La amamos. A Sylvia, con y. La dulce Iparraguirre, la inteligente, la sabia, la bonita. Amorosa, ella, con todos nosotros, sus lectores. “En el invierno de las ciudades”, “El parque”, “La Tierra del Fuego”, “El país del viento”. Sus “Clases de literatura rusa”, que vengo posteando brevemente en Milanesa. Ella. Siempre sonriente, amable, divertida, cariñosa. ¿Qué más puedo agregar? Fue uno de los hits en la historia de la Clínica de cuentos del Galpón Estudio. Una maravilla de reunión. Quedamos felices y pipones de literatura, empanadas y vino. Va a ser una jornada difícil de empardar. Qué afortunados fuimos anoche.
Al final respondió a mi pregunta acerca de cuál era su mejor
cuento a su criterio, con una respuesta similar a la que hubiera dado Castillo
ante la misma circunstancia. Eso lo tienen que decidir los lectores, no
puedo ser juez si soy parte. O algo así. Pero Castillo se hubiera detenido
ahí con la respuesta, y ella no. Ella eligió varios cuentos. No puedo uno solo,
dijo. Y anotó estos títulos preciosos: “Toda una tarde de la mano, al costado
de la vía”, “Un día de abril”, “Encontrando a Celina”, “El pasajero en el
comedor”, “La noche de San Juan”, “El faro”, “La tormenta” y las crónicas “Mi
tía y Madonna”, “Mi madre vs Homero” y “Puebla de Lillo, España”. El de abril y
el de España hablan de su abuela Vicenta. En el devenir de la elección decidió
optar por los relatos realistas. Yo hubiera elegido los experimentales: “Eva”,
“Schygulla en la madrugada”, “Probables lluvias por la noche” (del que soy fan).
Hablamos de todos, realistas y experimentales; los presentes estaban empapados
de la obra de la escritora y le sacamos el jugo a la forma literaria.
“Si vos querés pintar un personaje de un nivel social
educativo menor o mayor y lo llenás de modismos, lo amaquetás: deja de ser un
personaje para ser una figura, una caricatura. Estuve mucho tiempo eligiendo la
palabra que el soldado le dice a Jorgelina en el tren. Las chicas tienen
esos nombres tan sonsos, como Marta, como Alicia… En cambio este nombre es tan…
-el soldado se queda pensando y dice atípico. “Atípico” no le cae a
ese personaje. En cambio, “insuficiente”, puede ser una palabra que haya
pescado de algún lado para hacerse el importante. Esa calibración milimétrica
es la que construye el personaje.”
Está hablándonos de “Toda una tarde de la mano…”, aunque
analizó la de la misma manera cada uno de los textos que fuimos convocando.
Sigue Sylvia:
“¿Qué le faltaba a este cuento como plomada? Viste lo
que dice Piglia que hay dos historias (no digo que sea siempre así, pero sucede
en este caso). Jorgelina viene de algo que le pasó con el marido que no está
explotado, que no se sabe, pero intuimos que es algo malo. En la versión
primera del cuento digo simplemente que el marido es pintor, en la nueva lo
escenifico: se imaginó a Nicolás frente al caballete, bla bla bla; mejor no
pensar en eso. Le di más elementos al lector para que sepa que ella viene
de una situación conflictiva. Nicolás la dejó en la estación y ella se lo
imagina volviendo, entrando a la casa a un cuarto desordenado: han tenido una
discusión, algo está alterado. Estas son pistas para que el lector recoja la
historia subterránea y la complete como pueda. Por debajo corre la historia de
una mujer de treinta años con un hombre mayor, a la que el soldado le pregunta ¿ese
que te vino a despedir es tu papá? La pregunta es una estocada. Y ahí viene el
otro cuento, lo que habla con el soldado, la relación que el soldado inventa
para celarla, tal vez, o justificar su existencia de alguna manera. Y, sobre
todo, viene el final, donde el soldado le confiesa yo sabía que ese hombre
no era tu papá. Ahí se emparejan las dos historias; la de superficie, que
es la conversación en el tren, y la de Jorgelina con su marido despidiéndola
desaprensivamente en el andén.”
Anoche hubo tres horas de lecciones de corte y corrección. ¡Al fin se aprende en este taller del demonio! Iparraguirre también habló de El escarabajo de oro, de la editorial Galerna, de Borges, de Bradbury, de Houston, de Picasso, de Polanski; del día en que conoció a Larry Ferlinghetti y a Carol Oates; del Ulises y de El Ornitorrinco, del pensionado de las monjas, de los masones, de las cartas de Cortázar, de Junín y de Buenos Aires, de Gógol y Dostoievski y de sus proyectos nuevos. Y de Abelardo, mucho y con mucho amor (y humor).
Qué emocionante fue tenerte con nosotros, querida Syl, además de sustancioso. Gracias, gracias, gracias.
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