Una vez me tocó jurar un libro suyo en el
Festival Azabache junto a Claudia Piñeiro y a Horacio Convertini; le dimos el
primer premio. “No llores, hombre duro”. Después se lo llevó a la Semana Negra
de Gijón y le agregaron el Premio Memorial Silverio Cañada. Todos sus libros
tienen algún galardón. Es un tipo que le saca jugo a lo que
escribe. Se ganó el del FNA en cuento con “La luz mala dentro de mí” y el XIII
Tusquets de España por “Una casa junto al tragadero”: novelón de fantasmas.
Tiene también una editorial junto a Pablo Black que se llama “Mulita”. Capo
capísimo, el chaqueño. Y además, un tipazo. Le hice mis empanadas de carne condimentadas
con harissa y comino, tomamos Don David Syrah y un Cabernet Sauvignon que
trajeron Lili y Fabián. Leí dos cuentos de “Torrente y otras aventuras”
(Factotum) y él nos leyó uno inédito untado con crema de meteoritos.
A alguien del grupo le pareció que sus
personajes eran de verdad, y le preguntó cuánto de realidad había en lo que
hacía. Mariano contestó lo que los escritores solemos decir ante esa pregunta,
algo razonable, de “un poco por acá y otro poco por allá”. Como si se lo
hubiera pedido con la mente, hace menos de una hora recibí una respuesta
posible por wasap en un texto que me mandó mi amiga Graciela De Oliveira de
ON/ON, Villa Cabana. Escrito nada menos que por Úrsula K. Le Guin. Va:
“La idea de que los personajes de ficción
son retratos de personas reales procede de la vanidad natural y la paranoia, y
la alientan los delirios de grandeza de algunos escritores de ficción (para mí
no eres otra cosa que material). Rastrear determinados elementos de los grandes
personajes novelescos –Jane Eyre, Natasha, la señora Dalloway- en los rasgos de
algún conocido real del novelista puede ser un pasatiempo crítico biográfico
entretenido y a veces revelador. Pero sospecho que en esas búsquedas de la no
ficción en la ficción se oculta un recelo de lo ficticio, una resistencia a
admitir que los novelistas se lo inventan: que la ficción no es reproducción,
sino invención. Siendo tan sospechosa la invención, ¿por qué se la admite allí
donde no pertenece?”
Más que leer verdades en los textos de
Mariano yo leo animación en los objetos que utiliza: el monte de las cotorras en
“Pájaros de la cabeza”, los pollitos en “Los vendedores de pollos pequeños”, la
casa en la novela del tragadero, la madre falsa –una mujer enferma,
inconsciente, vuelta objeto- en el asiento trasero de su auto y en el asiento
trasero del extraordinario cuento inédito que nos leyó. Los objetos animados
como personajes, actuando con las personas verdaderas (decir verdaderas o de
carne y hueso a esta altura del informe parece un chiste). Gracias, querido
Mariano Quirós.
En
las jornadas que quedan, todo noviembre, sigue el lujo: la clase que viene nos
visita Guillermo Martínez, que nos va a leer, también, un cuento inédito. La
del 14 doy una teórica acerca de cómo se escribe una novela, a pedido de Lili y
aprovechando que estoy escribiendo una y que publiqué otras. La del 21 viene
Claudia Piñeiro a hablarnos de su nuevo libro. Y el 28 tenemos el
asado-picnic-celebración final. Esta vez creo que nos saldrá mejor que nunca. Hay
gente de afuera queriéndose anotar en este sprint final. Ya fue aceptada la amorosa
Mariana (que estuvo en algunas ediciones anteriores del taller) y Fabián
propuso a una periodista amiga. Deberíamos terminar acá con esta Clínica, bien
alta en el cielo. Pero queda una montaña de cuentos maravillosos sin leer y
ganitas de traer a más gente, de escuchar a Patricia Suárez, a Pablo de Santis,
a Samantha Schweblin, a Elvio Gandolfo, a Jorge Accame. ¿Jugará al pimpón
alguno de ellos?
Puede ser que hagamos una séptima en el
2019. Ojalá-
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