El martes estuve en una clase pública con el pizarrón en
la vereda. Fue en Moreno, con el objetivo de apoyar la protesta de los
maestros, allí donde la educación se cocina en ollas populares. Leí “Marvin” y
dibujé. La semana que viene van las fotos. Estoy muy orgulloso de haber hecho
eso, en un lugar del Conurbano en el que ya no sólo se derrumbaron las clases, también
se están derrumbando los edificios escolares. Murieron una directora y un
bedel. Secuestraron a una maestra y le escribieron en el cuerpo, con una
navaja, “OLLAS NO”. Otros docentes están recibiendo amenazas. Este es el país
que tenemos ahora, parecido al que tuve de chico. Un país de miedo. Por eso las clases
se empezaron a dar en la calle, para que todo el mundo vea y sepa qué pasa.
Hicimos una versión chica del taller, porque faltó la
mitad. Eleonora, que es poeta, daba un recital en alguna parte, y en la Clínica
no nos dieron los reflejos para levantar campamento e ir todos a verla. Sé que
salió bien, porque vi los comentarios en Internet. Muchas felicidades. Ojalá Eleonora nos lea lo
que leyó, en el Galpón, algún miércoles de estos en función privada. Ojalá
quiera.
De nuestra reunión participaron Lili –con un cuento muy bueno- y Fernando, que acaba
de ganar un premio en el 26ª Concurso Literario Rotary Club La Falda con su
cuento social “Parque Chacabuco”. Desde la Clínica le mandamos unas merengadas
felicitaciones: el gordo es un campeón. Comimos una picada que envió Lucas y
una tarta de choclo y cebolla, con vino blanco, que trajo el propio Fer, para
festejar.
Como cuento de honor leí “Recorre los campos azules”, de
la escritora galesa Claire Keegan. Es emocionante. Muy triste. Todos sus
cuentos son así de melancólicos. Cada vez me gusta más este tipo de escritura
femenina, suave y sutil, aunque también me siguen gustando las bestias mayores
como Liliana Heker o Flannery O`Connor. ¡Qué cantidad de hermosas mujeres
escritoras! Hace poquito la séptima pasajera, Laura, envió un texto delicioso
de Úrsula K. Le Guin titulado “La hija de la pescadora”, que juega con otros
dos textos anteriores de Virginia Wolf, el de la casa propia y el del río de la
imaginación. Y refuta la indicación que le dio un famoso escritor machirulo cuando ella todavía era joven, para que aprendiera a escribir. Ni bien sepa cómo subir el PDF, tendremos el texto completo en Milanesa.
Por el momento, bien vale este fragmento:
- “- Dime,
tiíta, ¿qué es lo que una escritora debe tener?
- - Te
lo diré. Lo que necesita una escritora es no tener huevos. No necesita un
espacio inmune a los niños. Tampoco necesita, si nos atenemos estrictamente a
las evidencias, una habitación propia, aunque ese sea un apoyo sorprendente,
tanto como lo son la buena voluntad y la cooperación del sexo opuesto o, cuando
menos, las del representante local, doméstico, del mismo. Pero eso no es
imprescindible. Lo único que una escritora necesita es un lápiz y un poco de
papel. Eso le basta, siempre y cuando esté consciente de que ella y sólo ella
es responsable de ese lápiz y de lo que ese lápiz escriba en el papel. Dicho de
otra manera, siempre y cuando sepa que es libre. Bueno, no completamente libre.
Nunca absolutamente libre. Quizá libre sólo en cierta medida. Quizá sólo en
este acto particular, en el acto de sentarse durante un momento arrebatado de
sus obligaciones y de ser una mujer que escribe, que pesca en el lago de la
mente. Pero en esto, responsable; en esto, autónoma; en esto, libre.
- -Tiíta
–dice la pequeña-, ¿puedo ir ahora a pescar contigo?”
Qué lindo informe ♡
ResponderBorrarBeso!
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