31.1.13

CUARTO SELECCIONADO CONCURSO CPAU / EDGARDO LÓPEZ ALBARELLOS

Testigos

"Como a tantos otros, el Hotel de Inmigrantes lo había recibido con pulcra indiferencia. A veces, las sábanas de su catre amanecían bañadas por insomnes lágrimas de desesperación. En Roma, antes de partir, no le habían advertido que aquí nadie ansiaba ver los arrebatos de su espíritu juvenil encarnados en las formas de la argamasa.
Había escuchado que de este lado del mar la naturaleza desplegaba su majestad
en una tierra casi virgen, habitada por seres arrobados por una música húmeda y
quejosa, atravesados por el misterio de la existencia.
Amanecido entre lágrimas sordas, salía cada día en busca de trabajo. Su anhelo era tan grande como su fracaso. Ansiaba ser albañil, pero no conseguía dónde. Su oficio de maestro frentista no era valorado. Trabajaba en las fachadas, y apenas si le era permitido dibujar las trabas de los bloques de piedra Paris. Nadie notaba el resplandor en sus ojos cuando cada nuevo surco trazado por su buril se correspondía con una nueva huella en su cara. Aquel arrebato por moldear el mortero le era irresistible.
Una noche, borracho y atormentado como nunca antes, cayó sobre una oscura vereda de San Telmo. Sus ojos se abrieron perpendiculares al cielo para fijarse en el frente de un hotel en construcción. Allí, una fachada inconclusa revelaba un ornamento por nacer. Ansioso, esperó en la puerta de la obra. Apenas eran las seis y suplicó de tal modo que el capataz no pudo negarse a admitirlo a prueba. Le ordenó moldear un motivo con hojas de acanto.
Prolijamente, construyó un alto andamio, que ocultaba su trabajo de la mirada de los curiosos. Cada madrugada se subía al tablado y no bajaba hasta bien entrada la noche. Nadie lo veía llegar, ni tampoco irse. Los días pasaron, y ya ni siquiera volvía al hotel. Dormía recostado sobre las maderas en las que preparaba los moldes.
Sin embargo, como cuando recién llegado, lloraba en silencio y a escondidas porque algo le impedía terminar su trabajo. Estaba exhausto, y por una razón que desconocía, sus manos ya no respondían a sus deseos. Pasaba vastas horas, inmóvil, mirando fijamente aquel muro sombrío. Su desesperación era cada vez mayor.
Una mañana, en el peor de sus crepúsculos, una gota, mezcla de sudor y llanto, cayó imprevistamente sobre la masa fresca. Poseído, comenzó a trabajar con una fuerza frenética. En lugar de finas hojas moldeó la boca, los cachetes, la fina nariz. Trabajo sin descanso hasta pasada la medianoche.
Con el paso de las jornadas, la intriga que producía aquel andamio oscuro ya era
habitual. Cuando, finalmente, sacaron el maderamen, solo encontraron unas botas, una camisa, un pantalón raído del que asomaba un pañuelo. Y en el ornamento, en lugar de un racimo de hojas, un rostro dichoso y juvenil: el suyo.
Así fue como Moreno 524 se sumó a nuestra cofradía. Poco a poco nuestros camaradas fueron cada vez más. Eran épocas de pujanza, y todo propietario bienentendido quería tener a uno de nosotros en el frente de su finca.
La voz corría, y más espíritus apasionados recalaban en el puerto. Por las noches abríamos nuestros ojos de piedra y nos mirábamos unos a otros, organizados por una constelación mandálica. Delgados hilos dorados nos unían reverberando en el aire. Recuerdo que yo contemplaba extasiado a Piedras 511 y a Alsina 345.
Quienes pasaban debajo de aquel dibujo mágico, repentinamente sentían la cálida
lógica de la primavera. Los hombres del sur, de los suburbios, los recién venidos, los de bodegones y burdeles, los que habían perdido la esperanza. Durante este hermoso tiempo, que no habría de durar cuarenta años, fuimos las antorchas que por las noches alumbraban los corazones desahuciados.
Luego, lentamente, llegó el progreso. Las nuevas ideas nos han expulsado. Muchos de nosotros ya no estamos. Ya no hay más trazados misteriosos, ni enjundiosos recién llegados. Ya nadie descubre desesperado, en las madrugadas, que en los frentes hay vacíos por llenar.
Mis pétreos ojos blancos son ahora meros testigos de los hombres de pupilas sin
brillo que pasan, apurados y sin destino, por Bolívar 766."

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