El caballo se detuvo como si fuera automático, sin corcoveos,
y Raúl Becette, el jinete, se fundió en un abrazo con su amante
(primero desmontó, es verdad): hacía un año por lo menos
que no lo veía ni de frente, ni de atrás.
La noche era tan clara que daba asco.
La luna, toda pelada, igual a sí misma,
se derramaba sin gracia.
- Mi amor… dijo Becette
a la oreja de su amante, una oreja peluda y arrugada,
de 45 años de edad, con textura de higo.
- Shh, no digas nada…
Se separaron un instante,
se miraron las bocas y volvieron a abrazarse.
El otro se llamaba Ignacio Mazón.
Menos la piel era todo negro: los ojos, el pelo,
las fosas, el bigote, incluso los dientes.
Vestía de negro, con una camisa Mc Gregor
y un pantalón de hilo grueso brillante,
locamente planchado.
- Es que hay algo
que te quiero decir…
- Esperá, esperá un cachito,
dejame sentirte un minuto más…
Silencio: sigue el abrazo.
No se oye nada
aparte de un grillo, viejo forro de campo,
que habla dormido (sueña que la luna
rebota, que sube y baja a todo lo que da).
Bueno… piensa Becette y dice, soltándolo:
- ¿Cómo va la cosa, qué es eso que tantas ganas
tenés de hablar?
- Prefiero –le dice Mazón mirando arriba
(ya había mirado al suelo y no se animaba
a mirarle la vista) decirlo de un saque:
me enamoré de una mujer.
Fue hombre, pero está solucionado.
Te pido que me disculpes. Herirte…
- No digas más, calláte, sé muy bien adónde vas.
¿La embarazaste?
- No, si no se puede…
- Pucha –dijo Becette-, no sabés el dolor
que me causás.
- Lo sé, lo siento.
- ¡Haijuna caballo automático, hijo de una gran puta! –gritó
de pronto Becette, oliendo lo que oía car
del bicho (siempre que le iba mal
se la agarraba con el pobre animal, que esta vez
le había acertado en un zapato).
- Te repito que lo siento. Lo siento.
Becette bajó la vista, la subió, la llevó a un costado.
Sabía muy bien en qué pensar, lo que no sabía era en qué mirar.
La vida, que se había especializado en ser injusta,
era de pronto injusta. Dobló una pierna, se agachó,
raspó la cara sucia del zapato contra el suelo y, sin chistar, montó.
- Una última cosa –le dijo- por si un día me buscás:
me voy pa allá –y señaló-. Allá voy a estar –y se fue.
- ¿Qué más te puedo contar?
-le dijo después Mazón a su hermosa mujer ex varón-.
Me dio lástima, no te digo que no.
¿Sabés qué fue lo último que me dijo?
“Allá”.
Dijo un “allá” chiquito, y ese chiquito “allá”
estaba perdido hoy a la mañana.
Fui a verlo melancólico y le hablé.
¡Mirá vos, a una palabra, le hablé!
- Buen día, don allá –le dije, suave.
- Allá las pelotas –me contestó él-, allá fui anoche,
ahora soy un bozal de bulto
y. por si no sabés, te andaba esperando…
Sacó de entre las eles un cuchillito y, mientras corríamos,
me hirió todo lo que pudo.
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