Tensos, escritos al borde mismo de la enajenación o del derrumbe, estos cuentos revelan el lado oscuro del hombre.
Gustavo Nielsen no ahorra espantos al lector al hurgar sin piedad en zonas prohibidas, pocas veces exploradas con tanta crudeza: pero, al mismo tiempo, abordadas sin estridencias, sin que el mal gusto desborde sus límites y sin regodeos enmascarados. El horror que surge del mero relato es suficiente para empujarnos a una dimensión escatológica no imaginada ni deseada.
¿Qué palabra más necesita para suscitar el horror la sola referencia a la refinada perversión erótica que un padre somete a su hija down, en “Magalí”?¿Qué adjetivación más poderosa que la fiel pintura –en “Adentro y afuera”- del despertar de un hombre de su estado cataléptico, para encontrarse que está siendo sometido, en un hospital o en una morgue, a un baño de purificación o aliño, y del terror de quien lo baña?
En “Tatuaje de cartón” un hombre encuentra representada en un rompecabezas que le regala a su hijito detalladas escenas de una aventura amorosa que tuvo con una china en un burdel de pesadilla.
“Alucinantes caracoles”, por su parte, narra la disputa por su prima de dos hermanos adolescentes, mientras coleccionan caracoles en una playa marítima. También junto al mar transcurre “Playa quemada”, la alucinada narración de un balneario arrasado por la lava de un volcán. Pero el mar que pinta Nielsen no es metáfora de vida: acecha, brilla espectral y, casi sólido, puede cerrarse como una lápida.
Otra virtud de las ficciones de Nielsen es la de poder instalar el ánimo del lector en la incomodidad y el desasosiego, e instaurar una curiosidad renuente, sin embargo, a descubrir más espantos. Pues el lector adivina, tiene la certeza, de que esos espantos son posibles y, lo que es peor, que nadie está exento de ser víctima o vehículo de ellos.
LA NACIÓN, 26 de junio de 1994.
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