“La primera edición de un libro no es una parte secundaria
de una obra. Es una ayuda para comprenderla. Ayuda física: táctil y, ante todo,
visual. Insustituible. El bibliófilo que no se atreve ni siquiera a cortar las
páginas de una primera edición para no dañar la integridad es lo contrario del
verdadero lector. El fetichismo, para ser saludable, implica el uso, el
contacto. Como escribió Kraus, “no hay ser más infeliz bajo el sol que el
fetichista que anhela un zapato femenino y se ve obligado a contentarse con una
mujer entera”.
La verdad es que lo
mejor sería leer todos los libros en su primera edición. No porque sean más
singulares o valiosas, sino porque son el resultado de una combinación de elementos
-impuestos al autor o sugeridos por este, o que sencillamente se dieron de ese
modo- que se convierten en parte de la obra, como el sello del tiempo sobre las
páginas. No es poca cosa. No creo que nadie, leyendo el primer libro de Kafka, Betrachtung,
pueda imaginarse el modo en que apareció en la editorial Ernst Rowohlt, en
1913, pocos meses antes de que este rompiera su sociedad con Kurt Wolff, quien
se llevaría consigo las copias que quedaban del libro. Betrachtung
tenía un formato considerablemente largo (24,5 x 16,5), con grandes
imágenes y un inusual cuerpo 16. Todo ello para un raro y breve libro de un
desconocido, que contenía cuatro fragmentos de una obra en curso (“Descripción
de una batalla”), destinada a quedar inconclusa. La tirada fue de ochocientos
ejemplares, de los cuales se habían vendido unos trescientos después de un año
Kafka observó que en André, una conocida librería de Praga, habían vendido once
copias. Diez de ellas las había adquirido él mismo, faltaba descubrir quién
había comprado la undécima. Todo esto se le escaparía a quien hoy leyera Betrachtung
en una de las numerosísimas ediciones de los cuentos de Kafka.”
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