20.9.18

SEXTA TEMPORADA DE LA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / CLASE TRES


El martes estuve en una clase pública con el pizarrón en la vereda. Fue en Moreno, con el objetivo de apoyar la protesta de los maestros, allí donde la educación se cocina en ollas populares. Leí “Marvin” y dibujé. La semana que viene van las fotos. Estoy muy orgulloso de haber hecho eso, en un lugar del Conurbano en el que ya no sólo se derrumbaron las clases, también se están derrumbando los edificios escolares. Murieron una directora y un bedel. Secuestraron a una maestra y le escribieron en el cuerpo, con una navaja, “OLLAS NO”. Otros docentes están recibiendo amenazas. Este es el país que tenemos ahora, parecido al que tuve de chico. Un país de miedo. Por eso las clases se empezaron a dar en la calle, para que todo el mundo vea y sepa qué pasa.

Hicimos una versión chica del taller, porque faltó la mitad. Eleonora, que es poeta, daba un recital en alguna parte, y en la Clínica no nos dieron los reflejos para levantar campamento e ir todos a verla. Sé que salió bien, porque vi los comentarios en Internet. Muchas felicidades. Ojalá Eleonora nos lea lo que leyó, en el Galpón, algún miércoles de estos en función privada. Ojalá quiera.

De nuestra reunión participaron Lili –con un cuento muy bueno- y Fernando, que acaba de ganar un premio en el 26ª Concurso Literario Rotary Club La Falda con su cuento social “Parque Chacabuco”. Desde la Clínica le mandamos unas merengadas felicitaciones: el gordo es un campeón. Comimos una picada que envió Lucas y una tarta de choclo y cebolla, con vino blanco, que trajo el propio Fer, para festejar.

Como cuento de honor leí “Recorre los campos azules”, de la escritora galesa Claire Keegan. Es emocionante. Muy triste. Todos sus cuentos son así de melancólicos. Cada vez me gusta más este tipo de escritura femenina, suave y sutil, aunque también me siguen gustando las bestias mayores como Liliana Heker o Flannery O`Connor. ¡Qué cantidad de hermosas mujeres escritoras! Hace poquito la séptima pasajera, Laura, envió un texto delicioso de Úrsula K. Le Guin titulado “La hija de la pescadora”, que juega con otros dos textos anteriores de Virginia Wolf, el de la casa propia y el del río de la imaginación. Y refuta la indicación que le dio un famoso escritor machirulo cuando ella todavía era joven, para que aprendiera a escribir. Ni bien sepa cómo subir el PDF, tendremos el texto completo en Milanesa. Por el momento, bien vale este fragmento:

-       “- Dime, tiíta, ¿qué es lo que una escritora debe tener?
-       - Te lo diré. Lo que necesita una escritora es no tener huevos. No necesita un espacio inmune a los niños. Tampoco necesita, si nos atenemos estrictamente a las evidencias, una habitación propia, aunque ese sea un apoyo sorprendente, tanto como lo son la buena voluntad y la cooperación del sexo opuesto o, cuando menos, las del representante local, doméstico, del mismo. Pero eso no es imprescindible. Lo único que una escritora necesita es un lápiz y un poco de papel. Eso le basta, siempre y cuando esté consciente de que ella y sólo ella es responsable de ese lápiz y de lo que ese lápiz escriba en el papel. Dicho de otra manera, siempre y cuando sepa que es libre. Bueno, no completamente libre. Nunca absolutamente libre. Quizá libre sólo en cierta medida. Quizá sólo en este acto particular, en el acto de sentarse durante un momento arrebatado de sus obligaciones y de ser una mujer que escribe, que pesca en el lago de la mente. Pero en esto, responsable; en esto, autónoma; en esto, libre.
-       -Tiíta –dice la pequeña-, ¿puedo ir ahora a pescar contigo?”

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