Decían que era el suegro del director,
alguien acomodado,
por eso, lo atendíamos todos los días
a las ocho y media de la mañana.
El diagnóstico, obtenido por descarte,
describía una original forma de presentación;
no clásica, no bulbar,
no piramidal, ni seudopolineurítica.
La estructura de su pecho
se abría al hígado.
El hombro sin carne
era un anexo deprimiéndose
deslizándose
por el volumen troncocónico.
Terminaban los brazos
en manos simianas,
como cintas sensibles.
El dolor llegaba al piso.
Lo atendíamos de a dos,
había que moverlo por completo;
dedos, pelo, diafragma,
palpar, presionar
la epidermis postergada de los cuerpos inmóviles.
Aumentaron las fibrilaciones
la hiperrefléxia,
y nos callamos
sabíamos que empeoraba.
Un día fue a la municipalidad
donde antes trabajaba,
alguien lo empujó, como nos empujan a todos
todos los días, en todas partes,
y cayó de las escaleras como alguien
que no tiene brazos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario