Tuvimos un año insoportable en lo social, argentinos. Más de media población votó a un verdugo con una motosierra que juró venir a cortar cabezas, y lo hizo. Lo vimos hacerlo, lo seguimos viendo. Una parte muy pequeña de esa gente está arrepentida, el resto no sé, parecen masoquistas. Somos el país más caro del mundo; lo que cuesta comer, nomás, es un disparate. Ya hay casi un sesenta por ciento de pobres. Y los niveles de prepotencia y de violencia se multiplicaron por miles. Vemos caer derechos laborales todos los días, con una mansedumbre que todavía no tiene explicación.
Dentro de ese panorama, las pequeñas cosas felices que me pasaron parecen frivolidades, pero me salvaron de la depresión. Algunos pimpones con Ceci, Martínez o Varsa; la traducción al italiano de La Flor Azteca concretada por Gianni Barone y publicada por Chiara Tempesta en su editorial; todos los hermosos fines de semana en Beccar con Moira y Naná, de churrasquitos a la parrilla; las salidas teatrales con mi amigo Julio Acosta; aparecer en la hermosa película de Agresti y en el preciso documental de Panero; producir las doce clases de una nueva Clínica de Cuentos con final rimbombante y grandes visitas. Logros acotados, pero muy muy felices.
Y para el año que viene ya tenemos dos sorpresas en la baraja. Entre mañana y el lunes se las voy a ir contando, porque son increíbles. Una tiene que ver con Gastón Levin y la otra con Silvana Erica Merlo. Gracias y besos.