Tengo un hermano asmático. Por eso, y no solo por ser médica, sé que el asma es más que una enfermedad. La posibilidad de que, de un momento para otro, nos pueda faltar el aire condiciona totalmente la experiencia vital. La caracterización del asma como enfermedad diferenciada de otros padecimientos respiratorios data de fines del siglo XIX. Armand Trousseau (1801-1867) realizó una descripción magistral del asma, cuyos síntomas atribuía a una contracción espasmódica de los bronquios, comparándola con una especie de «epilepsia pulmonar».
Basándose en su experiencia clínica y siendo él mismo asmático, Trousseau había descrito los síntomas típicos de un ataque paroxístico en un individuo que, gozando de buena salud, se despertó bruscamente pocas horas después de quedarse dormido por una dolorosa opresión en el pecho y una sensación de asfixia. La dificultad para respirar se acompañaba de una respiración laringotraqueal sibilante durante la inspiración: el individuo, instintivamente inducido a sentarse, dado el grave estado de ansiedad, se inclinaba hacia adelante. La sudoración aumentaba y la grave reducción del aporte de oxígeno provocaba que la piel se tornara azulada (cianosis). Una vez cesado el ataque, que podía durar varias horas, el paciente abría la ventana para respirar mejor, y la frecuencia y cantidad de orina disminuían, tornándose rojiza y rica en sedimentos. El ataque podía repetirse con mayor o menor frecuencia, sin un desencadenante ni una lesión orgánica demostrable. Además de esta forma esencial, Trousseau añadió una forma generada por causas desencadenantes.
Mi amigo Gustavo Nielsen -que es asmático- publicó hace dos años un encantador libro de cuentos de fantasmas. Su título es más que sugerente: fff. Si bien Gustavo lo atribuye a una sigla (frágil fantasma fabuloso), yo lo intuí como una onomatopeya del soplo de la respiración. Y recordé que, si bien la etimología de fantasma se entronca con la de fantasía, espíritu viene del latín spiritus, que significa respiración, soplo animador y, por extensión, alma. Cuando uno lee los cuentos se encuentra con seres que se inflan y desinflan, y por los que corre ese soplo que el asmático no puede dar por descontado.
Tampoco Proust podía estar seguro del fluir sin obstáculos del aire en sus pulmones, porque era un asmático grave. Sus crisis comenzaron a los 9 años y lo atormentaron toda su vida, llevándolo a la enfermedad obstructiva crónica y una muerte por infección de sus deteriorados pulmones. Paradójicamente, podríamos decir que su gran novela En busca del tiempo perdido es una obra de largo aliento. Y su sintaxis -oraciones larguísimas compuestas por muchas subordinadas- requiere un esfuerzo respiratorio para leerla en voz alta. Se cuenta que, para continuar intercalando ideas en la misma oración, en tiempos de manuscritos, usaba un método que se ha descripto como “papillote”, que consistía en escribir la nueva subordinada en un pedacito de papel que pegaba en el lugar donde el texto debía abrirse en cuña para incorporarla.
Las enfermedades de Proust influyeron tanto en su obra que algunos estudiosos han sugerido una estrecha correlación entre su genio creativo y las dolencias que padecía, en particular el insomnio y el asma.
Proust sufrió asma durante toda su vida, pero la lista de sus otros síntomas es extensa: neurastenia, ansiedad, palpitaciones, dolores de cabeza, malestar estomacal, fiebre del heno, insomnio, dificultad para hablar, mareos, desregulación térmica y artritis. El uso de fumigaciones con polvos antiasmáticos y cigarrillos antiasmáticos agravó aún más su ya irregular régimen médico, causándole al menos dos graves episodios de intoxicación accidental.
En octubre de 1922, Marcel Proust contrajo gripe, probablemente agravada por vivir en una habitación sin calefacción, usando solo bolsas de agua caliente y ropa de lana, donde permanecía inmóvil escribiendo durante horas y horas. Continuó trabajando, a pesar de los consejos de familiares y amigos. Cabe destacar que su médico, el Dr. Bize, decretó que, si trabajaba menos, la gripe desaparecería en una semana.
Pero los impresores estaban esperando y había pruebas que corregir.
La gripe se complicó en neumonía y le causó la muerte, que lo encontró escribiendo. Podríamos decir que Proust exhaló su último aliento sobre las cuartillas de papel del manuscrito.
También podemos afirmar que, en el curso del siglo que transcurrió desde su
muerte, la terapéutica respiratoria avanzó lo suficiente como para que el asma
se convirtiera en una en una enfermedad crónica mucho menos severa e
invalidante.

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