"La ciudad latinoamericana es diferente de las demás ciudades.
No hay una sola, por supuesto, pero podríamos perfectamente percibir al
conjunto de cada una de ellas bajo un mismo formato y entonces englobarlas con
un mismo patrón. Un patrón relacionado con una identidad única, apasionada,
misteriosa, rica y deseada hasta la avaricia y la muerte en tiempos en que el
oro abundaba, y aun en estos tiempos en que nada realmente abunda.
En Brasil hay ciudades surrealistas. Río de Janeiro es un lugar que
pareciera requerir de una capacidad visual de 360 grados, especialmente al
caminar Copacabana, ese borde maravilloso que expone a un lado la playa y el
océano y al otro la ciudad colándose entre los morros. Diseñado por un maestro
del paisaje, artista y músico, este borde no delimita sino que se sumerge bajo
los pies del caminante urbano a modo de sendero-orilla-olas-partituras.
San Pablo es una máquina infernal que mueve cultura, gente y
automóviles; cada día el metro mueve unos tres millones de personas bajo
tierra, mientras otros tantos intentan movilizarse en la superficie, evitando
atascos, horarios pico y reuniones en distintos puntos de la ciudad. Conviven
allí el arte y la pobreza, la arquitectura de autor y el poder de las calles,
el glamour y el miedo.
Belém, llegando a la desembocaduras del Amazonas, permite a la gente un
espectáculo diario y gratuito: ver pasar la lluvia cada tarde por sobre la
superficie del río. Sentados o caminando el borde urbano-ribereño, los locales
saben la hora exacta de la llegada de la masa de agua, frente a la ciudad
caliente.
En Colombia las ciudades son verdes y frescas. En Bogotá, la ciudad
derramada en los valles puede ser vista en su totalidad al asomarse desde los
caminos que bordean los cerros-bosques; las avenidas son símbolo de
detenimiento y entre los coches atrapados pasean los vendedores de bananas y
mangos, despreocupados. La gente es cálida y abierta, como el clima. Igual que
en Medellín, en donde las noches se ofrecen con el equilibrio perfecto de
calidez y brisas frescas. En Bucaramanga, una pequeña ciudad entre montañas y
reminiscencias coloniales, la gente le da tiempo a la vida. O eso pide y enseña
al visitante apurado.
En Bolivia hay lugares cósmicos y lunares. El Salar de Uyuni, el
desierto de sal más extenso del planeta, comunica con desiertos de arena y con
pueblos perdidos de gente de pocas palabras y paso lento. Las ciudades altas,
como Sucre o Potosí, son aun más lentas: una lentitud impuesta por la falta de
oxígeno que viene con los 4.000
metros de altura sobre el nivel del mar y viene también
con una pureza de espíritu y una humildad que se ve en los ojos y en las
respuestas de quienes las habitan. El espíritu andino y de la puna atraviesa
Perú y sus pueblos, que cuentan historias y leyendas del pasado más original.
Lima se queda siempre con una atmósfera gris y húmeda, mezcla de ese aire
andino y de la bruma del Océano Pacifico que la enmarca. Ofrece, sin embargo,
los más increíbles sabores para el paladar, inolvidables frutos de mar y de
árboles y plantas gloriosas y únicas.
El desierto sigue en Chile y baja hasta desaparecer de a poco entre
pequeñas ciudades de mar, azules, muy azules, hasta llegar a Santiago, una
ciudad casi aristocrática, asiento de la mejor arquitectura latinoamericana de
los tiempos presentes, y que hace lo que puede entre cadenas montañosas que se
desprenden de la Cordillera
y la pre-Cordillera. Las pequeñas ciudades del sur van apareciendo aisladas por
la estepa patagónica extendida entre caminos desolados y rebaños de ovejas, o
entre bosques que van del verde al rojo y amarillo, siguiendo las estaciones
del año, y enmarcan campos de tulipanes que remiten a tierras lejanas. El fin
del mundo existe, y es propiedad chilena y argentina. El fin del mundo llega a
un mar frío, lejano y místico.
Y como agua no falta en gran parte de esta tierra, el delta del Río de la Plata y los ríos que lo
alimentan son el origen de otras ciudades bellas: Buenos Aires, Montevideo,
Rosario. Imposible no ser una ciudad bella con una historia de río y puerto:
puerto que trae historias de otras ciudades diversas y río de horizonte
plateado, incomprensiblemente horizontal y eterno, que a veces se despliega
libre para el caminante y otras debe buscarse en rincones escondidos que son
oasis dentro de la negación urbana. Buenos Aires es igualmente plana, tiene
carácter metropolitano y tiene tanto más de lo que sus habitantes le
agradecemos cada día. Pero claro, el amor es ambivalente algunas veces y trae
también rechazos. Montevideo es una expresión íntima de la experiencia urbana,
en donde una rambla revestida en granito rosa hace devenir la presencia
platense en imagen visual intensa. Rosario es, ante todo, amable, receptiva y
segura de sí misma.
Hay más ciudad latinoamericana-sudamericana.
Hay tanta más tierra, más agua, más oro y más vida que la que un corto
relato puede siquiera intentar esbozar."
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