6.9.19

VERONESE, ONETTO, WALLACE Y COMPAÑÍA / LA AGENDA

Los “Automandamientos” de Daniel Veronese comienzan diciendo:

1. Practicar a toda hora la manipulación con total independencia de la razón

Veronese está hablando de objetos porque, esencialmente, es un titiritero. Su maestro fue Ariel Bufano. Su carrera en el Periférico de Objetos evolucionó desde la animación de una Yolibel encontrada en la vereda hasta la manipulación de seres humanos como si fueran juguetes. El sábado último hubo una proyección del registro audiovisual de varias de las obras del grupo, presentadas por Alejandro Tantanián –quien fue integrante del Periférico- en el Teatro Nacional Cervantes. Desde las “Variaciones sobre B…”, donde García Wehbi y Ana Alvarado empiezan a investigar la relación entre titiritero y muñeco, pasando por “El Hombre de Arena”, un siniestro velorio a muertos que jamás tuvieron vida, justamente por ser muñecos, hasta “Maquina Hamlet” de Heiner Müller donde ya no se distinguen los muñecos de las personas. Esta obra alemana de 1995 los hizo mundialmente famosos; con el éxito se pusieron a pensar cómo debían seguir. El trabajo los llevó a utilizar humanos como si fueran marionetas (“Circo negro”) y más tarde a manejar insectos o gallinas (“Zooedipus”). La progresión es visible. En su obra posterior como director, Veronese va a seguir investigando en el mismo sentido.
Este es un poco el centro de las Experiencias I y II que se están llevando a cabo en el Cultural San Martín, el lado de atrás del Teatro General San Martín, en el marco “Artes escénicas”. La primera de las obras se titula “La persona deprimida”; la segunda, “Encuentros breves con hombres repulsivos”. Ambas están escritas por David Foster Wallace, el escritor que ve al sol como “un montón de sombras negras arrastrándose por el piso”; y están dirigidas por Veronese, el director que sabe manejar la tramoya del sol para hacerlo iluminar como él quiere. En ambas, el protagonista es el lenguaje, ese indomable.
María Onetto hace de la profesional que presenta el caso de la persona deprimida a un auditorio, como si estuviera en un congreso de siquiatría. Veronese había dirigido una circunstancia similar en Cámara Gessel, escondiendo a los espectadores detrás de un espejo imaginario para que atendiéramos un caso científico y, de alguna manera, nos transformáramos en jueces. Los voyeurs científicos que registraban una enfermedad siquiátrica con crimen incluido. Acá no hay crimen, sino piedad. Esta vez nos toca ser los invitados que Maria Onetto tiene que reunir, juntar, acomodar en una sala de congreso para que se expidan sobre ella. Así como Veronese utilizaba un pequeño retablo siniestro para, al final de “Máquina Hamlet”, prenderle fuego a la platea, aquí se nos prepara en la historia de una mujer enferma para al final pedirnos ayuda. La pregunta de “La persona deprimida” es: ¿qué opinan ustedes de mí? ¿Cómo soy? ¿Honesta, descabellada, demente, mansa, triste? ¿Les doy furia, asco; los calmo, los agredo? La actuación de María es tan eficiente que convierte el comportamiento extraño del personaje en normalidad; se muestra a veces segura, a veces dubitativa en su monólogo, con una carga de nervios en la que mezcla a la expositora con la paciente, engañándonos en todo momento. Calificar su actuación de espléndida es decir poco.

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