“Cuando Clarice Lispector, un tanto alarmada porque estaba
usando mucho la primera persona, le preguntó a Rubem Braga, el maestro de la
crónica brasileño, si no estaría abusando, él le contestó: “hija mía, la
crónica es primera persona”. Si el cuento tiene una peripecia, si siempre hay
un pero y necesita una mirada más a fondo, en la crónica no tiene por
qué pasar nada.”
La cita es de Hebe Uhart, la gran cronista argentina. Pero,
también, gran cuentista, aunque ella misma se tirara a menos en los cuentos,
como menciona Alberto, que tuvo la gracia de conocerla porque asistió a su
taller. Sigue Hebe:
“Desde la tragedia griega, todo cuento empieza con un pero.
La tragedia es la matriz del cuento. En todo héroe hay una contradicción, un
conflicto. Prometeo era amigo de los hombres y el ladrón del fuego que provoca
la ira de Zeus, que al final lo perdona, no por justicia sino por orgullo. A
Ajax, el gran guerrero, le ofrecen la ayuda de los Dioses pero él responde “así
cualquiera, yo lo haré solo”, con el resultado de que la omnipotencia se
castiga con la locura. Cuando un personaje se vuelve llano, el relato se
aplasta. Si no hay pero, no hay cuento, no hay literatura. La literatura
se basa en las contradicciones, las contradicciones vienen de las vacilaciones
y las vacilaciones vienen de las distancias que uno ha tomado mucho tiempo
atrás.”
El conflicto se armó por una crónica que escribió Pati, con la esperanza de pasarla por cuento. Por lo que decidí recurrir a ejemplos: leímos dos textos que suceden en el espacio anodino de las esperas. Un aeropuerto para la “Crónica de un deportado”, que Alejandro Seselovsky escribió para Orsai, y la cola en la embajada para sacar la visa a los Estados Unidos en un conmovedor cuento escrito por Cristina Fernández Barragán para su revista Maniático Textual: “El idioma de los peces”. Entre las indicaciones de Hebe y estos dos ejemplos creo que quedó saneada la diferencia.
Leímos también “Bienvenida a la comunidad”, el relato que
inicia “El buen mal” de Samanta Schweblin. También escuchamos “La tierra hueca”,
de Mariano, otro eslabón en el libro que está pergeñando desde que empezamos este
nuevo período de clínica, y que pinta muy bien. Despacito y seguro, Mariano.
Bravo.
Comimos dos de mis especialidades:
la tarta Olga de la dieta Scarsdale, muy tuneada a estas alturas, de tantas veces
que la cociné, y el budín de zanahorias de Natalia Kiako, algo así como una
carrot cake salada y pulenta. Tomamos tres botellas: el Pispi que
había quedado del miércoles pasado, más un DV Catena cabernet Malbec y un muy
rico Mara, del valle de Uco. La etiqueta del Mara trae la liebre que la
protagonista del cuento de Schweblin no se animó a matar. La observación fue de
Pablo: ¿presagio o coincidencia?
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