- ¿Qué haces? -le dije
- ella
cultivaba amorosamente un niño en el erial del vientre.
- ¿Qué haces? -le dije
- ella
apisonaba con tesón algunas gotas de sangre y un poco de semen en una calabaza,
revolviendo bien.
- ¿Qué haces? -le dije
cuando vi que
machacaba el preparado, lo tomaba en sus manos, hundía dos dedos en la masa, la
unía y separaba, la unía y separaba, regándola a veces con sus lágrimas. Subía
un violento olor a vid y viña, a maceración de uva, a vino y orgasmo.
- ¿Qué haces? -le dije
- ella se
afanaba amasando, agregando a la preparación el chorro blanco que manaba de uno
de sus senos y la sangre roja de sus vasos abiertos de par en par, como
compuertas de los ríos.
Recién
entonces se dignó a mirarme.
- Lo preparo
a Él, me dijo, EL SOBREVIVIENTE, si llega a tiempo.
Lejos se oían los ruidos del combate.
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