Escuché hablar por primera vez del doctor Pedro Curuchet en Lobería, su ciudad natal, más precisamente en el consultorio del doctor Sorhanet. Curuchet le había encargado una casa a Le Corbusier por carta, para edificar en un pequeño lote que el médico tenía en La Plata, en el año 1948. Curuchet era un cirujano moderno e innovador. Había inventado una técnica para operar el corazón humano, que se realizaba desde la espalda. La técnica había dado un resultado parcialmente bueno en las primeras intervenciones, y se vislumbraba como una revolución en la cirugía. Curuchet era un hombre imaginativo, de buen pulso y enérgico en sus actuaciones. Un personaje de esa ciudad bonaerense, que decayó cuando algunos de sus intervenidos empezaron a morir. La revolución quedó detenida por la ética médica. Quién sabe qué hubiera pasado si seguía un poco más. Tal vez ahora todas las operaciones de corazón serían desde la espalda, con los intervenidos acostados boca abajo en la camilla.
“La higiene y la salud moral dependen del trazado de las ciudades. Sin higiene ni salud moral la célula social se atrofia. Un país sólo es válido por el vigor de su raza”. El apasionamiento del discurso de Le Corbusier en L’espirit nouveau (1922), si lo extrapolamos del contexto de su tiempo arquitectónico, podría recordarnos vagamente a Hitler. Sin embargo, la fuerza de las ideas morales en urbanismo aspiró a una arquitectura higiénica, asoleada, ventilada, racional y con proporción humana. Una hermosa arquitectura. Toda esa idea moderna que en el doctor Curuchet se topó con la moral de la medicina, en Le Corbusier fue imposible de parar. No me extraña que, en su mejor momento, el innovador cirujano le haya pedido una casa al maestro: se debía sentir su hermano espiritual.
Todos los signos de la nueva arquitectura están en esta casa de La Plata, hoy sede central del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Los pilotis, la terraza jardín, la planta libre, la ventana longitudinal y la fachada autónoma. La separación entre habitar, trabajar y recrearse. Todo el Modulor está ahí. La joya de La Plata es más que la Ville Saboye en Poussy: es un compendio de unos Le Corbusier y Pierre Jeanneret de entreguerras, apretado entre medianeras. Es un manual de arquitectura racionalista precioso, que entra ajustadamente en la biblioteca de la ciudad.
Como dijera el Corbu: “La edad de los arquitectos está llegando”…
“La higiene y la salud moral dependen del trazado de las ciudades. Sin higiene ni salud moral la célula social se atrofia. Un país sólo es válido por el vigor de su raza”. El apasionamiento del discurso de Le Corbusier en L’espirit nouveau (1922), si lo extrapolamos del contexto de su tiempo arquitectónico, podría recordarnos vagamente a Hitler. Sin embargo, la fuerza de las ideas morales en urbanismo aspiró a una arquitectura higiénica, asoleada, ventilada, racional y con proporción humana. Una hermosa arquitectura. Toda esa idea moderna que en el doctor Curuchet se topó con la moral de la medicina, en Le Corbusier fue imposible de parar. No me extraña que, en su mejor momento, el innovador cirujano le haya pedido una casa al maestro: se debía sentir su hermano espiritual.
Todos los signos de la nueva arquitectura están en esta casa de La Plata, hoy sede central del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. Los pilotis, la terraza jardín, la planta libre, la ventana longitudinal y la fachada autónoma. La separación entre habitar, trabajar y recrearse. Todo el Modulor está ahí. La joya de La Plata es más que la Ville Saboye en Poussy: es un compendio de unos Le Corbusier y Pierre Jeanneret de entreguerras, apretado entre medianeras. Es un manual de arquitectura racionalista precioso, que entra ajustadamente en la biblioteca de la ciudad.
Como dijera el Corbu: “La edad de los arquitectos está llegando”…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario