Comenzamos la jornada con un repaso de la actividad
extracurricular (jajá, me puse solemne) realizada el sábado pasado. Fuimos a la
experiencia narrativa que dictó Patricia Suárez en Chacarita. O sea: sobredosis
de Suárez Patricia en la Clínica de Cuentos del Galpón Estudio. Y lo bien que
vino.
Largó como se largan todos los talleres serios de cuento,
con el decálogo de Horacio Quiroga. Nombró al polifacético David Mamett cuando
dijo que el cerebro humano está diseñado para recibir una historia, cualquier
historia, en tres actos: “Había una vez”; “entonces pasó esto”; “y comieron
perdices”. Recomendó en Spotify el “Gimnasio para escritores”, el sitio de
podcast de Edith Jeannete. Explicó detalladamente el círculo de Joseph Campbell
que describe “Los doce pasos del héroe”, más la curva de los tres actos con sus
puntos de giro. Habló de “incidente incitador”, la llave que pone en marcha una
historia, y del rechazo que suele existir en todos los héroes a iniciarse a la
aventura. La primera palabra de un héroe suele ser “no”, porque lo tiene que
pensar. Una vez que aceptó, el héroe se lanza al abismo tomando decisiones racionales
o absurdas, sabias o improvisadas, porque lo único importante es avanzar. Puso
de ejemplo a un novio de ella que quería construir un delfinario en el
fondo de su propia casa. Tenía proyectada la pileta con unos vidrios gruesos y
le iban a traer unos bebés delfines de “Las toninas”, por lo que tal vez ni
siquiera fueran delfines.
“- ¿Y con qué pensás alimentarlos? -le preguntó Patricia.
- Con latas de caballa -afirmó él.”
Hicimos un ejercicio muy rico con Fabiana, Pablo y Fabián,
apuntando más a los personajes y a la historia visible de los cuentos. Suárez
coincide con Shirley Jackson, gran escritora americana de pocas piezas
literarias pero mucha influencia (es la mamá putativa de Richard Matheson, el
de “Soy leyenda”, y del gran Stephen King), en que los personajes son “personas
exageradas”. Leímos la primera mitad de “Experiencia y ficción”, una
conferencia en la que Shirley cuenta por qué es escritora y describe un
ejercicio parecido al que hicimos en el día de taller de Patricia. La
descripción es pormenorizada, minuciosa, abundante en detalles, tantos, que a
veces abruma. En alguna próxima clase leeremos la otra mitad de la conferencia y
el enigmático cuento “Siete tipos de ambigüedad”, donde Shirley habla de libros,
libreros y lectores. Quiero que lo discutamos en el grupo. “La lotería” fue una
jugosa discusión en un taller anterior.
Anoche también leyó Fabián, un cuento sobre el nacimiento de
la “Casa cuna”, con el personaje de una chancha amable que merece un monumento.
Lili y Mariano lo asociaron inmediatamente con “El baldío”, un brevísimo texto
de Roa Bastos que Mariano bajó en su celu y compartió con todos. Yo lo vinculé
a “Tatita”, de Roberto Holstein.
Fabián va a continuar la lectura el sábado que viene en la
librería más famosa de Parque Chas. Habrá música y amigos, y podrán adquirir su
libro “El canto rodado”, que está buenísimo. Va el flyer, pásenla lindo, quedan
invitados.
Una cosa que no marcó Suárez en su presentación fue que las
grandes historias suelen tener un esqueleto moral que las sostiene; podemos
llamarle tema o asunto, por nombrarlo de alguna manera. Además del argumento,
hay un tema. O esa segunda historia que mencionaba Piglia. Este tema puede
describirse fácilmente en una o pocas palabras. En “Marvin” podría ser
“racismo”. En otros cuentos podría estarse hablando de “envejecer”, en otros de
“la madre”. Tener clara estas palabras ayuda a sostener lo que se cuenta;
muchas veces canta finales y comienzos, o al menos define los que no
pueden ser.
Hitchcock resumía “La ventana indiscreta” como un policial de averiguación, donde un fotógrafo se inmiscuye con sus máquinas en la vida de un vecino asesino y sale indemne gracias, también, a sus máquinas de fotografiar. Pero cuando pregona de qué va la peli, nombra una sola palabra: “matrimonio”. Los protagonistas se van o no a casar; el vecino mata o no a su propia esposa.
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