“Como lectores nos disputan deseos contrapuestos: que la historia continúe para siempre y que la historia se termine. La palabra “continuará” de las viejas historietas y de los folletines revela este gusto por lo que sigue: un capítulo tras otro, una novela tras otra. Pero también nos deleitamos con los finales. Al escribir ocurre algo semejante: vacilamos entre seguir escribiendo o cerrar con llave la historia. Las narraciones de la vida real que nos rodea suelen continuar y ni siquiera duermen de noche; las noticias de los diarios ya no se renuevan cada día, como en los tiempos de la prensa en papel, sino a cada momento. El candidato que unas horas antes parecía seguro ganador, perdió; el sospechoso de esta mañana ya no es el asesino porque tenía una coartada perfecta en el momento del crimen. A nuestro alrededor todo sigue y cambia, y que algo termine, como terminan los cuentos o las novelas, parece una extravagancia. ¿Qué clase de lector necesita esa última página, ese barco que parte, ese héroe que vence o es derrotado, esos amantes que se reencuentran o se despiden para siempre? Los libros de la colección juvenil Elige tu propia aventura tienen un mecanismo ingenioso, donde el lector puede jugar a decidir la suerte de su personaje. Pero lo que define a la literatura es lo opuesto: la fatalidad, el hecho de que no podemos cambiar el destino, feliz o desdichado, de los héroes. Sin final no podríamos interpretar el sentido de un relato, no podríamos asistir a ese curioso espectáculo de ver cómo una historia, leída en distintos momentos de la vida, tiene un sentido distinto cada vez. El final, sin embargo, nunca tiene el mensaje de que las cosas se terminan, sino más bien de que todo puede volver a empezar, y que la última línea de una historia es un puente secreto que lleva a la primera. Los niños lo saben y por eso piden el mismo cuento una y otra vez. Los adultos no pedimos el mismo cuento, pero sí, muy a menudo, una historia que se parezca a aquella que nos deslumbró en el pasado. Todo ritual exige repetición, pero el ritual de la lectura simula practicar lo irrepetible.”
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