pasados algunos años, Mercedita era grande, y que
tenía otro novio. Y estaba para casarse, y entonces que había una vieja bruja y
que le había contado a Mercedes que se había hecho víbora el que era su primer
novio.
Y ella siempre lo esperaba. Y ella se valió de la vieja
bruja para que lo hallara al viborón. La bruja lo veía siempre tomar agua en el
lugar donde se había hecho viborón. Y la vieja le dijo a la niña que el viborón
iba a venir a la pieza de ella el día antes de que ella se case. Y que a la
mañana le ponga una palangana con agua limpia. Y así pasó. Mercedita le puso el
agua y a la mañana tempranito llegó el viborón. Se bañó en la palangana y se
convirtió otra vez en joven. Y ella que lo escondió. Y que le mandó hacer un
traje para que se fueran a casarse. Al otro día, se iba a casar con el otro.
Entonces iba a salir este novio y no el otro. Y al otro día
se fueron a la iglesia y se casaron con Mercedita. Y cuando vinieron a la casa tenían
el crucifijo clavado en la pared, aquel qu´él le regaló. Y cuando volvieron, se
despegó el Cristo del crucifijo y les dio la bendición.
Después continuaron con baile y siguieron viviendo juntos
muchos años.”
La verdad es que ahora que paso en limpio esta historia
entiendo la mirada de Lili: es excelente, y le agrega bastantes cosas. Unas siniestras
cabezas de lechuza (de una narración de su abuela tucumana), y un final pensado
para el casamentero que no fue. Felicitaciones, Li. No le agregues nada más, tu
cuento está perfecto. ¡Bien!
Mi propia versión va a tratar de asustar. Me voy a
concentrar en la escena del cuarto. Y le voy a cambiar la palangana para antes
de acostarse, así pongo más nerviosa a Merceditas, aterrorizada adentro de su
cama, esperando a que el viborón aparezca en el agua. Con el vestido de novia
en el maniquí de madera, mirándola y avisándole que en menos de veinticuatro horas se casará con
alguien que no es su prometido. Y ese crucifijo aterrador clavado en la pared.
Pienso convertir a esa chica en una pila de nervios.
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