“En defensa de la pureza y perfección del idioma, hay gente que abomina
del chat o los mensajes de texto con abreviaturas, sin mayúsculas y faltas de
ortografía porque estarían causándole al español un daño irreparable. Por su
parte, a través de los medios, siempre temibles, el lenguaje incorrecto de
periodistas y animadores ejercería sobre la audiencia una influencia deletérea.
El temor a la mala influencia de la televisión sobre el idioma es tan
antiguo... como la televisión. Entre tanto la lengua cambia, vive, crece, se
modifica, se interrelaciona con otras lenguas. En los años cincuenta y sesenta
muchos suponían que el doblaje de las series iba a producir una generación de
argentinos que hablarían de “golpizas” y “balaceras”, que dirían “voltéate” en
lugar de “date vuelta”. Lo que produjo, en realidad, es un pueblo familiarizado
con muy variadas formas dialectales del español.
Mi única hermana se dedica a las investigaciones sociales en Chicago.
Cierta vez tuvo que trabajar en un tema de mercado. Un canal latino había
comprado el teleteatro argentino Muñeca brava y quería saber si la mayoría
hispana en Chicago, formada por mexicanos, iba a aceptar y entender el dialecto
argentino. Se organizaron grupos de mujeres que veían el teleteatro en dos
versiones: la argentina original y una versión “doblada”... al mexicano. Para
gran alivio general, las mujeres mexicanas entendían perfectamente la versión
original y la preferían.
Voces milenaristas alertan constantemente sobre los males de permitir
que la lengua siga modificándose. Yo misma me irrito al ver que se usa en
español el anglicismo “controversial” cuando tenemos la linda palabra
“polémico”, “reluctante” por “renuente”, “remover” por “quitar”, sin hablar de
nuevas palabras horribles como “empoderar”. Sin embargo, sé que nada de esto
empobrece el lenguaje. Al contrario, deberíamos dar la bienvenida a nuevos
sinónimos que lo hacen más rico y variado.
El inglés, la lengua del imperio, penetra todas las demás, pero a su vez
se ve penetrada, ¡y cómo! por el español. Para felicidad del idioma inglés, no
existen instituciones que intenten controlarlo y limitarlo, como hace (por
suerte, inútilmente) la Real Academia con el español, estableciendo listas y
reglamentos. Nadie considera que el inglés necesite ese tipo de
encasillamientos. De hecho, su enorme riqueza tiene que ver con la invasión de
los normandos a Inglaterra en la Edad Media y la consiguiente incorporación de
términos de origen latino.
¿Por qué resulta tan perturbadora para muchos la utilización de nuevos
códigos en el lenguaje escrito (sms, chats)? Para empezar, ¿a qué tipo de
comunicación escrita formal y “correcta” reemplazan esos textos? A ninguna. Son
una forma de comunicación nueva. Gente que ignoraba casi el lenguaje escrito,
chicos que escribían sólo para cumplir con sus tareas, adultos que no habían
vuelto a escribir desde la escuela, redescubren la posibilidad y la maravilla
de escribir. Y en una muestra de la incesante capacidad de creación del ser
humano, inventan nuevos códigos con abreviaturas que les resultan accesibles,
rápidas y comprensibles. ¡Viva la letra!
El tema de la ortografía en español merece una nota dedicada
exclusivamente al tema. Dos premios Nobel abogaron por la abolición de las
reglas ortográficas: Juan Ramón Jiménez y Gabriel García Márquez. Se olvida una
y otra vez que la ortografía es una convención arbitraria, y no una cuestión
ética. Durante muchos años la buena ortografía fue marca de clase: era muy
importante enseñarla en la escuela, porque su dominio era un paso hacia el
ascenso social. Hoy la gente joven le presta poca atención. En una comunicación
formal, basta con dejar que el procesador de textos se encargue de la cuestión.
Si la comunicación no es formal, todo vale. Se vuelve a una ortografía
vacilante, en que una palabra puede escribirse de muchas formas distintas, no
tan diferente de la que usaban nuestros próceres en el siglo XIX, apenas ayer.
En los Mabinogion, esos textos medievales de la literatura popular
galesa, una historia estremecedora da cuenta de lo antiguo que es ese terror al
cambio, común a toda la humanidad, porque implica una pérdida de la identidad
que se asimila a la muerte. Un ejército de galeses invade Europa, llegan
victoriosos hasta Roma, hacen cautivas a muchas romanas, que toman como esposas
y se vuelven a Gales llevándolas con ellos. Para que sus hijos mantengan la
pureza del idioma galés, los guerreros les cortan la lengua a sus mujeres
romanas.
Hoy, por suerte, nadie tiene el poder de cortarle la lengua a quien aporte
cambios al lenguaje. Ya sabemos que el diccionario es una herramienta útil y no
un libro sagrado, ni un código legal. El chat o los mensajes de textos son
nuevos códigos, comparables al código Morse, o al lenguaje de los telegramas.
No hay que asustarse. Hoy, como siempre, se teme a lo que no se conoce.”
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