“Si ustedes quisieran hacer algo amable, como mimarse a
sí mismos, en medio del tráfago de la terrible escritura, tomen un libro
cualquiera que les parezca atractivo y tírense a leer en un diván en la tarde
calurosa. Luego se dejan adormecer y, pasado un ratito, se despertarán
renovados y escribirán algo lindo, fuerte, ingenioso.” Eso le pasaba a Alicia
Steinberg mientras escribía “La selva”, su gran novela confesional. Lo detalla
en “Aprender a escribir”, un libro precioso.
Yo le agregaría “de cuentos” al libro despejador de Alicia. No hay como leer un
buen cuento, sirve para descansar y también y al mismo tiempo para despertarse.
El miércoles pasado leí “Un hombre bueno es difícil de
encontrar”, de la genia de Flannery O`Connor. Quedamos estremecidos, como
siempre queda uno cuando acaba ese texto. Me sé la última línea de diálogo de
memoria:
“- Cállate, Bobby
Lee –dijo el Desequilibrado-. No hay verdadero placer en la vida.”
Juro que cito sin mirar. La línea me quedó grabada a los trece años cuando la leí por vez
primera en la revista de Abelardo Castillo y Liliana Heker, “El Ornitorrinco”.
También leí “El cárabo” (antes de que lo busquen, es una
especie de lechuza) de la española Sara Mesa, para ejemplificar qué significa
entrar a un bosque, perderse en un bosque a lo David Linch. Todo para colaborar
con el buen cuento de Jonatan, un joven que se presentó a la Clínica como un
aprendiz, pero ya está mostrando las garras. Leyeron también Fabián, su cuento “Cruz”
(Fabián tiene una voz, eso es importante; solamente debería limar un poco el
sarcasmo, a veces se le va la mano, sobre todo en los remates) y por último Fernando,
un cuento que todavía está en el aire, pero que generó una poderosa discusión sobre
trama. Muy buenas las acotaciones de Flavia y de Claudia. Ahí salió el tema de
Rashomón, la película de Akira Kurosawa, y Fabián envió uno de los cuentos de
Akutagawa que sirvieron de base:
El otro es el que le da el nombre a la peli:
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