1) Es la nueva película de Alejandro Agresti en la que actúa Eleonora Wexler, la chica que mira más lindo de todo el cine argentino.
2) La historia es mínima: hay dos protagonistas de unos cincuenta años. Irene, Yuri. La película es de amor, y la recorre un aire nostálgico, casi literario, lleno de diálogos sencillos, divertidos o tristes, de gente grande que viene golpeada por relaciones y problemas. Y país: en algún momento del 2001 se tienen que cambiar de bar cheto a pizzería de barrio. La crisis de Argentina que salpica todo, se mete en las casas de las personas, les quita sus trabajos, sus ahorros, sus pocos, pobres, éxitos. Se entiende perfectamente: está pasando ahora de nuevo. Y estos dos tratan de resistirse y se van enamorando. Se cuidan. No se juzgan. Arman una amistad en base a algo nuevo: van a vestirse de otros, van a ejercer un personaje y a relacionarse desde ahí. Es un juego que ella planea y dispone, y él acepta. Al principio los avatares suenan falsos; ellos mismos se van a ir encargando de darles solidez. La historia de una relación de día jueves es toda la historia, pero no es toda la película.
3) En nuestros perfiles de Facebook, Instagram y demás, todos nosotros somos un poco otras personas. Ni qué hablar en los buscadores de trabajo tipo Linkedin, o los tinderosos. Somos más sabios o más lindos -retoques de Photoshop mediante-, o más musculosos, o campeones en algo. Siempre mejores. A veces la jugamos de super héroes, a veces de anti. Subimos la foto de un budín recién horneado creyéndonos altos cocineros; vamos a un restorán caro durante un viaje y mediante el posteo en Buena Morfa ya somos sibaritas. Con diez dibujos publicados, nuestros amigos nos piden una muestra en alguna galería de arte, porque nos acabamos de convertir en artistas. Somos influencers de la nada, a sabiendas y con mínimo esfuerzo. Un clic, muchos clics. Me gusta. Chau. Los disfraces de uno para ser feliz en esta novedad.
4) ¿Intentamos jugar a ser otras personas para gustarles a los otros, o para gustarnos a nosotros mismos?
5) Aunque quieras escapar, la realidad te va a encontrar. La ficción dura noventa minutos, la realidad el resto del tiempo.
6) Todo el mundo puede ser un narrador cuando se anima a contar lo que le pasa. Y todo el mundo es un actor cuando decide fotografiarse o grabarse en su cotidianeidad, o mostrar cómo entrena, cómo mete un penal, cómo bajó de peso. Cada uno exagera sus razones; casi nadie se atiene a la verdad. Y si lo hace, nadie, pero nadie, ya, le creerá. Uno será su propio director cuando decida qué muestra y qué no; las reglas de su propia vida. El discurso es planteado por los mismos personajes en los diálogos, cuando se ponen a observar la gente a su alrededor. En el berretín por contar una ficción de ellos mismos como un espejo validado, se muestran actores, lo que son en la realidad.
7) Agresti trabaja con la memoria. A veces, como en “El amor es una mujer gorda” o en “Buenos Aires viceversa”, con la memoria de un pueblo. En otras ocasiones con la memoria individual, como en “Valentín” o en la película que nos congrega. “Lo que quisimos ser” está fabricada con pedazos de recuerdo, como si fueran fotos viejas de un álbum en movimiento que van pasando para describir un diálogo político, un chiste, un whisky con un tostado, una mirada, una escapada al baño para llorar un rato. La edición se ajusta deliberadamente a este propósito: todas las escenas funden a negro y vuelven a abrirse después de sus separadores. El efecto final es el de una colección, el compendio de una relación contada a partir de sus detalles ínfimos, casi olvidables. Adonde una porción de pizza cuenta lo mismo que una internación.
8) No importa que Irene Singer, el personaje de Eleonora, publique o no su novela: bastará con haberla escrito, con el manuscrito. Porque lo que le sirve al mundo es la participación; que todos se animen a contar, a actuar. Lo poquito que ella o él puedan concretar, gracias a la ayuda inmensa del amor.
9) Ir al cine a ver una película argentina es, hoy, un acto político. “Lo que quisimos ser es aparentemente simple pero tiene una profundidad inteligente, y los personajes de Wexler y Rubio la sacan adelante con su interpretación suelta y creíble. ¿Cómo decía la propaganda del INCAA hace unos años? ¿Te vas a emocionar más? Bueno, eso.
10) Dije decálogo, pero debería haber terminado en el renglón anterior, que tenía pinta de final. ¿Qué más puedo agregar? Los segundos actores, el hijo de Agresti haciendo del hijo de Irene, o uno de los productores haciendo de mozo, están maravillosos. Desde aquí -y desde la emotiva nota de mi amigo Debret Viana- recomendamos también mirar especialmente a dos capos que solamente tienen un bolo sonso, pero la rompen. Uno es el cliente ansioso; el otro sale con libros de regalo. ¡Ah, mierda, qué dos maestros de la interpretación se ha perdido Don Jólivu!
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